Un adiós

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Tras enterarse de la mejoría en el estado de salud de la señora Espeleta, Matías regresó con rapidez a la sala de espera

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Tras enterarse de la mejoría en el estado de salud de la señora Espeleta, Matías regresó con rapidez a la sala de espera. Lo primero que hizo fue envolver a su hijo en un cálido abrazo. Ambos varones compartieron risas bañadas en lágrimas de felicidad. El favorable panorama que ahora abría sus puertas frente a los dos les daba verdadera esperanza. Sin importar cuántas dificultades hubiera en el camino, si Matilde seguía caminando junto a ellos, la existencia sería dichosa. La perspectiva de ayudarla a reconstruir su alma resquebrajada, mientras observaban cómo iba recuperando su sonrisa, era un obsequio inigualable.

A pesar de que casi no se conocían, el hombre también estrechó a Jaime entre sus brazos. Usó la misma fuerza con la que había abrazado al joven Pellegrini. Ante los ojos del empresario, la acción del chico había sido heroica y ameritaba mucho más que una muestra de afecto en público. Aunque no lo expresara abiertamente en ese momento, estaba pensando en recompensar al fotógrafo muy pronto. Su mente ya le daba vueltas a distintas ideas para hacerlo.

—Nunca voy a dejar de agradecerte por lo que hiciste esta noche. Si no hubiera sido por vos, por esa inteligencia y rapidez con las que actuaste, Matilde se nos habría ido para siempre —El hombre respiró hondo para deshacer el apretado nudo en su garganta—. ¡Gracias por estar siempre para apoyarla a ella y a mi muchacho! ¡El mundo necesita a más personas como vos!

Después de exteriorizar aquellas emotivas declaraciones, el varón mayor le dio una palmada amistosa en el hombro al hermano de Raquel.

—Me honra mucho con sus palabras, pero en realidad no soy tan especial. Solo hice lo que cualquier buen amigo hubiera hecho —afirmó Jaime, mientras se rascaba la parte trasera de la cabeza.

—¡No te pongás modesto ahora, che! ¡Dejate halagar! ¡Sos lo más! —dijo Darren, con una amplia sonrisa dedicada a su amigo.

El joven Silva correspondió enseguida el gesto amable de su compañero. En su mirada se reflejaba el profundo cariño que sentía por la mayoría de quienes lo acompañaban esa noche.

—Cuentan conmigo para cualquier cosa. Como ya se los dije antes, la familia de Darren es mi familia también.

Después de apartarse un poco para hablar seriamente con su hijo, el señor Escalante decidió marcharse del hospital. Necesitaba dialogar con su esposa lo más pronto posible. Antes de partir, el hombre se aseguró de que todos los muchachos tuvieran alimentos y bebidas suficientes, además de ropa cómoda, para pasar la noche en vela. Les pidió que lo llamaran tan pronto como la señora Espeleta despertara. Quería estar ahí cuando se les concediese la autorización médica para ingresar a la habitación de la dama convaleciente. El hombre rogaba al cielo para que ella no se negase a verlo.

Unos cuantos minutos al lado de Matilde serían suficientes para, al menos, ofrecerle una disculpa cara a cara. Si no le concedía mucho tiempo para hablar, él ya había tomado las precauciones del caso. Sin importar lo que sucediera, estaba resuelto a entregarle unos escritos personales en donde derramaba su alma por completo. Era una especie de diario que relataba sus sentimientos y pensamientos con respecto a ella a través de los años. Jamás se lo había mostrado a nadie e incluso pensó en deshacerse de aquel cuaderno. Pero ahora, más que nunca, le parecía necesario que su musa lo leyera.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora