Capítulo VI

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Octubre, 710 D.C.

--El hilo conductor de esta novela es la fecha de cada capítulo. Debes mantener claro que año estás leyendo para no perderte.--

        Entraron a la casa sin avisar. Eran 3 mujeres y dos soldados. Era casi la hora de cenar y sus órdenes fueron explicitas.

-          Necesitamos ver la mercancía – dijo el que parecía a cargo del grupo.

        El padre de la familia se levantó de la silla, donde esperaba como todos los días el plato de comida servida. Miró a su esposa y a sus tres hijas. Ellas le devolvieron la mirada con un gesto de respeto entremezclado con miedo. En ese momento el hombre dijo sus primeras palabras.

-          Disculpen pero ya he cerrado hace dos horas. Tendrán que venir mañana. – dijo el padre.

-          No podemos venir mañana idiota. Tenemos órdenes directas de llevar de vuelta la mercancía hoy. Para eso las he traído. ¿O acaso piensas que nos gusta perder el tiempo?

-          No. Para nada no es eso. Es que… verán—

En ese momento el líder miró al soldado a su derecha e hizo un gesto con la mano. En menos de tres segundos una afilada espada estaba en la garganta del padre de la familia.

-          No sé si me entiendes. Haremos esto por las buenas o por las malas. Y las malas significan regresar con la mercancía y con tu cabeza en un saco. Sabemos que hoy te llegó una caravana y queremos ser de los primeros en escoger. Órdenes directas del duque. – dijo el soldado.

-          Está bien… está bien. Logró contestar mientras el filo abría un pequeño rasguño en su garganta. - No lastimen a nadie por favor. Amor – dijo a su esposa – regreso luego. Ven conmigo – dijo a la hija mayor.

        Salieron a la calle y caminaron hasta el otro lado de la misma. El hombre procedió abrir y todos entraron. Volvió a cerrar. Allí dentro quedaron los siete. El, su hija, los dos soldados y las tres mujeres. Bajaron unas escaleras hacia un sótano. Allí abrió de par en par una puerta de madera grande. Y entró a encender una lámpara. Entonces los soldados vieron lo que venían a buscar. De par en par se fueron abriendo los ojos de ocho mujeres que estaban amarradas de pies a enormes vigas de acero.  Sus edades eran variadas desde niñas pequeñas hasta mujeres mayores de cincuenta años. Los soldados quedaron velando la puerta mientras entonces las mujeres que habían venido con ellos procedieron a examinarlas una por una. Primero inspeccionaron las mayores. La primera en levantarse tuvo problemas para hacerlo debido a una deformidad en la espalda. De inmediato la que la examinaba le hizo señales para que se volviera a sentar. No era lo que vino a buscar. Así también hizo con las  otras cuatro que parecieron mayores de treinta años. Cuando comenzaron con las otras tres, una de ellas escupió la cara de la que estaba verificándolas. Una bofetada fuerte la envió de nuevo al suelo con la boca llena de sangre. Inmediatamente la otra joven se levantó a defender la primera pero esta también fue sometida por uno de los soldados que había venido desde la puerta a mantener el orden. De las mujeres que vinieron con los soldados, la que parecía la líder de ellas dijo:

-          Definitivamente que no nos llevaremos ninguna de estas. Terminarían muertas por algún guardia del palacio.

        Dieron media vuelta para irse cuando la tercera mujer que no había siquiera examinado a ninguna de las mujeres atadas, escuchó un gemido. Más bien un quejido y un llanto por lo bajo. Giró a mirar, antes de que el dueño del local apagara la lámpara y vio los ojos de la más joven de todas, llorando. Se lo comentó a la líder y esta se detuvo. Todos regresaron al centro y entonces la que vio a la niña se le acercó. La niña, asustada, retrocedió lo más que pudo entre la paja del piso donde dormía y hasta donde a cadena en su pie le permitía. La señora se le acercó y le puso la mano en la frente. Inmediatamente la niña se tranquilizó. Preguntaron el nombre de esta a las mayores pero ninguna de ellas contestó. Más bien hicieron señales como de no saberlo. Entonces la líder se paró frente a ella y preguntó:

-          Dime tu nombre.

        La niña no contestó. Sus ojos aun húmedos continuaban mirando a su amo, al que la había llevado hasta allí. Entonces los soldados, pensando que el amo tenía la respuesta, le increparon que dijera su nombre pero él aseguró no saberlo. Aun así la líder de las mujeres dio el visto bueno y el dueño procedió a soltar la cadena para entregarla. La hija del hombre, que había venido con ellos al sótano, cambio su ropa y se disponía a marcar la mejilla de la niña como la costumbre dictaba al ser una esclava comprada por la nobleza. De esta manera nadie, en ningún lugar, se atrevería a hacer algo con la mercancía del duque. Pero la líder de las tres que había venido con los soldados la detuvo.

-          No la marques. Nos la llevaremos, pero aún no sabemos si el duque se quede con ella. – dijo, sosteniendo la mano de la joven con el fierro candente.

        Procedieron a hacer la entrega sin preguntar más. Y salieron de allí. En el piso superior, el dueño del local dijo el precio a los soldados. Y el líder, de un empujón, lo lanzó al piso.

-          No te daremos nada, imbécil. Y aún no sabemos si la traeremos de vuelta mañana. Regresa con tu familia sino quieres ser llevado también al castillo y allí mismo le cobras de frente al duque. – le dijo riéndose.

        Salieron los dos soldados y las tres mujeres y se fueron, cargando con la niña recién adquirida en una carreta sellada. El padre y su hija mayor se fueron a su casa cruzando la calle.

        Cuando ya todo había pasado, un hombre con una capa sobre su cabeza se colocó frente al local en donde todo había sucedido y de alguna manera magistral logró entrar sin hacer ruido. Fue hacia abajo y buscó donde ya sabía que guardaban la llave escondida. Abrió las puertas y encendió de nuevo la lámpara. Las vio a todas llorando.

-          ¿Qué ha pasado? – preguntó.-  Vi hombres del castillo aquí.

        No obtuvo respuesta alguna. Paseó su mirada por el cuarto medio oscuro. Y al final de su recorrido visual vio el último espacio vacío. Sus piernas se doblaron y sus rodillas cayeron al suelo en el mismo medio del salón. Bajó su cabeza y comenzó a llorar sin consolación. De momento sintió un brazo en su hombro izquierdo. Y saliva con sangre que caía sobre él. La saliva de quien le hablaba.

-          Te dije que era muy niña aun, Jilde’h. Debiste mantenerla contigo algunos años más. No la debiste esconder aquí. Ahora se la han llevado y solo tiene once años. 

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Eva No DespiertaWhere stories live. Discover now