Capítulo 3

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—¿Consiguieron algo?

Alejandra estaba sentada en la mesa del comedor, con el teléfono entre las manos. Sus ojos pasearon rápidamente por las manos de ambos, pero al no ver ninguna bolsa, suspiró.

—Conseguimos el atuendo perfecto, pero tienen que hacerle algunos ajustes, ya está pago.

De inmediato, el semblante de la mujer se relajó.

—¿Y los accesorios? ¿Buscaste el bolso de mano?

—Eh..., ¿podemos ir a la habitación un momento? Necesito hablar contigo sobre algo.

Valentina aprovechó para escurrirse a su habitación sin decir una sola palabra.

Alejandra se levantó como si la silla le hubiese quemado el trasero. Presentía que había algo extraño cuando notó aquellas miradas disimuladas que su hija compartió con su esposo. De camino a casa habían acordado llevarlo con calma. Fernando se encargaría de hablar con su madre para contarle que su hija iría vestida con un traje y no con vestido, como ella esperaba. Fernando sabía que Alejandra enloqueceria y seguramente aquello acabaría en una terrible discusión, pero ya estaba hecho, y la mirada brillante y entusiasta en el rostro de su niña era lo que le daba el impulso para hacerle entender a su esposa lo que estaba sucediendo.

—Conseguimos todo, pero no es lo que esperas.

Alejandra se agarró la cabeza con ambas manos y caminó alrededor de la cama.

—¿Qué fue lo que compraron?

—Fuimos a la tienda de Robert, y le mandé a hacer un traje a medida. Es lo que ella quiere usar.

—Por Dios santo... ¿Te volviste loco? Va a ir mi madre, mis hermanas, tu familia, ¿por qué me pones en esta situación, Fernando?, ¿por qué tengo que verme en la obligación de explicarles a todos que mi hija quiso usar un traje de hombre en su fiesta de graduación?

—Es justamente lo que tú deberías preguntarte, Alejandra, ¿por qué tienes que hacerlo? Es nuestra hija y nuestro deber como padres es hacerla feliz. Ni tú ni yo tenemos que estar explicándole nada a nadie.

—No puedo creer que me hagas esto. ¡Es un capricho!, ¡acabas de gastar un montón de dinero en un capricho estúpido!

—Lo que sucede con Valentina es más que un capricho. Si tan solo la escucharas podrías entender lo que está sucediendo.

—¿Qué quieres que entienda?, ¿qué me va a decir?, ¿que es una marimacha? Dios mío, yo no sé qué pude haber hecho en la vida para que me pasen estas cosas...

—Creo que deberías decir algo así si nuestra hija se hubiera muerto —dijo molesto el hombre, cruzándose de brazos—. Estás siendo egoísta y melodramática. Si Valentina es lesbiana o quiere vestir un traje, ¿cuál es el problema? Es su fiesta de graduación, se supone que es un momento para que ella disfrute, y tú solo estás pensando en ti misma y en lo que van a decir los demás. ¿A mí qué me importa lo que digan? No llaman ni para saber si estamos vivos y me va a importar lo que cuchicheen a nuestras espaldas.

—Claro, porque tú no eres el que debe soportar los comentarios en cada cumpleaños y las preguntas embarazosas.

Él suspiró, cerrando los ojos para tratar de calmar el enojo que subía como un fuego por su estómago. Lo que menos quería era discutir con su esposa, sabía que el enojo podía llevarlo a decir cosas que no quería.

—Mira, Ale, lo único que a mí me importa es que Vale sea feliz. Si ella quiere usar un traje en vez de un vestido, yo no soy nadie para negárselo. Tú debiste estar ahí y ver el brillo en sus ojos, estaba feliz, llevaba tiempo sin verla así. Los cuchicheos de los demás a mí no me importan, ustedes son mi familia y el resto que se joda. Ellos no ponen la comida en nuestra mesa. Tú sabes bien que esto no es nuevo, ¿qué es lo que pretendes?, ¿que la niña entre en depresión?, ¿que sea una reprimida y termine suicidándose porque sus padres no le permitieron ser lo que quería?

—¡¿Y qué es lo que quiere!? —gritó, fastidiada, con un toque de desesperación en su voz.

—¡Quiere ser un chico!

Y allí estaba la respuesta que Alejandra no quería escuchar. Se sentó en la cama, con la cabeza entre las manos y comenzó a llorar. Un llanto ruidoso, amargo, lastimoso. Su cabeza buscaba culpables, pero en el fondo ella sabía que nadie tenía culpa de nada. En ese momento, su esposo la había puesto en el dilema más complicado de toda su vida. Debía elegir entre ser buena madre y soportar el desprecio de su familia, o seguir luchando para que su hija fuera lo que no quería ser. El enojo se transformó en miedo, y el miedo en culpa. Alejandra no entendía lo que Valentina estaba sintiendo, y durante toda su vida estuvo intentando enderezar a su hija basándose en lo que ella creía que era correcto, sin pensar en que su hija estaba sufriendo.

—Yo no sé, no entiendo esto... soy una mala madre, Fernando... —decía con la voz ahogada, mientras las lágrimas, negras por el maquillaje, marcaban un zurco en sus mejillas.

—No eres una mala madre. Los dos cometimos un error, pero todavía estamos a tiempo para enmendarlo. Lo único que debemos entender, es que Valentina quiere ser feliz, y nosotros como padres debemos velar por esa felicidad.

. . . 

Mamá, ¡soy un chico!Where stories live. Discover now