Especial de Navidad

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El castaño terminó de colocar el último cubierto en la mesa cuando su esposo ingresó a la habitación con un pequeño de ojos avellana en sus brazos, el chico sonrió con ternura y fue al encuentro de su esposo e hijo. El menor de la familia extendió sus brazos hacia su padre quien lo cargó y alzó girando un poco mientras sus carcajadas infantiles llenaban de paz a la pareja.

Alexander sonrió a verlos y escuchó como el timbre del hogar sonaba, el muchacho suspiró y nervioso fue a abrir la puerta. La pareja había sido la encargada de preparar aquella cena de navidad para la familia Blake West, y a decir verdad, el tiziano se encontraba bastante asustado por ello. Sus padres lo habían preparado para ese momento, pero temía el haber cometido un error en el guisado sin haberse dado cuenta.

―¡Feliz navidad! ―gritaron los recién llegados cuando el muchacho abrió la puerta. Natalia, Adrián y Christian, ingresaron con bolsas y cajas en sus manos. El chico sonrió y cerró la puerta una vez que todos se encontraban dentro de casa.

―¡Abuelos! ―aquel grito alertó a los invitados quienes de inmediato recibieron al pequeño de cabello castaño ondulado. Nathan sonrió al ver a su hijo y luego se giró a ver a su esposo. Alex se encontraba ensimismado observando la escena con una sonrisa en su rostro, Nath con el simple hecho de verlo de esa manera, sentía su corazón dar un vuelco de júbilo.

Después de diez años de casados, aun podía sentir aquel cosquilleo en su barriga cuando miraba a Alex llegar a casa o cuando iba por él al trabajo. El tiziano aún seguía causando muchas emociones en él y eso la verdad es que le encantaba.

―Supongo que vienen hambrientos, iremos a servir la cena. ―dijo el tiziano caminando hacia su esposo para tomarlo de la mano y llevarlo consigo hacia la cocina. El chico le dio una última mirada a su familia y sonrió con alegría. Aquellas fechas lo llenaban de tanta alegría, y solo por estar con sus seres más queridos. ―Nathan, ¿podrías ir llevando las ensaladas? ―el chico asintió pero antes de marcharse tomó a su esposo de la cintura llamando su atención.

―Te amo. ―le susurró dejando un suave beso en sus labios. El chico se sonrojó y correspondió al abrazo. Diez años de casados y aun Nathan lo hacía sonrojar como un chiquillo de diecisiete años, tal como sucedía cuando comenzaron su relación.

―Lo sé, también te amo mi vida. Ahora ve, no quiero hacerlos esperar. ―Nathan asintió robándole un último beso, para luego marchar a cumplir el favor de su esposo.

Cada uno de los platillos fue servido, y unos veinte o treinta minutos después, toda la familia se encontraba cenando como correspondía, algunas conversaciones giraban en torno al tiziano, los cuales iniciaban con cumplidos por la exquisita cena, Alex simplemente agradecía y se sonrojaba. Nathan amaba ver esas mejillas pecosas tornarse rojas, simplemente amaba por completo a su esposo.

―Espero Santa pueda traer todos los regalos... ―susurró el pequeño de la familia. Todos le dieron respuestas afirmativas, calmando al niño que parecía estar más preocupado por Santa que por disfrutar de la cena.

Una vez concluida esta, los abuelos junto a su nieto se reunieron en la sala del hogar, mientras que los dueños lavaban los utensilios que habían utilizado. La pareja se encontraba en su propia burbuja. Estaban felices de que todo estuviera resultando como lo habían planeado durante dos meses. Cuando culminaron con la tarea, se juntaron a sus familiares para seguir conversando, cantar algunos villancicos y abrir unos que otros regalos que los abuelos habían traído.

Ya cuando el reloj marcaba veinte minutos para las doce del veinticinco de diciembre, Nathan llevó al pequeño Nicolás a su habitación para que descansara. Había caído rendido como un ángel sobre el sofá, mientras su abuelito Christian le contaba su cuento favorito. Peter Pan.

―Bueno chicos, nosotros vamos a dormir. ―dijeron los padres de Alex despidiéndose de su hijo y yerno. Natalia se unió y de igual forma copio la acción de la pareja. El trio marchó a sus habitaciones, las que siempre solían utilizar cuando se quedaban de visita en aquel hogar.

