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☼ EL HOMBRE ADULTO QUE NO QUIERO SER ☼

La clase de música se le hace de lo más aburrida, ya han pasado años desde que ha empezado y la emoción se ha evaporado con el tiempo; prefiere gastar su tiempo en clases de francés o dando otro recorrido en el campo algodonero, que en este mes de seguro se ha de ver desértico, pero puede comprender porque su padre le ha obligado a tomar esas clases, en especial de guitarra y violonchelo. Son instrumentos que ayudan a la postura; los músculos del brazo y espalda a incrementar de tamaño, además de hacerlo ver más masculino.

Del otro lado del salón, en donde el sonido de diferentes instrumentos suena con desiguales, se encuentra su hermana usando el violín y se le ve cansada, de ella es quien proviene las notas melodiosas. Últimamente su padre les ha puesto más extras después de clases para su mayor desarrollo, ha aumentado las horas de práctica y de estudio, cosa que les ha quitado mucho las energías y al dormir no sienten que hayan descansado en realidad.

Arlyn ahora se encuentra en clases de costura y culinarias, hasta gimnasia. Desde lo sucedido con la maestra de francés puede entenderla, solo un poco. Pues para él es fastidioso y cansado el ir a acompañarla diario, pero si eso significaba no ir a encerrarse en una oficina revisando los archivos viejos, los cuales su padre le insistía que pusiera suma atención. Así que, si su hermana quiere otra clase, él puede aceptar cualquier cosa. Por ahora.

— Joven Herrera, ese acorde ha quedado perfecto —anunció su profesor sacándolo de su ensimismamiento, parpadea repetidas veces antes de voltear a verle. El hombre le palmea el hombro, felicitándole—. Sí que ha obtenido frutos su trabajo y esfuerzo, pero es de esperarse siendo hijo de José Luis.

— Con nueve años sería vergonzoso que no, ¿verdad? —decide ignorar lo último dicho por su maestro, pues ha venido de más y le ha desagradado en su totalidad.

— ¿Mañana es tu cumpleaños, verdad? —cuestionó, viéndole con curiosidad y una media sonrisa. David asiente.

— Así es, mañana es mi Dagmar —agrega, pues sabe lo tan importante que es esa palabra para aclarar que la edad que cumplirá es de suma importancia—. Padre dice que es un día muy importante —no solo él, todos. Incluso su tío.

— Un día feliz, sin duda alguna —la sonrisa del maestro se tornó un poco incomoda, tal vez ya haya leído entre líneas que le quiere lejos—. Es un cumpleaños que no vas a poder olvidar jamás, tenlo por seguro.

Y así acabo la conversación, lo cual le hizo sonreír con alivio. Le observa alejarse, pero en vez de ir a con su hermana, la cual obviamente cumplirá años mañana igual que él, se va directamente a un grupo de niños que parecen tener dificultades con algunas estrofas. Nadie felicita a su hermana, nadie le ha dedicado un "pasa buen día mañana" y eso le alegra, pues solo demuestra quien es el mejor y por quien todos harían lo que fuera. Él. Nada más él.

Las siguientes dos horas fueron de pura interpretación de violonchelo, tomando pequeños lapsos de descanso para poder aligerar la presión de sus manos, tomar agua e ir a por un bocadillo. Con el piano fue igual, solo que nada más práctico una hora entera, siendo instruido por su maestro cada cuando. Puede vivir con ello, tal vez cuando consiga su casa propia, mande a hacer un salón en donde poder tocar sin interrupción alguna.

Endereza su espalda, antes de estirar sus brazos hacia arriba mientras exhala para después inhalar, el aburrimiento le ha pegado con ganas. El ligero empujón contra su hombro le hace soltar una risa baja, adora a la joven que le acompaña, no solo porque sea rubia, baja y blanca, sino porque no una idiota total ¿qué podía ser mejor que eso? Una costarriqueña definitivamente. Le gustan más que las estadounidenses.

EL Caso Algodonero; La Ninochka de DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora