Capítulo 2

6.2K 791 563
                                    

—¿Qué estás diciendo, Fernando?, estás siendo condescendiente con ella. Es una fiesta formal, lo más normal es que use un vestido, no sé cuál es el drama con eso.

—El drama es que ella no quiere, Ale. ¿Por qué la vas a obligar? Está angustiada porque se siente obligada a hacer algo que no quiere. Es su fiesta. Pasó lo mismo en sus quince años y la obligaste a usar vestido cuando te dijo que no.

—¿Ahora la mala soy yo? ¿Sabes qué me dijo?, que para sus quince años quería usar un traje. ¡Un traje, Fernando!, ¿dónde viste que una chica use un traje para sus quince? Yo te digo que esta muchacha tiene un problema psicológico y nunca me escuchas.

Fernando guardó silencio. En ese momento, el panorama comenzó a ser más claro para él; había encontrado el motivo de esas lágrimas.

—Ella no necesita un psicólogo, necesita que sus padres la entiendan y escuchen lo que ella tiene para decir. Tú estás siendo demasiado dura, y pretendes ocultar algo que es una obviedad.

—¿Qué es una obviedad?, ¿que mi hija quiere ser una marimacha? De ninguna manera voy a permitir eso, Fernando. Ni siquiera lo menciones porque ya me estoy sintiendo mal. Esto es una etapa, todos los adolescentes pasan por momentos así, son descuidados con su aspecto y dicen tonterías. En algún momento se le irá a pasar. Hoy vamos a otra tienda donde venden unos vestidos hermosos. Lo que pasa es que ella tiene complejos con sus piernas, como tiene algunas cicatrices no le gusta mostrarlas.

—Déjame ir con ella. Tal vez consigamos algo que le guste —propuso Fernando, cruzando los brazos.

—¿Y qué va a saber un hombre de vestidos?

—Por favor, no puede ser tan difícil. Vamos, déjame ir, hoy tengo libre en el trabajo.

Alejandra dejó salir un suspiro pesado. Se apretó la sien con la yema del dedo índice, cerrando los ojos cuando el dolor de cabeza aumentó.

—No le compres una mamarrachada, te lo pido por favor. Recuerda que la túnica será azul, así que el vestido y los zapatos deben combinar. Fíjate si hay algún bolso de mano que vaya a juego con el atuendo —dijo, rendida.

Fernando se acercó a su esposa, le besó la frente y acarició sus mejillas coloradas con los pulgares.

—Todo estará bajo control. Relájate, te va a subir la presión, mujer. Te amo, nos vemos en un rato.

Ella asintió, relajando el gesto de enfado al sentir los mimos de su esposo. Suspiró de nuevo, curvando la boca en una sonrisa.

—Coman algo, pero no le compres esas hamburguesas grasientas de los carritos porque luego se enferma del estómago, y tú también.

. . .

Valentina iba enfrascada en su teléfono. Según lo que le comentó a su padre, estaba hablando con Abigail, ya que ella también estaba buscando "el vestido perfecto".

—¿Qué te dice Abi?, ¿ya encontró su atuendo?

—No, o sea, parece que había encontrado un vestido pero le quedaba demasiado corto —respondió Vale sin mucha energía en su tono de voz—. ¿Por qué me trajiste tú esta vez?

—Porque hoy estoy libre, y le pedí a mamá que me dejara acompañarte, a ver si tenemos un poco más de suerte. Yo no sé mucho de vestidos, pero voy a seguir las indicaciones de tu madre. Me dijo que tiene que combinar con la túnica y con tus zapatos.

La muchacha suspiró, desviando la vista hacia la ventana. Estacionaron en una zona de aparcamiento y bajaron del coche. Fernando se apresuró para alcanzar a su hija, y al llegar hasta ella, le quitó la capucha que cubría casi toda su cara.

Mamá, ¡soy un chico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora