Capítulo 4

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Faltaban dos días para el gran evento. Por primera vez en toda su vida, Valentina sentía cosquillas en el estómago por la emoción. Su madre no había vuelto a mencionar nada sobre su atuendo, incluso le permitió hacerse el corte de pelo que tanto quería. Aún así, Valentina estaba aliviada y preocupada en partes iguales. Lógicamente, deseaba que su madre la aceptara y compartiera con ella esos momentos tan significativos.

Desde hace mucho tiempo había dejado de ser Valentina, pero su verdadero yo permaneció escondido en un rinconcito de su corazón hasta el día en que su padre le dio la llave de su libertad, con un gesto tan simple como comprarle su primer traje de vestir.

Esa tarde, llegó a su casa del colegio y al entrar en la habitación, su traje estaba encima de la cama. Su padre le había escrito para avisarle que pasó a recogerlo, y durante toda la mañana estuvo deseando que acabaran las clases para poder verlo.

Se quitó la mochila y cerró la puerta de su habitación. El traje azul de lana casimir descansaba junto a una caja negra, que contenía un par de mocasines opacos. A pesar de la emoción, lo sacó con sumo cuidado del empaque para probárselo una vez más. La tela siseó al deslizarse por su delgado cuerpo, le quedaba perfecto. Calzó los zapatos desde el talón, y en ese momento, escuchó tres toques suaves en la puerta y la voz trémula de su madre.

—Mamá...

La mujer esbozó una sonrisa que Valentina no acabó de descifrar. Alejandra se acercó a la cama, buscando dentro del empaque la corbata de lazo. Sus ojos vidriosos denotaban que estaba aguantando el llanto, pero Valentina no pudo leer su expresión en ese momento.

—Tu padre usó una de estas cuando nos casamos... —comentó, levantándole el cuello de la camisa para pasar la moña—. Tu abuelo me enseñó a armar la moña dos días antes de la boda, y menos mal, porque tu padre había hecho un completo desastre.—Valentina alzó el cuello mientras su madre armaba el moño con sumo cuidado. Al terminar, le abrochó el blazer y le pasó las manos por los hombros, para alisar el traje—. Te queda precioso, Vale... ¿Lo elegiste tú?

—Sí... —respondió en voz baja, mirándose en el espejo.

—Robert sabe lo que hace. ¿los zapatos te quedaron bien? Me costó mucho encontrarlos. En las tiendas deberían pensar en los hombres de pies pequeños, ¿verdad? Esos son de niño... —rió, y una lágrima traviesa se escapó de sus ojos.

—Mamá..., no tienes que hacerlo...

Alejandra bajó la mirada, apenada. Se limpió la mejilla con el dorso del índice y levantó la vista, con una sonrisa dibujada en el rostro.

—Cuando eras pequeña me lo decías todo el tiempo, pero yo creía que solo lo hacías por berrinche. Pero ya entendí... lo estoy asimilando. Me va a costar dejar de ver a mi pequeña niña, ¿sabes?, pero ya no voy a censurarte más. Tú... ¿te sientes un chico?

—Desde siempre... —respondió rápidamente—. No estoy loca ni es una etapa, mamá. Si pudiera explicarlo de alguna manera para que pudieras entenderlo... En mi mente soy un chico, pienso como uno, siento como uno, solo que mi cuerpo... no coincide con mi mente. No sé por qué nací de esta manera y realmente no quiero defraudarte ni hacerte sentir mal, solo...

Alejandra extendió las manos, acariciándole la mejilla.

—Nunca me vas a defraudar, Vale. Yo debí asumirlo desde hace mucho tiempo. Lamento haberte obligado a hacer lo que no querías, ahora nos toca trabajar juntas... juntos... —corrigió de inmediato—, en este proceso. Hay que explicárselo a la familia.

—Podemos ir de a poco, mamá.

—Oh, claro, pero van a preguntar por qué la niña lleva un traje y el pelo corto.

Ambos rieron.

. . .

Cuando estuvo frente a la puerta del instituto, sintió las piernas flojas, el corazón en las orejas, y un revoltijo desagradable en el estómago. Las preguntas le asaltaron de inmediato: ¿qué diría su familia?, ¿sus compañeros?, ¿los profesores? Era la primera vez que salía a la calle siendo quien realmente era, jamás se imaginó que sería tan difícil.

Cuando vio a algunos de sus compañeros llegar, las miradas no tardaron en clavarse sobre él. Cejas levantadas, y muecas, dejaban clara la sorpresa de muchos. Por un momento sintió unas ganas locas de regresar corriendo y esconderse para que todos dejaran de dedicarle esas miradas insistentes e indagatorias.

—¡Vaaaale! —escuchó la voz de su mejor amiga y cuando se giró, recibió el abrazo apretado de la chica, que lucía un vestido precioso de color azul, largo hasta arriba de las rodillas—. ¡Wow, te ves genial! Cuando vi la foto de tu traje, compré mi vestido del mismo color para que estemos combinados, como en las fiestas gringas en las que las parejas combinan los atuendos —bromeó—. ¡Me encanta tu pelo!

—Gracias, Abi...

Al decir esto, rogó para que su mejor amiga no notara el violento rubor que se apoderó de sus mejillas.

—¡Vale, olvidaste tu birrete! —vio a su madre subir por la escalinata, remangándose el vestido beige que había elegido para la ocasión. Le alisó los hombros del blazer con las manos, para luego colocarle la toga, y al final, el birrete—. Ay Dios mío, no puedo creer que ya estés tan grande... Tu padre tiene la cámara. ¡Dale, Fernando!

El hombre se apuró a subir las escaleras y, sabiendo el motivo del apuro de su esposa, sacó la cámara digital del bolsillo. Alejandra abrazó a Vale y a Abigail.

—Tienes la cámara del teléfono...—habló entre dientes Vale, sin borrar la sonrisa amplia que le estaba dedicando a la cámara.

—Tengo la memoria llena, duh... —su madre respondió de la misma manera.

El discurso del director duró un poco más de media hora. Los nervios fueron aumentando cuando, al subir al escenario para recibir su diploma, las miradas curiosas iban y venían, junto a toda clase de comentarios. Abigail estuvo allí todo el tiempo, en primera fila, junto a su familia, aplaudiendo como una loca y haciéndole porras.

Cuando el acto terminó, Valentina se reunió con su familia y entre besos y abrazos, celebraron su egreso. Por fortuna, el resto de su familia no hizo demasiados comentarios sobre su cambio de aspecto. Sus abuelas se sorprendieron al ver su cabello corto, una de ellas lamentó no poder volver a hacerle las trenzas cosidas, pero al final, elogiaron su nuevo corte, alegando que "hay que tener cara para cortarse el pelo bien cortito, no todos saben llevarlo". Sus primas quedaron encantadas con el traje, incluso se sacaron varias fotos que compartieron en sus redes sociales. Para sus tías, el cambio no fue tan agradable, y a pesar de que no hicieron demasiadas preguntas, el desagrado pudo verse en sus gestos faciales. Seguramente harían algún comentario al respecto cuando la fiesta pasara, de momento, lo mejor era no pensar en lo que tenían para decir.

Esa noche, Vale se divirtió como nunca. Su moño acabó junto a los tacones de Abigail en un rincón. Las miradas curiosas dejaron de importarle, aquella fue su noche y por primera vez, permitió que su verdadero yo saliera de la jaula.

. . .

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Mamá, ¡soy un chico!Where stories live. Discover now