Capítulo nueve

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Si hubiéramos establecido aquella conversación en su despacho, Kenneth se encontraría inclinado en la silla a la vez que alzaba la copa y saboreaba del licor más caro de la colección que tenía escondida en uno de los armarios que había entre los libros. Siempre encontraba la palabra perfecta para hacerte sentir mal; su posición social se lo permitía. Pero no estaba hablando con una persona que hacía una reverencia ante él cada vez que pasaba por delante. Tenía que mantenerme fuerte en cada golpe verbal.

—Ni en tus sueños más húmedos —no tuvo una de esas sonrisas fingidas marcadas en el rostro. Mantuvo un espacio entre nuestros cuerpos, pero el suficiente para darme cuenta que se puso tenso al oírme reír. Sus estupideces, y más viniendo de un hombre de veintiséis años, llegaban a ser mi propia diversión. —¿Qué te parece tan divertido?

Me miró fijamente y adentró las manos en los bolsillos del pantalón oscuro. Los labios arqueándose en un pequeño gesto fue su forma de celebrar una victoria; tenerme en silencio, pensando cada palabra que saldría de mis labios mientras que pasaba el tiempo, me hacía parecer débil. Pero tenía que empezar a conocer a la verdadera mujer que tenía delante.

—No toleras que me haya fijado en tu amigo. Que mi posición social sea de clase media —entonces me permití marcar una amplia sonrisa como él solía hacer. —Esa noche estaba borracha, Kenneth, pero no lo suficiente como para olvidar la forma en la que me mirabas y deseabas ser tú el que se encontraba detrás de mi cuerpo. Pero aunque las cosas fueran distintas, y entre ellas no estuviera la que sirvo a tu familia, jamás, jamás en mi vida estaría con un arrogante gilipollas como tú. ¿Le queda claro al señor?

Él gruñó ante mis palabras.

Era difícil comprender si algo llegaba a molestarle. Solía mantenerse callado, mirándome con una expresión poco sutil. Pero acentuó su ceño al apartarme un poco más de su lado.

—Siento vergüenza ajena de toda aquella persona que suele soñar despierta. Jamás llegan a ser vencedores. Sus metas nunca se cumplen —él miró de nuevo la habitación. —Puedes follarte a Philippe, pero no olvides nunca a quien sirves. Un error por tu parte, y tu madre y tú estaréis fuera de aquí en cuestión de minutos. ¿Amenaza? No lo creo. Necesito un servicio que ejecute su trabajo y sea fiel por encima de todo. Zorras de la corte hay demasiadas. No lo olvides, Thara.

Sacó las manos de los bolsillos del pantalón y se cruzó de brazos.

Una fuerza casi sobrehumana evitó que mi mano impactara en su mejilla. Podía haberme arrojado contra él, pero lo único que hice fue mirarlo y evitar que mi expresión cayera.

—¿Tengo que estar preparada para la reunión, cierto? —cambié de tema.

Abrió la puerta, obligándose a sí mismo a salir de esa habitación que tanto le asqueaba pero le incitaba a sentir el calor que desprendía de ella cuando pasaba la noche entre las sabanas que tocó al sentarse.

Antes de responder, ya con una mano en el pomo para cerrar la puerta lo más rápido posible, se giró hacia a mí.

—¿No vas a querer seguir discutiendo? —me acomodé en el silencio que él marcó anteriormente. —Está bien. Sí. Intenta estar presentable en la reunión. Habrá gente importante —al ver el nerviosismo que no pude controlar, soltó el nombre de uno de los asistentes. —Philippe estará. Ya puedes irte a hacer lo que sueles hacer aquí.

Hice un gesto y asentí.

Pasé rápidamente por su lado y dejé que él mismo cerrara la habitación que compartiría con Judith.






La seducción del príncipeWhere stories live. Discover now