Capítulo siete

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No soy un hombre que miente. La verdad... —iba a responderme con sinceridad, pero alguien nos interrumpió. Ambos bajamos la cabeza (y estaba segura que no fue por vergüenza) esperando a que nos volvieran a dejar a solas. No sucedió. —De acuerdo. Tenemos que irnos, Thara. Esperaré fuera.

Adentró una vez más las manos en los bolsillos de su traje negro y salió de allí sin mirarme a los ojos. La modista empezó a tirar de mi ropa. No me moví. Mi mirada seguía fija en la puerta mientras que una vocecilla, que para mí sonaba muy lejana, me pedía un poco de colaboración por mi parte. Acabé poniéndome el vestido y posando como una modelo mientras que esperaba los últimos retoques antes de salir a la pasarela. Realmente quedé con las ganas de descubrir si Kenneth esa noche quería mi compañía.

¡Qué locura, Thara! Él, al igual que yo, estábamos completamente solos. Erick se fue. Y las mujeres que solían acompañarlo a él...eran demasiado despampanantes para los invitados que asistirían a la embajada. Al quedar delante del espejo, me di cuenta (y me costó reconocerlo) que en el fondo el vestido blanco, con la espalda descubierta, era muy bonito. Carísimo, pero precioso. Con los tacones puestos, esperé a que alguien me llevara hasta la limusina. Y sonreí al verlo fuera. Esperándome a mí.

—Hola —sonrió dulcemente.

La llamativa corbata resaltaba su oscuro cabello. Esa postura caballerosa lo hacía más atractivo. Aunque ya era un hombre elegante y con clase. Me ofreció su mano y la acepté encantada. Mi brazo rodeó el suyo y seguí poco a poco sus pasos. Acarició mi piel y soltó una carcajada al darse cuenta que miré por encima de mi hombro. De repente me sonrojé. Únicamente observaba que la mujer que me ayudó a quedar espectacular por esa noche...no ensuciaba nada. Al día siguiente lo tendría que limpiar yo, y si mi madre nos descubría tendría una larga conversación con ella. La evitaría a toda costa. Deseaba no encontrármela.

—Kenneth nos está esperando a fuera. Estás preciosa —Philippe me piropeó al darse cuenta que agrandé los ojos en el momento que nombró a su amigo. —¿Preparada para bailar un vals?

Reí yo.

El francés frunció el ceño.

—¿No es una broma?

—Por supuesto que no —rodeó mis hombros al salir. Me quedé pensativa. No me veía bailando un vals. Bueno, básicamente estaba segura que no encajaría en ese mundo que mucha gente envidiaba y que otros odiaban con todo su corazón. Un hombre abrió la puerta del vehículo que se inclinó hacia delante para saludarnos, y adentré mi cuerpo con cuidado con la mala suerte que me pillé el vestido con la punta de los zapatos y caí encima del príncipe. Por suerte, el único, Philippe me ayudó. —Kenneth es el mejor.

El otro, tan serio como siempre, no nos miró en ningún momento. Ni cuando tropecé se dignó a mirarme. Seguía entretenido con su copa de coñac, dándole un trago de vez en cuando.

—¿En qué soy el mejor? —por fin abrió la boca.

—Podrías enseñar a Thara los pasos básicos del vals.

Nunca antes había estado tan incómoda al lado de dos hombres. Philippe se había vuelto loco. Al menos no fui la única que se dio cuenta. Kenneth y yo nos miramos, y al darnos cuenta que mantuvimos muchísimo tiempo la mirada el uno al otro, la bajamos para evitar soltar algún comentario fuera de lugar.

—Baila tú con ella.

Los nudillos se me quedaron blancos, y las uñas se me empezaban a clavar en la palma de la mano.

La seducción del príncipeWhere stories live. Discover now