Un secreto a voces

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Darren sentía como si sus piernas de pronto se hubiesen convertido en columnas de acero

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Darren sentía como si sus piernas de pronto se hubiesen convertido en columnas de acero. El joven quería echarse a correr para alcanzar al señor Escalante, pero sus músculos parecían cacharros oxidados sin intenciones de colaborar. Tuvo que conformarse con seguir al hombre a un ritmo lento, arriesgándose así a perderlo de vista. Su cuerpo entero temblaba como si le hubiesen vaciado una cubeta de agua congelada encima. El chico apenas podía coordinar los vacilantes pasos de sus extremidades aletargadas. ¿Por qué estaba actuando de esa manera tan extraña?

Aquel hombre no era más que un perfecto desconocido. No había razón alguna para ponerse nervioso en su presencia, ¿o sí? El muchacho respiró hondo varias veces mientras apretaba los puños con gran fuerza. Clavarse las uñas en las palmas era una de sus formas predilectas para canalizar la ansiedad. Gracias a ese ritual, el molesto fantasma que ralentizaba sus movimientos por fin se rindió. El muchacho pudo dar unas cuantas zancadas justo a tiempo. Matías estaba de espaldas, a punto de ingresar al interior de su espacioso automóvil, cuando los largos dedos del joven Pellegrini se posaron sobre su hombro izquierdo.

El hombre trató de apartar a la persona que lo había tocado sin permiso con una leve sacudida del brazo, casi como un acto reflejo. No quería tener ninguna clase de distracciones en ese preciso momento. La llamada en curso podría concretar un fructífero negocio que embellecería las cifras en sus cuentas bancarias con varios ceros más a la derecha. Para desgracia suya, quien lo había perturbado no se amedrentó ante el rechazo. La mano ignorada permaneció aferrada al hombro del varón y, poco después, una voz masculina llegó para acompañarla.

—Disculpe, señor, ¿me permitiría hablar con usted solo un minuto, por favor? —preguntó el joven, utilizando un tono fuerte y claro.

Matías soltó mil maldiciones entre sus pensamientos antes de girarse para mirar a la persona que lo llamaba. El solo hecho de ser interrumpido en mitad de una sesión de negocios le resultaba bastante fastidioso en sí mismo. Pero, además de eso, aquel extraño tenía la osadía de no apartar la mano. ¿Acaso no había entendido todavía que ese trato tan familiar era desagradable? El esposo de Rocío odiaba toda clase de contacto físico prolongado si este no provenía de sus amistades cercanas o de su círculo familiar inmediato. El hombre comenzó a girarse despacio, dándose tiempo para aplacar un poco su creciente mal humor.

En cuanto los ojos de Matías se encontraron con los de Darren, el ceño fruncido del primero se relajó en un dos por tres. La expresión agria de su semblante fue reemplazada por una de absoluta perplejidad. El cliente al teléfono formuló una pregunta que permaneció sin respuesta alguna, pues el señor Escalante ya no podía prestarle la debida atención. Contrario a todo lo que se esperaría de un empresario serio y ambicioso como lo era él, Matías dio por concluida la llamada de manera abrupta. En cuestión de segundos, apagó el timbre del aparato y lo puso en modo de vibración, para luego guardárselo en un bolsillo del pantalón.

—¿¡Quién sos vos!? —interpeló el mayor de los varones, sin poder controlar el ligero temblor de su quijada.

—Mi nombre es Darren. Perdóneme por haberlo interrumpido —respondió el chico, intimidado por la mirada inquisitiva de su interlocutor.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora