Sobre las llamadas

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Todo comenzó con una llamada. Es más, creo que tengo que decir que todo, siempre, comienza con una llamada. Pensemos un poco. Cuando nací, llame a la puerta del cérvix de mi madre, ¿verdad? Luego, mamá llamó a mi padre, quien, a su vez, llamó a Jarvis, quién, siendo el único capacitado para la calma, llamó a una ambulancia. En el hospital, llamaron al doctor por los altavoces. Y después, llamé a mi madre a gritos o, quizás, le reclame al doctor por haberme sacado de mi deliciosa alberca personal de líquido amniótico. Podría seguir, pero hacer un recuento de las llamadas que han sido importantes en mi existencia no es mi propósito. Sin embargo, me gustaría retomar algunas de ellas porque son importantes.

La primera de esas llamadas ocurrió a mediados de julio cuando yo era un adolescente insipiente, indolente y rebelde. La llamada no fue para mí, sino para mi padre. Recuerdo haber contestado yo, y recuerdo la cara de Jarvis cuando lo hice, como si le hubiera quitado un dulce de la boca (era su trabajo después de todo, pero en mi estupidez e inmadurez, contestar el teléfono ya era un acto subversivo de la más alta calaña). Era un general, cuyo nombre no recuerdo, quién pidió, con una formalidad, de la cual me burle después, por mi padre. Grité desde el sofá dónde estaba echado y mi padre vino desde el comedor con el periódico en la mano y el bigote fruncido; siempre fruncía el bigote cuando se enojaba o estaba a punto de regañarme. Mas, esa vez, se reprimió a sí mismo y me arrebató el aparato de la manos.

El chisme no era lo mío en ese entonces, o más bien, quería aparentar que los asuntos familiares me importaban un carajo, como dije, era un adolescente rico con la pretensión de ser un punk. Encendí la televisión y me entretuve buscando algo que ver. No encontré nada que capturara mi atención, es más, ni siquiera estaba interesado en encontrar algo. Pero mi pequeña distracción fue interrumpida por la manera en la que mi padre colgó el teléfono; tan bruscamente, que me hizo saltar. Creí que le habían dado malas noticias, pero cuando me fije en su rostro descubrí que era todo lo contrario.

—¡Jarvis!—exclamó y abrazó a nuestro mayordomo con tal jubilo que no era éste el único sorprendido—¡Lo encontraron! ¡La última expedición y lo encontraron!

Jarvis sonrió dubitativo. No parecía estar muy seguro de lo que pasaba y yo quería saber.

—¿Qué encontraron?—pregunté, pero mi padre me ignoró, dio la vuelta y cruzó la estancia dando grandes zancadas.

—¡María!—le escuché decir a mi madre—¡Lo encontraron!

—¿Qué?—pregunté al tiempo que bajaba del sofá—Jarvis, ¿qué encontraron?

Mi mayordomo me miró pensativo. Tardó un momento, pero pude ver como se encendía la luz en su cerebro.

—¡No puede ser!—casi gritó e ignorando mi pregunta, salió disparado hacia la sala.

Lo seguí, pero comencé a sentirme molesto.

—Señor, ¡Felicidades!—dijo Jarvis y volvió a abrazar a mi padre quién parecía estar en Navidad de lo feliz que lucía—¿Debo llamar a Peggy?

—¿Qué tiene que ver tía Peggy?—pregunté, pero de nuevo, me ignoraron

—No, no, espera. Necesito saber en qué condiciones está.

—¿Condiciones de qué?—yo era como invisible.

—Jarvis, mi abrigo y el auto, vamos directo a S.H.I.E.L.D.

Jarvis salió disparado por el abrigo de papá. Mi madre sonreía ampliamente y cuando mi padre volvió a abrazarla con alegría, yo terminé sintiéndome un cero a la izquierda.

—Oh, cariño, pensé que el milagro no se daría.

—Sabía que pasaría. El maldito no podía haber sido tragado por la nieve.

—Pero, Howard, él debe estar...—la voz de mamá me dio dos pistas, una, no hablaban de un objeto, sino de una persona, una persona que respondía a un "él", así que debía ser hombre. Y dos, había algo de tristeza impregnada en ese "él".

La alegría de mi padre se eclipsó brevemente entonces, pero no tuvo tiempo de permitirse la depresión, porque en ese momento llegó Jarvis con el abrigo, y ambos salieron de la casa con paso apresurado.

Yo me quedé plantado en el medio de la sala, con cara de idiota. Sólo me moví cuando sentí que mamá frotaba cariñosamente mi espalda con la palma de su mano. Me volteé, harto de que me ignoran dudé en preguntar, pero mi curiosidad era mucha.

—¿De quién hablan, mamá?

—Oh, cariño—mamá solía decirnos "cariño" a papá y a mí. Así no se confundía, sí, a veces me decía Howard y a papá le decía Tony—. Tu padre le ha estado buscando por tanto tiempo. Creí que había perdido las esperanzas, pero por fin sus esfuerzos han sido recompensados.

—Está bien, mamá. Me da gusto. Pero, ¿de quién diablos hablan?

—Tony, no hables así.

—Perdón, má.

Mi madre asintió, perdonando mi lenguaje. Y entonces, pronunció la frase que no podré olvidar, porque marcó el inicio de lo que más tarde se convertiría en mi vida entera.

—El Capitán América, hijo, después de tantos años, está de vuelta.

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Espero que les haya gustado.

Tenía está historia desde hace mucho, quería que fuera un one-shot... pero a veces, casi siempre, me pasa que el one shot se alarga tanto que tengo que seccionarlo. Y esta vez, me pase, en serio. Así que me iré por capítulos relativamente cortos.

Esta historia perenece a la serie que llamaré: " Y si..." 

En este caso: "Y si hubieran encontrado antes a Steve".


¡Nos estamos leyendo!

SempiternoWhere stories live. Discover now