6. Entre el negro y el blanco... gris.

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Como nunca, Hermione Granger se había quedado sin habla y sin ideas. Abría y cerraba la boca incapaz de esbozar algún sonido, ni siquiera alguno animal, ¡Hasta se le había olvidado su propio nombre y edad! Estaba completamente en blanco, en cero. Nada venía en su rescate. Ninguna mentira, ninguna excusa. Y al darse cuenta de ello, comenzó a temblar como una hoja al viento por el pánico que dicha situación le provocaba, alejándose instintivamente del rubio que hace unos pocos segundos afirmaba como si fuera un trozo de tabla en pleno océano pacífico luego de un naufragio.

Por su parte, los dos invitados no deseados observaban atónitos la escena, tan paralizados que parecían un par de estatuas de parque. Eso, hasta que uno de ellos se volvió tan colorado como su cabello y gritó algo ininteligible para el resto.

Harry tomó a su amiga de la muñeca colocándola detrás de él, mientras que Ron se adelantaba hacia el muchacho que tanto odiaba, dispuesto a maldecirlo sin importar las consecuencias.

–¡No vuelvas a poner tus sucias manos en ella, maldito cerdo! –vociferó apuntándolo con la varita directo al pecho.

–Tus insultos siguen siendo patéticos, tan pobres como tu familia –contestó inexpresivamente, corriendo la varita con el índice–. Ahora, guarda eso antes de que te provoques babosas a ti mismo.

–¡Cállate Malfoy! ¡Al menos en mi familia no hay sucios mortífagos!

Los orbes grises del Slytherin centellearon peligrosamente.

–No te metas con mis padres –siseó de regreso, amenazante.

La situación se estaba saliendo de control a una velocidad espantosa, y Hermione tenía claro que en cualquier momento las cosas iban a terminar en la enfermería para ambos si seguía escalando.

–¡Basta! –chilló desesperada.

–¿Cómo puedes defenderlo? –gruñó Harry, quien hasta el minuto se había mantenido en silencio–. ¡Estamos hablando de Malfoy! ¿O me quieres decir que estabas aquí por tu propia voluntad? –preguntó en un tono no muy amigable.

–Tranquilo Potter, yo la obligué. Solo quería fastidiarla.

La mirada angustiada de Hermione cambió a una de desconcierto. "Me está...¿encubriendo?". Sencillamente no podía creerlo. Malfoy estaba salvaguardando su amistad con ambos muchachos, a pesar de que eso significara echarse la culpa encima y soportar la ira del par.

–Maldito gusano –farfulló el pelirrojo, incrustándole la varita en el cuello–. Pagarás caro.

–¡Ron, no! –suplicó desesperada, afirmando su brazo–. Déjalo, te meterás en problemas. No vale la pena.

–¡Pero Hermione! –exclamó exasperado–. ¿Vas a dejar que se salga con la suya?

–Por favor. No lo hagas.

Dubitativo, Ron retiró su varita lentamente, y sin dejar de asesinarlo con la mirada, abrazó a la castaña en un intento de consolarla. Ella, estática y sin poder zafarse, notó la mirada fija de Draco, que la observaba con un dejo de decepción que rápidamente desapareció, regresando a esa soberbia clásica que durante tanto tiempo odió.

El rubio se arregló la túnica y con elegancia giró sobre sus talones para salir del aula, con el mentón tan en alto que Hermione creyó que se dislocaría el cuello. Sin embargo, al llegar al marco de la puerta se detuvo para agregar una última cosa.

–Con respecto a tu pregunta, Granger, la respuesta es sí –soltó sin voltear–. Pero no volveré a repetirlo. Es más, me olvidaré de ello así que te recomiendo que hagas lo mismo.

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