Capítulo doce

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Si realmente Kenneth no estaba detrás de esa puerta no le importaría mi entrada en el interior incluso cuando podía utilizar la excusa de que tenía que ordenar un par de cosas. No me tomé la molestia de ser sigilosa. En aquel pasillo no había nadie salvo esas aterradoras miradas de todos esos monarcas que estaban pintados con sutiliza y remarcando unos rostros serios que llegaban a imponer respeto. Y una vez que mi cuerpo tuvo la oportunidad de colarse, me detuve a tiempo. ¿Por qué imaginé que realmente él no estaba allí? Porque mis ojos eran testigos de esa imagen que intentaron ocultar dos personas que parecían muy diferentes y que algo los unía por mucho que lo negaran.

Hubo un incómodo silencio.

Bien dijo Elsa Triolet que «el silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños».

—No sabía que estabas ocupado —dije, mirando directamente a esa mujer que intentaba esconderse detrás de él. No sé por qué pensaron que los demás no nos daríamos cuenta que entre ellos dos había algo. Realmente, ¿a quién le importaba? Era libre de llevarse a cualquiera a la cama. Era un hipócrita que humillaba a la clase media, y el primero en ofrecer una invitación para retorcerse en sus sabanas para no estar solo. —Volveré en otro momento.

Judith quedó cruzada de brazos mientras que el silencio de Kenneth parecía una advertencia. No para mí, por supuesto, ya que salí de allí con una amplia sonrisa. Pero parecía que para ese día no era bendecida por la tranquilidad, ya que mis pasos fueron acompañados por unos más fuertes y veloces. No esperaba que se tomara la molestia de reunirse conmigo, y la única posibilidad que quedaba era para que siguiera con sus burlas.

—¿No te han enseñado a llamar a la puerta? —Kenneth recostó la espalda en la pared, y yo hice lo mismo en la de delante de él.

Quería sonar tan formal como él, pero parecía imposible.

—Es lo que he hecho. Pero sí, por hoy te daré la razón. No debí entrar, y más cuando no tenía tu permiso —parecía humillante, aunque mi madre de pequeña solía darnos el sermón a mi hermana y a mí que a veces teníamos que ser humildes y saber cuándo nos equivocábamos para aceptar ese pequeño y no mal intencionado pecado. —Discúlpame.

—¿Estás disculpándote? —tuvo que bajar la cabeza para no mostrar esa sonrisa que le saqué. Fue inevitable. Él también consiguió que estirara mis labios y me sintiera bien a su lado por primera vez. —¿Tendré que acostumbrarme?

Mi respuesta fue negar con la cabeza.

Otra carcajada por parte de Kenneth.

—¿Qué querías, Thara? —alcé la barbilla ante el respeto con el que se estaba dirigiendo a mí. Duró poco y se dio cuenta. —Habrás descansado después de haberte tomado la mañana libre en vez de trabajar. Miles de personas desearían estar en tu lugar. Pero claro, mamá consiguió meter a su pequeña. ¿Tal vez para compensar toda su ausencia...?

—No quiero discutir, Kenneth.

—¿No? —acomodó las manos en la pared para impulsar su cuerpo hacia delante y acercarse a mí. Lo tenía cerca y ambos esperábamos que el otro hablara. —¿Entonces?

¿Es qué solamente discutíamos?

—Más bien a rectificar todo lo que te dije esta mañana. No pienso realmente que tus padres no te quisieran —bajé la cabeza para evitar su mirada. —E imagino, y no lo conozco, que tu hermano te respetará incluso cuando hay una corona de por medio. Solté cada palabra porque consigues sacar lo peor de mí. Y aquí acaba la dosis de humillación. Buenas noches...

La seducción del príncipeWhere stories live. Discover now