Alexander y Nathan arreglaron algunas cosas, por ejemplo, colocaron los obsequios de su hijo bajo el árbol junto a los de sus padres, agregaron algunos dulces en los calcetines de navidad y comieron de las galletas y bebieron del vaso de leche que su inocente primogénito había dejado para el cansado y hambriento Santa. Una vez culminado todo, la pareja decidió marchar a su habitación.

Alexander tomo la delantera, ya que Nathan comentó que tenía una última cosa que hacer. El chico solo asintió y se fue sin rechistar, una vez que estaba en la habitación, comenzó a desvestirse con pereza, estaba un poco cansado pero aun así feliz de haber tenido una excelente cena de navidad.

―¿Alex? ―la voz de su esposo lo hizo sobresaltar causando que se girara a verlo. El castaño le sonrió y cerró la puerta tras de sí agregándole el seguro. El tiziano se sonrojó y notó como el mayor sacaba y alzaba un muérdago. ―¿Conoces la tradición?

―Por supuesto que si... ―susurró tímido caminando hacia su pareja. El menor pasó sus brazos por los hombros ajenos hasta dejarlos en la nuca de su marido y sin pena alguna, se acercó y lo besó suavemente en los labios. Nathan no demoró en responder, de un segundo a otro, había soltado el muérdago y había sujetado a su esposo por la cintura, alzándolo y ayudándolo a colocar sus piernas alrededor de la suya. ―Te amo, te amo... ―murmuró entre besos el tiziano.

―Y yo a ti, mi amor... ―respondió el castaño dejando a su esposo suavemente en las sabanas de la cama. El chico miró al hombre que lo hacía suspirar desde que lo conoció. El pequeño reflejo de la luna se colocaba por la ventana, dándole un toque más suave y delicado al rostro y al cuerpo del pecoso. ―te necesito, Alex.

―Entonces... hazme el amor, Nath... ―pidió el chico llevando sus dedos temblorosos a la camisa de su esposo. El castaño se desabrochó los pantalones y los fue bajando con torpeza, mientras que con sus pies se quitaba los zapatos. Alexander desabotono la camisa ajena y se la quitó a Nathan logrando apreciar aquel cuerpo que lo volvía loco.

Nathan sonrió al verlo morderse el labio causando que lo besara con suavidad. Las yemas de sus dedos viajaban por la suave y pálida piel de su pareja, causando que el tiziano se estremeciera y removiera bajo el cuerpo de su amado. El castaño fue bajando sus labios por el cuello del chico, dejando unos que otros besos húmedos en su piel. Algunos jadeos salieron de los labios del tiziano, que llevaba sus manos por la espalda de su esposo acariciándola y arañándola cada vez que su pareja lo marcaba con alguna mordida.

Sedientos el uno del otro, ambos se terminaron despojando entre caricias y aruños, la última prenda que los mantenía protegidos. Entre una burbuja de pasión, deseo y amor, ambos chicos se unieron en un solo movimiento, causando que el menor de la relación gimiera de placer. El castaño suspiró y comenzó a moverse suavemente mientras dejaba besos por la piel de su dulce amado.

Alexander por su parte, solo se aferraba más al cuerpo de su alma gemela con ayuda de sus extremidades inferiores y superiores, sus manos propinaban caricias en la espalda de su esposo y subían a su cabello en donde perdía sus dedos entre aquellos lisos mechones de tono café que lo hacían suspirar.

―Te amo... ―susurró el tiziano entre un gemido. Nathan alzó el rostro y con una estela de sudor sobre su frente sonrió y detallo el rostro de su pequeño. Su carita parecía de porcelana, brillante a causa del sudor que recorría su cuerpo debido al mar de placer en el que se encontraban sumergidos.

―Y yo te amo a ti, mi cerecita... ―respondió con otro gemido tomando asiento en la cama. Alexander quedó sentado sobre el regazo ajeno y comenzó a moverse tan rápido como su cuerpo se lo pedía.

Los gemidos, los jadeos el sonido húmedo que hacia el chocar de sus pieles, hacían una mezcla exquisita para los dos amantes que se amaban con pasión y locura bajo la luz de la luna, siendo ella y las estrellas testigo de aquel verdadero amor. Sintiendo pequeños espasmos, ambos llegaron al orgasmo sin soltarse el uno del otro.

―Feliz navidad, mi alma gemela. ―dijeron al unísono sonriendo.

Frente a frente, ambos chicos se miraron con amor a los ojos. Cada uno perdido en la mirada del otro. La pareja sonrió con ternura y abrazándose con fuerza, sellaron aquel acto de amor con un suave y delicado beso.

Hey, chico nuevoWhere stories live. Discover now