Capítulo 6

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Este portador de una "buena nueva" murió como había vivido y predicado: no para "redimir a los hombres", sino para enseñar cómo hay que vivir. La práctica es el legado que dejó a la humanidad: su conducta ante los jueces, ante los soldados, ante los acusadores y toda clase de difamación y escarnio; su conducta es la cruz. No se resiste, no defiende su derecho, no da ningún paso susceptible de conjurar el trance extremo, aún más, lo provoca... Y ruega, sufre y ama a la par de los que le hacen mal, en los que le hacen mal... No, resistir, no, odiar, no responsabilizar... No resistir tampoco al malo, sino amarlo...

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Sólo nosotros, los espíritus emancipados, estamos en condiciones de entender algo que ha sido mal entendido por espacio de diecinueve centurias: esa probidad hecha instinto y pasión que combate la "mentira santa" aun más que cualquier otra mentira... Se ha estado infinitamente lejos de nuestra neutralidad cordial y cautelosa, de esa disciplina del espíritu sin la cual no es posible adivinar cosas tan extrañas y delicadas; en todos los tiempos se ha buscado en ellas, movidos por un egoísmo insolente, tan sólo la propia ventaja; se ha levantado sobre lo contrario del Evangelio el edificio de la iglesia...

Quien buscase indicios de que tras el magno juego cósmico opera una divinidad irónica encontraría un asidero por demás sólido en el interrogante tremendo que se llama cristianismo. El que la humanidad se postre ante lo contrario dé lo que fue el origen, sentido y derecho del Evangelio; el que en el concepto "iglesia" haya santificado precisamente lo que el portador de la "buena nueva" sentía como debajo de sí, como detrás de sí. En vano puede encontrarse una expresión más grande de ironía histórica mundial.

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Nuestra época se enorgullece de su sentido histórico; ¿cómo puede creer el absurdo de que en el principio del cristianismo está la burda fábula del taumaturgo y redentor, y que todo lo espiritual y simbólico es sólo una evolución posterior? Por el contrario, la historia del cristianismo, a partir de la muerte en la cruz, es la historia de un malentendido cada vez más burdo sobre un simbolismo original. Conforme el cristianismo se propagaba entre masas más vastas y más rudas, carentes para comprender las condiciones en que se había originado, era necesario vulgarizarlo y barbarizarla. Ha absorbido doctrinas y ritos de todos los cultos clandestinos del Imperio Romano, el absurdo de toda clase de razón enferma. La fatalidad del cristianismo reside en el hecho de que su credo tenía que volverse tan enfermo, bajo y vulgar como las necesidades que estaba llamado a satisfacer. La Iglesia es la barbarie enferma hecha potencia; la Iglesia, esta forma de la enemistad mortal a toda probidad, a toda altura del alma, a toda disciplina dej espíritu, a toda humanidad generosa y cordial. Los valores cristianos y los valores aristocráticos: ¡sólo nosotros, los espínitus emancipados, hemos restablecido esta oposición de valores más grandes que existe!

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A estas alturas, no puedo evitar un suspiro. Días hay en que me domina un sentimiento más negro que la más negra melancolía: el desprecio hacia los hombres. Y para no dejar lugar a dudas acerca de qué es lo que desprecio, quién es el que desprecio, aclaro: es el hombre de ahora, el hombre del que de un modo fatal resulto contemporáneo. El hombre de ahora; me asfixia su aliento impuro... Hacia lo pasado, como toda criatura consciente, practico una gran tolerancia, esto es, un generoso dominio de mí mismo; recorro con una cautela sombría el manicomio de milenios enteros, ya se llame "cristianismo", "credo cristiano" o "iglesia cristiana", cuidándome muy mucho de hacer responsable a la humanidad por sus locuras. Pero mi sentimiento experimenta un vuelo y estalla en cuanto me asomo a los tiempos modernos, a nuestros tiempos. Nuestra época está esclarecida... Lo que antes era tan sólo una enfermedad, es ahora una indecencia; ahora es indecente ser cristiano. Y éste es el punto de partida de mi asco. Miro en torno: no ha quedado una sola palabra de lo que en un tiempo se llamara "verdad"; ya no soportamos ni que un sacerdote pronuncie la palabra "verdad". Por muy modesta que sea la probidad exigida, hoy día no se puede menos que saber que con cada frase que pronuncia un teólogo, un sacerdote, un papa, no yerra, miente; que ya no es posible mentir "con todo candor", "por ignorancia". También el sacerdote sabe como todo el mundo que ya no hay ningún "Dios", ningún "pecador" ni ningún "Redentor"; que el "fibre albedrío" y el "orden moral" son mentiras; la seriedad, la profunda autosuperación del espíritu ya no permite a nadie ignorar todo esto. Todos los conceptos de la Iglesia están desenmascarados como lo que son: como la más maligna sofisticación que existe, con miras a desvalorizar la Naturaleza, los valores naturales; el sacerdote mismo está desenmascarado como lo que es: como el tipo más peligroso de parásito, la araña venenosa propiamente dicha de la vida... Sabemos, nuestra conciencia sabe hoy, qué valen, para qué han servido, en definitiva, esas invenciones inquietantes y siniestras de los sacerdotes y de la Iglesia con las que ha sido alcanzado ese estado de autoviolación de la humanidad que ha hecho de ella un espectáculo repugnante. Los conceptos "más allá", "juicio final", "inmortalidad del alma", "alma"; se trata de instrumentos de tortura, de sistemas de crueldades mediante los cuales el sacerte llegó al poder y se ha mantenido en él... Todo el mundo sabe esto; y sin embargo, todo sigue igual que antes. ¿Dónde ha ido a parar el último resto de decencia, de respeto propio, ya que hasta nuestros estadistas, por lo demás hombres nada escrupulosos y anticristos de la acción cien por cien, se llaman todavía cristianos y comulgan?... ¡Un príncipe al frente de sus regimientos, magnífica expresión de la autoafírmación y soberbia de su pueblo, pero haciendo sin pizca de vergüenza profesión de fe cristiana! ... ¿A quién niega el cristianismo? ¿Qué es lo que llama "mundo"? El ser soldado, juez, patriota; el resistir; el ser un hombre de pundonor; el buscar su propia ventaja; el ser orgulloso... Cada práctica de cada instante,, cada instinto, cada valoración traducida en acción, es hoy día de carácter anticristiano; ¡qué engendro de falsía ha de ser el hombre moderno, ya que a pesar de todo no le da vergüenza llamarse todavía un cristiano!

EL ANTICRISTO-Friedrich NietzscheWhere stories live. Discover now