Capítulo tres

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No te esperaba este fin de semana aquí, hija.

Se puso a doblar la camiseta que dejé tirada a los pies de la cama; no podía creer que Kenneth supusiera que me sentía atraída por él. Estaba muy equivocado. Mi cuerpo estaba helado y reaccionó. No tenía que pensar más en ello. Pero cuando salí de allí, con la risa del príncipe taladrándome en los oídos, le di vueltas toda la noche lo que había pasado. Estaba borracho. Era un juego más.

—Al final no tenía nada que hacer. ¿No te importa, verdad?

Mi madre sacudió la cabeza y se sentó junto a mí. Ni siquiera me había dado cuenta lo tarde que era. No desayuné y evité comer algo por el simple hecho de salir de esa habitación. Había escuchado que Kenneth se paseó por allí un par de veces...y eso que él no frecuentaba demasiado los puestos más repletos de empleados (cocina, jardines...).

—Al contrario. Sabes perfectamente que no me gusta ese grupo de amistades que tienes, Thara.

—Mamá...

—Escúchame —sostuvo mis manos y besó mi mejilla antes de seguir hablando—, no me fío de ellos. Tengo la corazonada de que harán algo malo.

Podía sonar ridículo, pero Erick siempre hablaba de atentar contra la realeza para que el país fuera a mejor. No le daba demasiada importancia a él y sus discursos en las puertas de la universidad para llamar la atención de otros radicales. Lo único que hacía era pasar unas horas a su lado y luego uno de los dos desaparecía. Aquello no era una relación; no era estúpida.

—Olvidémoslos —sonreí. —¡Al menos estaré aquí sin hacer nada!

Mi felicidad duró poco.

—El señor Kenneth quiere hablar contigo. Thara...—¿otra vez? ¿De nuevo soltaría el discurso de que lo tratara con respeto y me inclinara como lo hacía ella? Aquella imagen era humillante para mí. —Por favor. Este trabajo es importante para las dos.

—Es un descarado, mamá. No lo soporto.

—Cuando regrese su madre la actitud del príncipe cambiará.

—¿Por qué?

—Todo hijo teme a su madre —se levantó. —Te está esperando en la biblioteca de la segunda planta. Lleva un rato allí. No sabía cómo decírtelo.

Normal.

Era mi día de descanso.

¿Qué quería ahora?

¿Seguir humillándome?

Cuando la puerta de mi habitación improvisada se cerró, arrastré perezosamente mi cuerpo hasta el armario y busqué las primera prendas de ropa que había sacado de la maleta; una camisa blanca de mangas cortas con unos vaqueros estrechos. Para recibir al príncipe no tenía que ir de gala. Que le quedara claro a todo el mundo.




Había cogido la mala costumbre de escuchar u observar lo que se escondía dentro de las habitaciones. Una de las puertas de la biblioteca estaba abierta. Kenneth estaba de pie, cruzado de brazos y con el ceño fruncido como de costumbre. Estaba serio, irritado. Me atrevería a decir hasta amargado.

La seducción del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora