Veintiuno - 3/5

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—Tessa. Tessa... —Un sonido gutural sale de mi garganta. Un ser despreciable mueve mi cabeza de un lado a otro para despertarme—. ¡Theresa! —La voz de Jen suena increíblemente aguda, penetra en mis oídos y me provoca un dolor de cabeza infernal. La maldigo en mis pensamientos aún con los ojos cerrados.

—¿Qué mierda quieres, Jennifer?

—Me estás babeando —se queja.

Abro los ojos y al instante me lamento de hacerlo. Apenas entra luz por la ventana pero se siente como si tuviera al sol a escasos centímetros. Achino los ojos en un intento de acostumbrarme a la iluminación. Le doy una mirada rápida a mi habitación y encuentro el brazo de Jen bajo mi cabeza, mojado por mi saliva. Ruedo por la cama para liberar la acalambrada y dolorida extremidad de Jen.

Entierro la cara en una de las almohadas deseando no volver a salir de ahí en mi vida.

—Todo me da vueltas —le digo a la rubia tendida en la otra mitad de la cama.

—Ni se te ocurra vomitarme encima. —Las palabras de ella también salen amortiguadas, supongo que ha hundido su rostro en algún lugar, al igual que yo—. Ya tuve suficiente con tu saliva por todos lados.

Como si el mundo estuviera confabulando en nuestra contra, una alarma que reconozco como la de la señora Fittz, la vecina, se dispara.

Ambas soltamos un gruñido. La estúpida sirena se burla de nuestra resaca bajando varias octavas y volviendo a subir con más potencia teniendo un efecto devastador en nosotras.

Su malditos piuu piuu piuu piuuuuuuu waam waam waaam suenan por media hora hasta que no puedo resistirme. Estampo una almohada con todas mis fuerzas en la ventana antes de salir de mi cuarto hecha una furia dispuesta a gritarle a la señora que de vez en cuando me regala galletas.

—Tessa, baja el ritmo. No puedo seguirte. —Jen viene detrás de mí dando tumbos. La ignoro. Me lanzo al picaporte y tiro de él.

El preciso momento en que el sol nos da a Jen y a mí de lleno en el rostro me siento un vampiro. Me arden los ojos, estoy segura de que me convertiré en cenizas o que explotaré por la alarma del demonio. Lo que pase primero.

Pero me olvido de una variable, un miniparo cardíaco también es una opción.

Uso mis manos para protegerme de la luz. Me arrugo como pasa de uva para lograr ver algo. Diviso un auto negro estacionado en la acera y un chico viniendo a nosotras con una bolsa de caramelos.

¿Auto negro...?, ¿Caramelos...?

¡Diablos!

Me quedo atónita.

—¿Ese es...? —Antes de que Jen, desde detrás de mi espalda, termine su pregunta, he cerrado la puerta, echado llave y puesto el seguro—. ¿Por qué no le abres a Kieran? —reformula su pregunta masajeándose las cienes, se ve estresada.

—Porque tengo una resaca infernal, tengo un humor de perros y la última persona en el planeta que quiero ver es él.

—Creí que con la venganza se habían arreglado sus problemas —susurra para que nadie más que yo la escuche. Con la sirena sonando todavía es imposible que se nos oiga desde afuera, aunque mejor ser precavidas.

—No. Para nada. Solo desencadenó otra discusión —le informo.

Ella luce destruida y yo no debo estar mucho mejor. Otra razón por la que no le abriré a Kavinsky.

—Por eso te emborrachaste —dice atando cabos.

Tocan el timbre, interrumpiendo la charla. Jen observa la puerta y luego a mí. Pasea su vista tres veces entre las dos, pensando. Para ella somos una difícil ecuación a la que le urge una solución.

Ayudando al PlayboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora