Capítulo 4

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Me limito aquí a rozar el problema de la génesis del cristianismo. La primera tesis para la solución del mis­mo reza: el cristianismo sólo puede ser comprendido como producto del suelo en que ha nacido; no es una reacción al instinto judío, sino la consecuencia del mismo, su lógica terrible llevada a una conclusión ul­terior. Dicho en la fórmula del Redentor: "la salva­ción proviene de los judíos".

La segunda tesis reza: el tipo sicológico del Galileo es todavía reconocible; pero sólo en su degeneración total (que es mutilación a incorporación de multitud de rasgos extraños a un tiempo) ha podido servir para el uso que se ha hecho de él: el de ser el tipo de redentor de la humanidad.

Los judíos son el pueblo más singular de la historia mundial, puesto que puestos en el dilema de ser o no ser, prefirieron, con una determinación francamente escalofriante, ser a cualquier precio; este precio era el falseamiento radical de toda la Naturaleza, de toda naturalidad, de toda realidad, de todo el mundo inte­rior no menos que del exterior. Repudiaron todas las condiciones bajo las cuales habían podido vivir, habían tenido derecho a vivir hasta entonces los pueblos; hi­cieron de sí mismos una antítesis de las condiciones naturales. Invirtieron la religión, el culto, la moral, la historia y la sicología, de un modo fatal, en lo con­trario de los valores naturales de las mismas. El mis­mo fenómeno se da, y en una escala infinitamente mayor, pero, no obstante, como mera copia, en la Igle­sia cristiana; en comparación con el "pueblo de los santos", ella no puede pretender originalidad. Los ju­díos son, así, el pueblo más fatal de la historia; como resultado de su gravitación, la humanidad se ha vuelto tan falsa que, todavía hoy, el cristianismo es capaz de sentirse antijudío, sin tener conciencia de que es la idiosincrasia judía llevada a su consecuencia úl­tima.

En mi Genealogía de la moral he dado por vez pri­mera una dilucidación sicológica del contraste entre la moral aristocrática y la moral del resentimiento, esta última derivada del no pronunciado frente a aquélla. Mas queda definida así la esencia de la moral judeo­cristiana. Para poder decir no a todo cuanto repre­senta la curva ascendente de la vida (la armonía plena, la hermosura, la autoafirmación), el instinto del resen­timiento, hecho genio, tuvo que inventarse otro mundo con respecto al cual esa afirmación de la vida supuso lo malo, lo reprobable, en sí. Sicológicamente hablan­do, el pueblo judío es un pueblo de vitalidad extrema que, confrontado con condiciones de existencia impo­sibles, tomó deliberadamente, guiado por la cordura su­prema del instinto de conservación, la defensa de todos los instintos de la décadence; y no tanto por estar do­minado por ellos como porque adivinó en los mismos una potencia mediante la cual le sería dable hacerse valer frente "al mundo". Los judíos son los antípodas de todo lo décadent; mas tenían que representar el papel de décadents, hasta el extremo de engañar a todo el mundo; con un non plus ultra del genio his­triónico sabían ponerse al frente de todos los movi­mientos de la décadence (como cristianismo paulino), para hacer de ellos algo que fuera más fuerte que cualquier facción dispuesta a decir sí a la vida. Para el tipo humano que en el judaísmo y el cristianismo llega a dominar: el sacerdotal, la décadence no es sino un medio; este tipo humano está vitalmente interesado en enfermar a la humanidad, en invertir los conceptos "bien" y "mal", "verdadero" y "falso", en un sentido que entraña un peligro mortal para la vida y significa el repudio del mundo.

La historia de Israel es inestimable como historia típica de una desnaturalización total de los valores na­turales. Voy a esbozar cinco hechos de este proceso. Originariamente, sobre todo en los tiempos de los re­yes judíos, también Israel se hallaba en la proporción justa, vale decir, natural con todas las cosas. Su Jahveh era la expresión de la conciencia de poder, del goce mismo, de la esperanza depositada en sí mismo; en él se esperaba victoria y ventura, con él se confiaba en que la Naturaleza había de dar al pueblo lo que le ha­cía falta; sobre todo, lluvia. Jahveh es el dios de Is­rael, y, por ende, el dios de la justicia; lógica de todo pueblo que tiene poder y goza de él con la conciencia tranquila. En el culto de las fiestas se expresan estos dos aspectos de la autoafirmación de todo pueblo: gra­titud por los grandes destinos gracias a los cuales llegó al poder, y gratitud en relación con el ciclo de las esta­ciones y toda fortuna en la ganadería y la agricultura. Este estado de cosas siguió siendo el ideal durante mucho tiempo, incluso cuando hacía mucho había aca­bado de una manera lamentable a causa de la anarquía interior y la intervención de los asirios. El pueblo con­tinuó alimentando como aspiración suprema esa vi­sión de un rey en el que el buen soldado se aunaba con el juez severo; sobre todo Isaías, ese profeta tí­pico (esto es, crítico y satírico de la hora). Sin em­bargo, todas las esperanzas se desvanecieron. El anti­guo Dios ya no estaba en condiciones de hacer nada de lo que en un tiempo había sido capaz de hacer. Lo que correspondía era desecharlo. ¿Qué ocurrió? Se modificó su concepción; se desnaturalizó su concep­ción; a este precio se lo retuvo. Jahveh, el dios de la "justicia", ya no se consideraba identificado con Israel, expresión del orgullo de su pueblo, sino un dios condicionado... Su concepción pasa a ser un instrumento en manos de agitadores sacerdotales, que en adelante interpretan toda ventura como premio y toda desven­tura como castigo por desobediencia a Dios, como "pecado": esa interpretación más mendaz en base a un presunto "orden moral", con la que se invierte de una vez por todas el concepto natural "causa y efecto". Una vez que con premio y castigo se haya abolido la causalidad natural, hace falta una causalidad antina­tural, de la que se sigue entonces toda la demás anti­naturalidad. Así, al dios que ayuda y que resuelve to­das las dificultades; que en el fondo encarna toda ins­piración feliz de la valentía y la confianza en sí mismo, se sustituye por un dios que exige... La moral ya no es la expresión de las condiciones de existencia y prosperi­dad de un pueblo, su más soterrado instinto vital, sino que se vuelve abstracta y antivital: la moral como imaginación mal pensada, como "mal de ojo" a todas las cosas. ¿Qué es, en definitiva, la moral judeo‑cris­tiana? El azar despojado de su inocencia; la desgracia envilecida por el concepto "pecado"; el bienestar de­nunciado como peligro, como "tentación"; el males­tar fisiológico Infectado del gusano roedor de la con­ciencia...

EL ANTICRISTO-Friedrich NietzscheWhere stories live. Discover now