Capítulo 3

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La misma conclusión se desprende de la crítica del concepto cristiano de Dios. Un pueblo que cree en sí tiene también su dios propio. En él venera las condi­ciones gracias a las cuales prospera y domina, sus virtudes; proyecta su goce consigo mismo, su senti­miento de poder, en un ser al que puede dar las gra­cias por todo esto. Quien es rico ansía dar; un pueblo orgulloso tiene necesidad de un dios para ofrendar... En base a tales premisas, la religión es una forma de la gratitud. Se está agradecido por sí mismo; para esto se ha menester un dios. Tal dios debe poder beneficiar y perjudicar, estar en condiciones de ser amigo y enemigo; se lo admira por lo uno y por lo otro. La castración antinatural de la divinidad, en el sentido de convertirlo en un dios exclusivo del bien, sería de todo punto indeseable en este orden de ideas. Se necesita del dios malo en no menor grado que del bueno, como que no se debe la propia existencia a la tolerancia y la humanidad... ¿De qué serviría un dios que no conociera la ira, la venganza, la envidia, la burla, la astucia y la violencia?, ¿que a lo mejor hasta fuera ajeno a los ardeurs inefables del triunfo y de la destrucción? A un dios así no se lo comprendería; ¿para qué se lo tendría? Claro que si un pueblo se hunde; si siente desvanacerse para siempre su fe en el porvenir, su esperanza de libertad; si la sumisión entra en su conciencia como conveniencia primordial y las virtudes de los sometidos como condiciones de existencia, por fuerza cambia también su dios. Éste se vuelve tímido, cobarde, medroso y modesto, acon­seja la "paz del alma", la renuncia al odio, la indul­gencia y aun el "amor" al amigo y al enemigo. Mora­liza sin cesar, penetra en las cuevas de todas las vir­tudes privadas y se convierte en dios para todo el mundo, en particular, cosmopolita... Si en un tiempo representó a un pueblo, la fuerza de un pueblo, todo lo que había de agresivo y pletórico en el alma de un pueblo, ahora ya no es más que el buen Dios... En efecto, no existe para los dioses otra alternativa: o son la voluntad de poder, y mientras lo sean serán dioses de pueblos, o son la impotencia para el poder; y en­tonces se vuelven necesariamente buenos...

Dondequiera que declina la vóluntad de poder se registra un decaimiento fisiológico, una décadence. La divinidad de la décadence, despojada de sus virtudes e impulsos más viriles, se convierte necesariamente en el dios de los fisiológicamente decadentes, de los dé­biles. Éstos no se llaman los débiles, sino "los Bue­nos"... Se comprenderá, sin necesidad de ulterior su­gestión, en qué momentos de la historia es factible la ficción dualista de un dios bueno y otro malo. Lleva­dos por el mismo instinto con que degradan a su dios al "bueno en sí", los sometidos despojan de todas sus cualidades al dios de sus vencedores; se vengan de sus amos dando al dios de los mismos un carácter diabó­lico. Tanto el dios bueno como el diablo son engendros de la décadence. ¡Parece mentira que todavía hoy se ceda a la ingenuidad de los teólogos cristianos hasta el punto de decretar a la par de ellos que la evolución de la concepción de la divinidad del "dios de Israel", del dios de un pueblo, al dios cristiano, al dechado del bien, significa un progreso! Hasta Renan lo hace. ¡Co­mo si Renan tuviese derecho a la ingenuidad! ¡Pero si es evidente todo lo contrario! Si todas las premisas de la vida ascendente, toda fuerza, valentía, soberbia y altivez, quedan eliminadas de la concepción de dios; si éste se convierte paso a paso en símbolo de un bas­tón para cansados, de un salvavidas para todos los náufragos; si llega a ser el dios de los pobres, los pecadores y los enfermos por excelencia y el atributo "salvador", "redentor", queda, por así decirlo, como el atributo propiamente dicho de la divinidad, ¿qué in­dica transformación semejante?; ¿tal reducción de la divinidad? Claro que el "reino de Dios" queda así am­pliado. En un tiempo Dios no tuvo más que su pueblo, su pueblo "elegido". Luego, al igual de su pueblo, llevó una existencia trashumante y ya no se radicó en parte alguna, hasta que al fin, gran cosmopolita, se encontraba bien en todas partes y tenía de su parte el "gran número", a media humanidad. Mas no por ser el dios del "gran número", el demócrata entre los dioses, llegó a ser un orgulloso, dios pagano; seguía siendo judío, ¡el dios de todos los lugares y rincones oscuros, de todas las barriadas malsanas del mundo entero! ... Su imperio es como antes un reino subte­rráneo, un hospital, un ghetto... Y él mismo, ¡cómo es de pálido, de débil, de décadentl Hasta los más anémicos de los anémicos, los señores metafísicos, los albinos de los conceptos, han dado cuenta de él. Éstos han tejido tanto tiempo su tela en torno a él que hipnotizado por sus movimientos terminó por conver­tirsé a su vez en araña, en metafísico. Entonces volvió a extraer de sí, tejiendo, el mundo, sub specie Spino­zae; entonces se transfiguró en cada vez mayor abs­tracción y anemia, quedando hecho un "ideal", un "espíritu puro", "absolutum" y "cosa en sí"... Deca­dencia de un dios: Dios se convirtió en la "cosa en sí"...

EL ANTICRISTO-Friedrich NietzscheWhere stories live. Discover now