Capítulo uno

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El último juego de sábanas que me quedaba, se escurrió por mis nerviosas manos. Me mantuve quieta en el mismo lugar donde me cerraron la puerta. En el fondo, y después de mi actitud no podía creérmelo, había sido una situación un tanto divertida. Todo el mundo tenía a la monarquía como gente importante y elegante sin darse cuenta que todos ellos vivían del pueblo. Otro estúpido príncipe más se salía con la suya a las espaldas de los periodistas que seguían sus pasos. Kenneth no era el mejor hermano; sus escándalos y problemas se situaban en las primeras notas de prensa de Europa. No hice ningún esfuerzo para recoger lo que se me había caído. Al contrario; con mis zapatos las arrastré hacia un lateral de la puerta y salí de allí con una sonrisa.

Me pagaban por organizar las habitaciones que quedaban vacías antes de que los invitados o dueños del palacio volvieran. Uno de ellos lo hizo, y así se quedó todo; una cama revuelta después de que un estúpido y engreído príncipe se hubiera revolcado con alguna modelo con deseos de conquistar el corazón de Kenneth. La desesperación de ellas las llevaba a la humillación después de no recibir ninguna llamada por parte del encantador príncipe.

¿Cuántas historias había escuchado? Miles. Vivir en palacio tenía sus consecuencias y sus cosas buenas, por supuesto; pero eso no significaba que estar rodeados de toda esa clase de personas, me hiciera olvidar quien era realmente.

—Kenneth ha vuelto —informé al llegar a la cocina. Todos detuvieron lo que estaban haciendo para escuchar la "gran noticia". Tiré hacia atrás de una silla y me posicioné delante de mi madre. Estaba preparando una tarta de fresas; mi favorita. Con una amplia sonrisa, intenté quitarle una lámina de la fruta roja. Golpeó mi mano como si hubiera hecho algo malo. —¿Qué?

Enjuagó sus manos y dejó de espolvorear glasé.

—¿Recuerdas cómo debes dirigirte a los príncipes?

Jugué con una de las trenzas que me caían sobre el pecho. Uno de mis castigos era que tratara a la realeza con educación y simpatía, incluso si no podía convivir con ellos ante todo el odio que podía sentir hacia personas que solo sabían asentir con la cabeza y mover la mano de un lado a otro para saludar a los del pueblo.

—Sí —respondí.

—Pues no lo olvides, Thara.

Eché hacia delante la otra trenza que descansaba sobre mi espalda. Necesitaba salir de allí y no volver hasta la noche. Tenía que contarle a alguien como había visto los pecados que se cometían cuando la reina no estaba cerca; No pensaba que Kenneth era un hombre que se dejaba cabalgar por una mujer. Parecía más... ¿dominante? Por su arrogancia. Aunque de alguna forma tenía que complacer a todas esas mujeres que caían ante sus encantos.

—¿Puedo salir ya? He terminado antes de hora...

Alguien me cortó.

—En realidad no has acabado tu trabajo —había llegado hasta mí con los pies descalzos y con un rostro más sereno. Evitó mirar a sus empleados por encima del hombro, pero su arrogancia le incitaba a demostrar que era mejor que todos nosotros. —Falta limpiar mi habitación.

Como siempre, ahí estaba mi madre para excusarse por mí.

—Señor Kenneth —hizo una reverencia—, disculpe a mi hija...

—Lo olvidaré. No hay ningún problema —subió las mangas de su camisa blanca para coger una lámina de esas fresas que había estado preparando la repostera del palacio. Me mantuvo la mirada y devoró la fruta hasta relamerse los dedos. —Acompáñame. Te diré lo que tienes que hacer y cómo la quiero cada mañana cuando salga de ahí. ¿Entendido?

Empezó a incomodarme la mirada de mi madre. Me levanté sin hacerle caso y quedé delante de él. Sin reverencia u otro tipo de trato diferente al resto de personas; todos éramos iguales...salvo el título.

—Si la mujer que había antes en tu habitación sigue ahí —quedé cruzada de brazos —puedo volver más tarde.

Su postura se enderezó.

—He dicho que me acompañes. Creo que lo he dejado muy claro, ¿no?

—Thara, haz lo que te piden —tiró de mi brazo en el momento que Kenneth salió de la cocina y nos dejó a solas. —Deja de tratarlo como si fuera uno de tus amigos.

—Mis amigos son republicanos. Lo sabes, mamá. Si acepté el trabajo es porque necesitaba el dinero por la universidad. No me pidas que me humille, por favor.

Los ojos de ella se cerraron; ¿a cuál más cabezota?

—Me conformaré si le tratas de usted.

Volví a jugar con las dos trenzas que me había hecho esa mañana y salí para seguir al principito hasta su habitación. Tuve que caminar detrás de él, porque cada vez que intentaba avanzar sus pasos, sus pies descalzos resonaban ante los acelerados pasos que daba. Kenneth estaría por encima de mí. Iba captando el mensaje.

—Cuando esté todo listo —«tenía que hacerlo» —, le llamaré.

Era la primera vez que lo veía sonreír.

Cerró la puerta dejándonos a los dos encerrados.

—Empieza, criada.

Las sabanas que dejé tiradas delante de su puerta, cayeron sobre mi cabeza; me las había lanzado. Me costaba respirar de la impotencia de no poder o hacer algo contra él.

—Escoria —estallé.

Pero mi tono de voz fue bajo.

—¿Has dicho algo? Desde aquí no puedo oírte —soltó una carcajada. —¿Qué debería hacer contigo después de todo lo que has visto?

La camisa abandonó su cuerpo y se escurrió por sus fornidos músculos.

—Si me pones una mano encima lo contaré a todo el mundo. ¿Le ha quedado claro?

En tres pasos lo tuve delante de mí, y cuando intenté aferrarme a algo ya que una mano empujó mi cuerpo hacia la cama, no conseguí establecer el equilibrio. Dejé de respirar durante un segundo al tener sus manos en mi cuello, y cuando creí que sus dedos se marcarían en mi piel, me di cuenta que me estaba paralizando sin hacerme daño.

Apartó una de sus enormes manos de mí para desabotonar el uniforme que llevaba puesto.

—¡Apártate de mí!

Kenneth llegó hasta la tira de mi sujetador.

—¿O qué pasará? ¿Gritarás más fuerte? ¿Piensas que alguien te ayudará? Aquí mando yo, y ni tú ni nadie me dejará en ridículo —entreabrió mis muslos con un movimiento de cintura. —Ahora relájate. O entonces sí dolerá.


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La seducción del príncipeWhere stories live. Discover now