3. El Whatsapp

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Narra Aitana

Abrí un solo ojo al notar que la luz que entraba por la ventana de mi habitación todavía me haría daño si abría ambos. Me pregunté qué hora sería y deduje que lo suficientemente tarde para mi madre, porque que entrara tanta luz por la ventana sólo podía significar que hacía unos minutos que había entrado para levantarme la persiana. Era mi alarma particular, ¿quién necesitaba despertadores teniéndola a ella?

Me estiré y acurruqué por unos segundos una última vez en mi cama y con toda la pereza del mundo, me fui levantando poco a poco. Tuve la tentación de coger el móvil para mirar la hora, pero retrocedí al ser consciente de que no sólo iría a mirar la hora, sino a comprobar si tenía algún mensaje y ya de paso me metería a mirar las redes un poco para ver qué se cocía por allí. Preferí dejar eso para luego, «cuanto más tarde lo coja, mejor», pensé y me dirigí al baño. Por un momento quise creer que yo seguía siendo la chica que iba a bachiller y tenía su pequeño grupo de amigos en el instituto, seguía teniendo sus 500 y pico seguidores en Instagram y que simplemente andaba por su casa como una mañana de fin de semana normal, aunque fuese miércoles y ya no tuviese que ir a clase.

Sin embargo, me quité esa idea de la cabeza al recordar todas las cosas buenas que me habían pasado desde que entré en Operación Triunfo y las que estaban por llegar, que seguro que también serían increíbles. Probablemente haya sido una de las mejores, por no decir la mejor experiencia que vaya a vivir a lo largo de toda mi vida. ¿Cómo y de qué me podía quejar? Además, ¿qué leches?, yo seguía siendo la misma Aitana, de hecho, todavía sentía que esto me quedaba demasiado grande y que no tenía aún ni idea de cómo digerirlo o sobrellevarlo. «Poco a poco, Aitana», pensé.

Todas estas cosas las iba yo meditando en mi cabeza mientras me miraba en el espejo del baño y veía en el reflejo a la misma Aitana de siempre, con la diferencia de que ésta que tenía en frente de mi ahora, estaba tocando con la yema de los dedos eso con lo que había estado soñando casi toda la vida: comenzar a dar pasos para encaminarse hacia una carrera musical. Súmale también algún que otro grano nuevo, el pelo un poco más corto y el corazón algo más (mucho más) confundido. Si me hubiesen dicho tres meses atrás que en los próximos meses iba a irme de gira musical por casi toda España con el grupo de personas maravillosas que tengo de amigxs y compañerxs, no me lo hubiera podido creer. Y mucho menos que me iba a estar planteando el dejar a Vicente por haber conocido a otra persona especial dentro de la academia; que si eso me lo hubiesen dicho también, me hubiera reído en sus caras. Pero en esos momentos la que se estaba riendo de mi era mi cabeza, que no estaba dejando de crearme dudas desde primera hora de la mañana. «¿No podías haber entrado en OT sólo para aprender a cantar mejor, vivir una maravillosa experiencia y ya está?» —dijo mi voz interior. Parecía ser que no. «Caprichoso destino», terminé de pensar.

Después de lavarme la cara, ponerme las lentillas y peinarme un poco ese tan separado flequillo para mi gusto, me fui para la cocina donde pude ver que se encontraban mis padres.


—¡Hombre! ¡La marmota! —dijo mi padre llevándose la taza de café a la boca.

—¿Se te han pegado las sábanas o qué? A ver si nos ponemos algún día el despertador, señorita. Llevas una semanita que... —soltó mi madre dirigiéndose a darme un beso en la mejilla.

—Que va, hombre. Si a mi me gusta que me levantes la persiana y me entre toda la luz en los ojos. —ironicé—. ¿Qué hora es, pues? —pregunté.

—Pues ahí tienes —señaló mi madre hacia el reloj de la pared— las diez y cuarto de la mañana.

—Ah, bueno. Ni tan mal. Jolin, por cómo lo estabais diciendo, ¡pensaba que eran las doce de la mañana o más! —dije.

PARECE QUE VA A LLOVER - (Aiteda)Where stories live. Discover now