Sorpresas imborrables (Parte II)

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"La hice llorar, ¡maldita sea! Tenía que leer justamente esa letra

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"La hice llorar, ¡maldita sea! Tenía que leer justamente esa letra... ¿¡Por qué rayos no me puse a pensar un poquito más antes de salir!? ¡Me quiero matar!" Al joven Pellegrini se le había hecho un nudo en el estómago desde que entendió cuál había sido su error: trajo consigo la composición que pretendía desechar. Debido a la prisa por llegar a tiempo y por la necesidad apremiante de quitarle el papel a doña Matilde, lo había puesto junto con los demás, en vez de sacarlo. ¡Y Jaime lo había tomado! Aunque estaba muriéndose de vergüenza y de angustia al pensar en lo descuidado que había sido, al chico no le quedaba más remedio que encarar la situación, ya no había marcha atrás.

Un fuerte codazo en las costillas por parte de Jaime lo obligó a levantarse e ir al encuentro de su castigo. El varón bordeó el sofá y avanzó unos cuantos pasos hacia la violinista, pero se detuvo a mitad de la trayectoria. No sabía qué cosas pasaban por la mente de Maia, así que se resolvió a permanecer en silencio. "¿Me odiará demasiado?" El muchacho alternaba su mirada entre el suelo y el rostro femenino. La chica aún respiraba con dificultad, lo cual dejaba ver con facilidad que se encontraba alterada. Darren se preparó psicológicamente para recibir una bofetada y quizás unos cuantos insultos. Estaba casi seguro de que ella iba a estar disgustada por la eternidad debido a su atrevimiento.

Cuando fue la violinista quien comenzó a caminar con lentitud hacia donde él la esperaba, el joven supo que la hora de enfrentarse a su furia estaba a las puertas. Sin embargo, nada podría haberlo preparado para lo que vendría a continuación. La muchacha se detuvo a pocos centímetros de su cuerpo y lo miró a los ojos, con un atisbo de sonrisa decorándole los labios. Después, elevó su mano derecha y la colocó sobre el pecho del chico. Juntó los dedos para sujetar bien la tela de la camiseta amarilla que este llevaba puesta y luego la haló con fuerza.

El joven Pellegrini no opuso resistencia alguna, pues creía merecer cualquier clase de represalia que ella decidiera tomar en su contra. Incluso cerró sus ojos, a modo de preparación para recibir los posibles golpes. Pero el impacto furibundo y los temidos improperios nunca llegaron, sino que sucedió todo lo contrario a la catástrofe que él había previsto. Maia se acercó al oído derecho del varón y le susurró un mensaje breve pero muy significativo.

—Una vez te dije algo que vos no alcanzaste a escuchar porque estabas durmiendo. ¿Sabés lo que fue? Fueron tres palabras y hoy quiero repetírtelas: ¡gracias por existir!

Tras mencionarle aquello, la joven retrocedió un poco para mirarlo de frente. Las manos femeninas se levantaron para sostener las mejillas masculinas de manera firme y cariñosa. Darren ahora observaba fijamente a la muchacha, sin ser capaz de evitar que una extraña sonrisa se aferrara a su semblante. Lucía como una mueca híbrida que irradiaba nerviosismo y felicidad al mismo tiempo. Y si los ojos del joven Pellegrini hubiesen tenido la facultad de hablar, habrían comunicado a gritos el ardiente mensaje que bullía entre sus pensamientos y le desbocaba los latidos. No obstante, la violinista ya había aprendido aquel lenguaje que no necesitaba de palabras. Con ambas manos, la jovencita atrajo el rostro del chico hacia el suyo y juntó sus labios con los de él.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora