Capítulo VII

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Octubre, 732 D.C. 

--El hilo conductor de esta novela es la fecha de cada capítulo) Debes mantener claro de qué año estás leyendo para no perderte.--

        Se tiró al piso. Buscó el aire dónde ya parecía que no lo podía conseguir. Apretó sus puños y comenzó a pegarle a la misma tierra bajo sus rodillas.  La tomaba en sus manos, apretaba con fuerza puñados de tierra y piedra, y luego las soltaba, aguantando las ganas de gritar fuerte para no ser descubierto. Solo así podía sufrir, en silencio.

        Cuando Najid vio la cabeza de su hijo caer en la tierra y, de una patada en la espalda, el resto del cuerpo caer igual, sintió que la vida acababa. Jamás pensó que le tocaría la experiencia de vivirlo de esa manera, sin poder hacer nada, completamente impotente ante la realidad. ¿Qué podía sacar si bajaba la colina encolerizado para matar al asesino de su hijo? Nada. Ni siquiera llegaría donde él. Arqueros y soldados lo hubiesen detenido antes de siquiera acercarse a donde estaban los muertos. Podría incluso lanzar la espada por el aire y tener la esperanza que fuera a dar al cuello del asesino que ya montaba sobre su caballo nuevamente. Pero entonces recordó que se había despojado de todo su equipo abajo en el rio para estar más liviano en la huida.

        No quedaba nada por hacer. Espero que todos se fueran. Vio como tomaron la cabeza de su hijo y la colocaron en un saco para llevársela. Solo cuando la cayó la noche y la luna alumbraba la planicie donde todo había ocurrido, entonces se dispuso a bajar, sabiendo ya el escenario que le esperaba. Pudo contar los cuerpos según se iba acercando. Y a cada uno de los muertos los agrupó en una especie de pila improvisada. Todos decapitados. Fue buscando las cabezas de cada uno para también colocarlas. Después de casi una hora había terminado. Solo restaba colocar el cuerpo de su hijo. Y ahí comenzó de nuevo el llanto. Cargar los restos llenos de sangre y hormigas de quien en vida fuera su único hijo varón era una experiencia que lo iba destruyendo segundo a segundo. No se dispuso a buscar la cabeza porque bien sabía que se la habían llevado en el saco. Buscó en los mismos cuerpos que agrupó algo para poder encender la fogata. Encendió la llama, hizo una especie de cánticos normales en su país para esas ocasiones y dejó que el fuego comenzara a consumar los restos de los soldados y el cuerpo decapitado de su hijo. Dio la espalda y se fue. No miro atrás.

        Pensó a donde debía dirigirse, si reencontrarse con los otros grupos de ejércitos, regresar como un desertor a casa y enfrentar la justicia o si ir en busca del asesino y reclamar justicia y venganza aunque eso le significase la muerte. Ninguna parecía correcta al momento. Caminaba solo, a la luz de la luna. Subió de nuevo la colina y pasó por el mismo lugar desde el cual había visto la masacre. Continuó de largo por mucho tiempo caminando en línea recta. Perdido. De repente el sueño lo venció y logro divisar una arboleda adelante. Hasta allí llego y el sueño y el cansancio lo dominaron. Quedó dormido. Y en la profundidad y el silencio soñó con su familia.

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        Lo vio de lejos. Montaba un caballo blanco. Venía vestido de soldado a unirse con el resto de sus compañeros. No pudo contener la emoción. Por una parte se alegraba de tener a su hijo ahora luchando a su lado. Aunque por otra parte le aterraba la idea de perderlo. Hace tanto que no veía su amada, ahora por lo menos ver a su hijo le daba ánimos a seguir en ese lugar donde ya llevaba más de 15 años. Tan pronto lo tuvo cerca fue donde él a recibirle. Junto con él venían más jóvenes cuyos padres también estaban ahí.

-          Me da tanto gusto verte, hijo – dijo Najid.

        El hijo bajó de su caballo y se confundió en un abrazo con su padre. Lloraron, pero solo un poco. El padre separo con ambas manos la cabeza de su hijo de su hombro y lo miró a los ojos.

-          Tienes los mismos ojos de tu madre. – le dijo.

-          Me alegra que la puedes recordar a través de mí. – dijo el joven.

        Comenzaron a caminar hacia la cabaña de Najid y cuando entraron el joven tomó agua y se pudo sentar a descansar un poco. El padre continuó hablando.

-          Cuéntame de tu madre y tu hermana. ¿Cómo están?

        La mirada del joven hijo cambió de repente. El padre lo pudo percibir y antes de que pudiera decir algo, el hijo habló.

-          Mamá comenzó a morir el día que te fuiste. Nos encerramos en la casa y no salimos más. Desde esa noche fuimos ella y yo sólos en la vida. Y saber que tarde o temprano su hijo también partiría hacia la guerra era un sentimiento de terror que la fue destruyendo por dentro cada día más. La tristeza con que miraba todo. El desánimo con el que se levantaba todas las mañanas, todo era triste. – las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y continuó – La noticia de la muerte del abuelo no trajeron nada de esperanzas a la casa. Había muerto prisionero, luego de que probablemente lo torturaran en algún calabozo. Nunca lo conocí. Las palabras que me dijiste cuando te fuiste, que el abuelo algún día haría de mi un soldado como él, se desvanecieron. Mamá me vio partir con lágrimas en los ojos, papá. No estaba orgullosa de mi, ni de nada que tuviera que ver con la guerra como ella decía. A la salida del pueblo estaban todas las madres y familiares de cada uno de los soldados, pero mamá no estaba. Ese fue el único recuerdo al salir de mi tierra, el espacio vacío de un cuerpo destrozado por la incertidumbre de la guerra.

        Cuando levantó sus ojos de nuevo vio a su padre llorando igual que él. 

-          Siempre lo supe. Su padre también murió en la guerra. La  muerte siempre fue una idea que siempre aterró a Najya. Pero sabía que era parte de crecer. – dijo Najid.

-          No debe ser fácil papá, sin importar que sea parte de crecer como dices. Quedarse sola, sin poder siquiera rehacer su vida.

Najid cambió el semblante de momento. Una pregunta asaltó su mente.

-          Bueno, sola del todo no quedó. Al menos tiene a tu hermana. Ya sabrán cómo salir adelante. ¿Cómo está ella?

-          Papá lamento decirte esto y sé que te enojarás. Pero de la misma manera que mamá se quedó sin siquiera nadie para poder reclamar, así mismo estarás cuando te diga esto. – dijo el hijo.

        Najid se puso de pie y caminó hasta donde estaba sentado su hijo. Cuando estuvo de frente a él, después de un suspiro, le preguntó:

-          ¿Qué ha pasado con tu hermana? Dímelo en este instante.

El hijo miró a su padre. Una mirada perdida. Con unos ojos que querían decir más de lo que podría expresar. Unos ojos que, años después, se verían desde lejos en el momento de la muerte.

-          Mamá entregó a Mireh la misma noche que te fuiste. No concibia la idea de permitir que ella creciera con los mismos sufrimientos a la que las mujeres de nuestro pueblo están destinadas. Se la entregó a un mercader. Juré nunca decir nada y la casa no se volvió a abrir nunca. A Mireh la llevaron a Gascuña.

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            Najid despertó sobresaltado. Aun no salía el sol y estaba sudando en frio por el sueño que había tenido. Había recordado las palabras de su hijo claramente. En ese momento escuchó unos pasos más adentro en la arboleda. Se escondió tras unos troncos en el piso y vio que era un caballo que venía solo. Cuando llegó donde él pudo ver que tenía la montura del ejercito del norte. Probablemente el de alguno de los soldados que su hijo alcanzo matar antes de ser decapitado. Montó sobre ele corcel, determinado. Vio en uno de los paños del caballo, su próximo destino. El escudo de Serovia. Su decisión estaba tomada. Encontraría a su hija.

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Eva No DespiertaWhere stories live. Discover now