Veintinueve

23.6K 1.1K 129
                                    

Dolor.

Melany no es precisamente alguien que se sienta a llorar por horas a sumergirse en un mar de autocompasión. No se despedaza fácilmente. Claro, no le gusta el dolor, como a todos, y pese a eso ella lo oculta y finge que no existe.

Sin embargo, cuando tienes diecisiete y tu primer novio te termina el dolor es excesivamente grande para cualquiera. Tal vez por las hormonas, tal vez por las ilusiones que tenías, tal vez por lástima hacia uno mismo... quién sabe.

Cuando mi primer novio rompió conmigo fui a mi habitación, me encerré y no salí de ahí hasta haber visto las dos primeras temporadas de Grey's Anatomy. Necesitaba que alguien me entendiera y quién mejor que Meredith Grey con su relación llena de altibajos.

Melany definitivamente no es como yo. Oh, no es nada como yo. Nos arrastró con ella a una fiesta, y no a cualquier fiesta, sino a una universitaria, ¡en pleno lunes! Los universitarios no tienen mucho interés en los horarios de nadie. En resumen, les importa un comino que al día siguiente haya clases. Digo, siempre tienen ojeras y cara de zombie pero, ¡yo necesito dormir!

Y eso es lo que le digo a Melany justo antes de bajar del auto.

—Bueno, yo necesito un trago —responde sin preocuparse por mí en absoluto.

Las tres la observamos descender y dirigirse a la puerta de la fraternidad mientras se bebe el contenido de una botella que guardaba en su bolso.

—¿Cuánto creen que dure así? —cuestiona Jen.

—Le doy dos botellas más y el estado de negación se habrá ido, dando paso a las lágrimas —a pesar de lo horrible que suenan las palabras de Abbi tienen mucha verdad en ellas.

La fiesta es una locura, aunque no en el buen sentido. Es salvaje, mejor dicho los chicos son salvajes. Hay chicos arrojándose por las escaleras, otros lanzándose un balón de football americano, rompiendo lamparas y demás, y otros haciendo clavados a la piscina desde el segundo piso. Una verdadera locura.

—Manténganse cerca. Debemos vigilarla si no queremos que cometa estupideces —. Jen y yo asentimos ante el pedido de Abbi.

Cada una se va por su lado, no muy lejos: Abbi se une a Mel en la pista de baile, a Jen la pierdo de vista y yo quiero un trago.

Me dirijo a la barra al mismo tiempo que recibo un mensaje. El habitual mensaje de Kieran. Estoy a punto de responderlo cuando alguien choca conmigo y un líquido frío cae sobre mí. Las formas que tiene la vida de darte lo que quieres son realmente extrañas.

Levanto la vista hacia la persona que hizo esto y encuentro a un chico de facciones agradables que luce muy mortificado por lo que ha hecho.

—Lo siento, lo siento. No fue mi intención —se disculpa.

Ojos y sonrisa cálida, cabello castaño, como quince centímetros mas alto que yo, apariencia simple: jeans, camisa y camiseta. Hay algo en él que me parece familiar.

—No, yo lo lamento. No veía por donde iba. —Le regalo una sonrisa comprensiva.

—No, en serio. Soy algo torpe y...

—No es tu culpa —digo tomándolo del brazo en un intento de calmarlo. Lo observo por un largo segundo tratando de hallar algo en él que me diga quién es—. Perdona, ¿te conozco?

Se toma otro instante para inspeccionarme hasta que algo le viene a la mente.

—El centro comercial, más precisamente la cafetería.

Ahora recuerdo. Es ese chico al que le pedí su número. El reto de Kieran.

—Déjame pensar... Ryan, ¿no?

Ayudando al PlayboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora