Capítulo III

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Abril, 702 D.C.

--El hilo conductor de esta novela es la fecha de cada capítulo. Debes mantener claro que año estás leyendo para no perderte.--

-          Mamá, no quiero que papá se vaya – esas fueron las palabras que arrancaron el llanto del pequeño Mukhtar mientras su madre le abrazaba.

Esta lo sostenía en sus brazos y ambos veían como el hombre montaba su caballo y se despedía mientras se marchaba.

-          Todo estará bien- decía la madre del niño tratando de apaciguarlo.

Mukhtar era muy apegado a su padre. De hecho era la única figura masculina que quedaba en su entorno. Su abuelo se había marchado antes a la guerra, muchos años atrás y ahora le tocaba el turno a  su progenitor. Como era de costumbre las mujeres vestían túnica blanca ese día, simbolizando la esperanza del regreso de cada uno de los que se iban marchando. Eran muchos menos los que volvían y los que lo hacían venían con historias no muy alentadoras para los que se quedaban esperando. Rara vez llegaba un cadáver para ser enterrado. Los que morían en tierras lejanas eran condenados a ser olvidados y sus restos no volvían a sus tierras. Esto hacia el proceso de la despedida mucho más doloroso porque ese momento se convertía en la última vez que probablemente veían a sus seres queridos.

El niño no había conocido a su abuelo, quien partió igualmente a la guerra cuando el siquiera había nacido. Siempre escuchaba las historias de su abuelo de la boca de sus padres y quedaba maravillado con todo lo que había logrado, según decían. El padre vivía diciéndole que en algún momento lo conocería y haría de él un joven guerrero, como lo hizo con el mismo, su padre. El niño las escuchaba todas pero no tenía una esperanza formada, más bien temía porque no tocara el turno de irse a su papa. Y ese día había llegado. Su madre quedó con él en brazos y su pequeña hermana que apenas pasaba los 3 años de edad. Como de costumbre, vestida de blanco esperanza, tomo sus dos niños y se adentró en la casa. Cerró todo y se dedicó a vivir encerrada, saliendo solo para las cosas importantes. Nunca más hablo con nadie que no fuera conversaciones necesarias y por sus hijos. La costumbre le impedía conocer otro hombre, aun cuando su marido muriese en tierras lejanas y la nefasta noticia llegara hasta sus oídos. Le era terminantemente prohibido y se arriesgaba a morir si la atrapaban en esas acciones.

Jamás contó la verdad a su esposo. Ni siquiera a sus propios padres. Se había casado sin estar enamorada. La habían obligado a casarse porque la costumbre así lo dictaminaba. Y así procreó y aprendió a amar, por naturaleza más que por otra cosa. Era producto de la obligación. Juró que moriría con el secreto y ahora más, que quedaban a la incertidumbre de volver a tener físicamente un padre y esposo con ellos. Pero eso cambiaría más adelante, cuando la vida le diera de frente con una decisión que la ponía a escoger entre la Najya madre y esposa, o la Najya mujer libre.

Esa noche cuando el niño por fin se durmió, Najya lloró. Sus lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas mientras su mirada se perdía en un cielo lleno de estrellas con una luna llena. Su vida parecía haber llegado al punto de expiración. No porque fuera a morir joven, sino porque ya no había más nada que buscar. Era la pausa infinita a la que todas las mujeres estaban condenadas. Era ver marchitarse la esperanza de una vida mejor y de un futuro distinto. Y eso dolía más. El temor a la muerte, aunque latente, jamás se compara con el hecho de saberse expirado, detenido, marginado, en fin, muerto. Allí, junto con el paisaje nocturno que se encuadraba en el vidrio de la ventana de su dormitorio, Najya se dejó caer de rodillas, con un cuerpo cansado y un corazón abatido en todos los sentidos.

Cuando llegó el momento de dormir pensó en quitarse la vida. Era una de las opciones ante todo lo ocurrido. Cerró los ojos tratando de buscar una respuesta, o una idea que le desvaneciera de la mente esos pensamientos. Y en esa búsqueda quedó dormida. Se fue despegando de aquel lugar y de aquella realidad. Todo había pasado. Ahora todo estaba en calma. El frio de la noche se encargó de acogerla para que pudiera descansar, y así fue desapareciendo de su mente la idea de morir.

Eva No DespiertaWhere stories live. Discover now