Capítulo cuatro

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—¡Gané de nuevo!

Nunca había visto tantos talones sobre una mesa improvisada de póker.

—¿Cómo lo haces? —chasqueó los dedos para llamarme. —Más whisky.

Kenneth era tan mal educado.

—A mí también, femme —llené primero su copa. —Merci.

—Ya te puedes apartar —en ningún momento me miraba.

—¿Thara? —me detuve cuando Philippe me nombró. —¿Alguna vez has jugado al póker?

—No.

Kenneth habló de nuevo por mí:

—No tiene dinero.

—Amigo mío, no siempre hemos jugado con dinero. En Dubái propusiste tú el juego.

—Pero no con una —me lanzó una de esas miradas que ya no soportaba —criada.

Philippe acercó otro sillón.

—Si ganas, Thara, uno de nosotros dos se quedará desnudo. Si ganamos nosotros, tú te desnudas. ¿Quieres jugar?

Parecía que en cualquier momento Kenneth saldría corriendo.

—¿Y con qué fin?

Ambos se miraron; uno estaba convencido, y el otro...

—Hacer un trío.

Se me hizo un nudo en la garganta.

—¿Un...Un...?

Cogió una copa, la llenó y me la acercó.

—Tú decides.

Sábado.

Estaba siendo humillada por Kenneth.

Me senté en el sillón.

Después miré al francés.

Esperaban una respuesta.

Me bebí la copa de un trago y respondí.






—¿Adónde me lleváis? —me entró la risa tonta. Philippe siguió empujando mi cuerpo mientras que Kenneth caminaba por delante de nosotros sin camisa; el estúpido principito sabía tener clase después de todo el alcohol que habíamos bebido. Mi cuerpo estuvo a punto de resbalar de los brazos del francés en un intento de recoger el uniforme que tuve que llevar durante un par de horas. Me cogieron a tiempo y refunfuñé. —Tengo frío.

La gente tenía razón; cuando bebía demasiado, parecía una cría caprichosa.

—Es normal. Estás desnuda —de nuevo su voz sonó firme. Detuvo los pasos delante la habitación que escogió, y se quedó a un lado para mirar a las dos personas que se habían quedado atrás. —Pero tengo que admitir que has tenido valor a la hora de enfrentarte contra dos grandes jugadores.

¿Por qué hablaba demasiado? Además, tampoco ayudaba demasiado que no dejara de moverse de una forma tan extraña que me causaba un gran mareo. Necesitaba estar tumbada o mancharía sus caros zaparos. Pero de repente lo vi. Fue inesperado. Alcé un poco más la cabeza en un intento de recordar para siempre ese gesto en el rostro de Kenneth.

—¿Acabas de sonreír? ¡Acabas de sonreír! —me respondí a mí misma. No hacía falta que él dijera algo, ya que vi una amplia sonrisa a la hora de hablar conmigo. —Pili...o Philippe...como te llames —suspiré—. ¡Qué nombres más difíciles tenéis! Puedes creerte, que siempre, desde que lo conocí, pensaba que era un tío amargado porque lo único que sabe hacer, y dudo que lo haga bien, es ¡Follaaaaaaar!

—¡Shhhh! —taparon mis labios. —Mon bébé, tenemos una noche muy larga. Acomódate en la cama.

Ignoré cada apodo cariñoso que me susurraba. Mi cuerpo quedó libre de sus manos, y me tambaleé en un intento de entrar en aquella habitación. Por poco caí sobre Kenneth, pero se las apañó rápido para apartarse y que su amigo me cogiera y me guiara hasta la pared. Ellos se quedaron fuera, discutiendo mientras que yo descansaba en la cómoda y enorme cama que seguramente preparé días antes.

La puerta se cerró y rápidamente (sin poder creérmelo), quedé con el cuerpo boca abajo, buscando a esos dos con los ojos entrecerrados. En los pies de la cama, tiré de las sabanas para poder levantarme, pero fue inútil; alguien quedó ahorcadillas sobre mí y yo se lo permití. Había un cómodo sillón de terciopelo rojo. Fue ocupado por la persona que menos esperaba en esa habitación. Kenneth nos observaba.

Apartaron lentamente y con cuidado mi cabello. Besaron cada centímetro de mi cuello hasta que gemí.

—¿Algún problema?

Negué con la cabeza.

Yo tampoco podía dejar de mirar a Kenneth, el cual se quedó cruzado de brazos y con la mirada perdida en nuestros cuerpos.

Podía sentir la desnuda piel de Philippe acariciando la mía. Sus manos lentamente y sin previo aviso entre abrieron mis muslos para posicionarse entre medio. Poco a poco alzó mis caderas hasta dejarme con las rodillas y las manos hundidas sobre el colchón. Mis pechos estaban siendo la primera atención del príncipe.

Y de repente me quedé sin aliento. Jamás había anhelado con tanta necesidad una bocanada de aire. Una nueva sensación recorriendo mi piel me dejó jadeando sobre aquella cama. Las manos no las dejó quietas; acariciaba mis muslos a la vez que su pulgar presionaba sobre mi clítoris, y en el momento que mi cuerpo reclamó más, esa presión se convirtió en golpecitos que me hicieron retorcerme por pensar que acabaría antes de sentir la dureza de su miembro dentro de mí.

—Más...

Cerré los ojos.

Se quedó callado, como esperando la invitación de alguien.

—Necesito...más —lloriqueé cuando su dedo, húmedo, subió hasta la hendidura de mi trasero. Temí lo peor ante la risa perversa que se escuchó de fondo y el golpe de cadera que sentí de Philippe.

—¿Sabes en que está pensando Kenneth? —no quería mirarlo. No. Me negaba por completo. —Desea que cuando acabe de tocar ese dulce coño, te folle hasta que nos corramos.

Borracha no tenía que sentir vergüenza.

Así que solté un chillo y moví mi trasero en busca de la dureza del francés. Tenía razón, su cálida polla estaba más preparada que yo siendo vista por la persona que más me odiaba en ese momento. Dejó sus manos a cada lado de mi cintura, y presionó contra mi entrada. No podía mirarlo, pero tenía la oportunidad de alzar la cabeza y ver que estaba haciendo Kenneth.

Por un momento me pareció ver que él se estaba tocando por encima del pantalón que llevaba, pero al sentir cada grueso centímetro dándose paso en mi interior, la tensión aumentó hasta el límite en el que mis ojos se cerraron y deseé que no dejaran de follarme.

—Estás muy apretada.

Al menos estábamos teniendo sexo seguro.

Siguió empujándome, prometiendo que eso no acabaría hasta que soltara el último grito de placer. Philippe acarició mis pechos, y nos alzamos para pegar un poco más nuestros cuerpos. Su polla entraba una y otra vez; me paralizaba y a la vez despertaba ese débil cuerpo que llevó hasta la amplia cama. Por muy furiosos que fueran sus golpes, todas esas sensaciones giraron alrededor de la curiosa mirada de Kenneth.

Se corrió, y como me había prometido, grité por el orgasmo.

Me había excitado más ser vista por el príncipe.

¿Y él?



La seducción del príncipeWhere stories live. Discover now