7. Fado

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Las semanas pasaron lentas y sin piedad. Thatch y el resto del personal trabajaban con más rapidez y eficacia de lo que Ace jamás había visto. Era como si estuvieran presionados por algo. Trató de averiguar si algo pasaba pero sólo recibió respuestas a medias y esquivas.

Sentir que le estaban ocultando algo, luego de pensar que había hecho amistades verdaderas y duraderas por primera vez en su vida, lo desanimó. Trataba de aparentar que no sucedía nada, pero en medio de sus descansos, el hermano de Marco observaba cómo Ace se había vuelto más irritable y distraído.

Continuaba ayudando después del cierre, pero sin nadie que entretuviera a Luffy en la cocina era más difícil que se estuviera quieto, por ello su ayuda era ocasional o cuando su hermano se quedaba a dormir en casa de alguno de sus amigos.

— Thatch, me voy — anunció el pelinegro desde la barra. Era un lunes por la tarde, los días más tranquilos de la semana.

— ¡Ace, espera! — llamó el cocinero.

Los ojos de Thatch estaban enmarcados por grandes ojeras, pero estaba alegre como siempre. Traía una bolsa de plástico sujeta por las asas. Juntó sus manos como si estuviera rezando y comenzó su letanía:

— ¿Podrías por favor llevar esto al Moby Dick? Lo haría pero tengo que refrigerar y cortar vegetales para mañana — el abatimiento se veía en toda su cara y semblante, como si no hubiera dormido bien por varias semanas.

— Claro... — contestó Ace y Thatch agradecido le tendió la bolsa.

— La oficina de Marco está pasando la antesala y en la única puerta a mano derecha. Ahí puedes dejarle la comida — sonrió.

El pelinegro asintió y se encaminó a la salida.

— No es tu culpa, ¿lo sabes, verdad? — resonó la voz de Thatch a sus espaldas —. Desde que Oyaji salió del hospital hemos estado pagando sus tratamientos, medicinas y encargándonos de algunas deudas y cuentas pendientes — explicó.

Ace se quedó inmóvil, repitiendo en su mente las palabras de su amigo. Después sonrió para sí y comenzó a andar de nuevo.

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En su estancia en aquella pequeña ciudad había descubierto algunos lugares interesantes. Un pequeño río donde los niños jugaban porque la corriente era ridícula para ser peligrosa. Un museo situado arriba de una gran cuesta, lleno de tumbas antiguas, por donde podía apreciarse la ciudad. Más a lo lejos, a las afueras, había cerros llenos de árboles perennes y cactus. Ace deseaba que la primavera llegara, así podría ver aquellos cerros tapizados de verde.

Por primera vez en tanto tiempo, Ace pensaba en un futuro al que podría acostumbrarse, por muy desafortunado que llegara a ser.

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No escuchaba ninguna señal de vida al otro lado de la puerta, pero decidió tocar de todos modos. Escuchó el rechinar de una silla y papeles moviéndose.

— Adelante, yoi — contestó una voz pastosa y somnolienta.

La última persona que espera ver era a Ace. Marco lo observó y parpadeó unos momentos para confirmar que la figura del pelinegro era real.

— Thatch dijo que te diera esto — alzó la bolsa y se adentró a la habitación.

Sólo había una pequeña ventana que iluminaba tenuemente el escritorio lleno de papeles. Marco se encontraba sentado en una silla vieja y usada. La luz estaba prendida pero sólo era un brillo amarillento y opaco.

— Gracias — contestó Marco y se aclaró la garganta.

Si el cocinero parecía desvelado, Marco parecía un muerto. Pálido, ojeroso, con el cabello más desordenado de lo normal, sus ojos se veían diminutos mientras escudriñaba su alrededor. Quizá lo había despertado.

Estiró sus brazos con toda la calma del mundo para hacerse de la bolsa, y tomó su dulce tiempo para destapar el recipiente y oler la comida. Su barba había crecido.

La vista de Ace deambuló por la habitación y posó su vista en el cesto de basura, atiborrado de latas vacías de bebidas energizantes.

— Mmm... — Ace trató de llamar la atención de Marco —. Luffy pregunta si aparecerás pronto por el restaurante — el rubio lo miraba con clara confusión en su rostro —, quiere saber cómo termina la historia de la ballena — agregó.

— Ah, — finalmente Marco dio señales de vida —. Sí, Laboon. Cuando termine estas cuentas, uh, la próxima semana, quizá — habló nervioso, observó la pila de papeles que tenía a su alrededor y cerró los ojos, dolido por la vista del trabajo restante.

— Luffy te extraña — soltó Ace con mucho esfuerzo. Una ceja de Marco se crispó, así que al menos estaba escuchando.

Luffy no lo había dicho, pero cada que alguien entraba a la cocina volteaba a la puerta y se decepcionaba cuando no era el rubio. Su afición por dibujar ballenas aumentó e incluso podría decirse que algunas parecían ballenas.

— Y yo también... — susurró Ace sin pensarlo.

Marco abrió los ojos y la boca para decir algo, pero el pelinegro salió rápidamente de la habitación al momento que se escuchó decir aquello.

Se quedó observando por un momento hacia la nada, se pellizcó un brazo y sí, descubrió que eso sí había pasado. Retomó su deliciosa comida mientras sonreía estúpidamente.

No es un crimen (aunque lo parezca) [Marco/Ace]Where stories live. Discover now