Sobre los secretos

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Las personas tenemos secretos, y digo "tenemos" porque yo también los tengo, obviamente. El porqué de los secretos puede variar, no sólo de persona a persona, sino, también, de situación en situación. Pero creo que la motivación principal es el miedo. Sí, creo que el miedo detiene muchas cosas, el miedo nos paraliza mental y físicamente. Es la peor emoción que se puede vivir.

Yo conocía el miedo por las historias de monstruos que acechan bajo la cama, por los hombres malos que se robaban a los niños al salir del colegio o de los payasos demasiado tenebrosos que se escondían tras los globos en los parques. Pero, al crecer, me di cuenta que lo único que había bajo mi cama eran mis zapatos, polvo, pelusas, calcetines y hasta calzoncillos; que yo tenía un guardaespaldas que daría su vida por mí en caso de que quisieran secuestrarme después del colegio; y que los payasos de los parques pueden ser graciosos y no tener más intención, que la de regalar un globo. Así que, llegué a pensar que realmente no tenía miedo. Cuando Rhodey, mi mejor amigo, me preguntó a qué le tenía miedo, contesté que a nada, pero era una mentira de la que no estuve consciente hasta más tarde.

Un año después de los acontecimientos de la Navidad del atentado contra mis padres, no, quizás un poco antes, comencé a percatarme de algo que por ser nuevo, no supe reconocer.

La presencia del Capitán América en mi familia se volvió algo cotidiano. A veces, iba a comer, otras lo encontraba tomando el té con mi madre, o con Jarvis y su esposa. Otras veces, lo veía en la escuela tras alguna presentación motivacional para los tarados de mis compañeros, y otras, en la calle, en algún café, en algún afiche, en algún periódico. Cuando visitaba mi casa, él solía hablar conmigo de cualquier cosa. Incluso, me preguntaba sobre las cosas que papá hacía, ya que, decía, me entendía más a mí que a él. Y cuando mi madre dijo que yo estaba más cachetón (por tragar donas y frituras como desesperado), se convirtió en mi entrenador personal; me enseñó a boxear, pero me hizo odiar el salir a correr por las mañanas. Era un capataz estricto, pero amable, y cuando quería recompensar mi trabajo duro, me dejaba comer una dona. Papá decía que debía verlo como un tío, porque él consideraba al capitán como un hermano; pero jamás pude hacerlo.

Yo amaba, realmente amaba, estar con él. Me llenaba de ilusión y alegría cuando sabía que lo vería, e incluso me entusiasmaba levantarme temprano para ir a correr con él. Fue que, entonces, me di cuenta que amaba su compañía y los momentos compartidos porque lo amaba, y no con amor infantil. Lo amaba en el sentido adulto. Se había convertido en mi primer amor, y cuando me di cuenta de eso, gracias a un estúpido test de la Playboy, me aterré.

Mi miedo nacía de la imposibilidad de la relación, de lo onírico que resultaba siquiera pensar en "una relación" con él; era la primera vez que me sentía así, era la primera vez que deseaba vehementemente besar a alguien, ser besado y abrazado; era la primera vez que en mis sueños húmedos mi co-protagonista no era una chica. Era tan vergonzoso, se sentía tan incorrecto, que quise alejarme de él. Dejé de tratarlo asiduamente y me enfoque en otra cosa: la fiesta y las mujeres. Después de todo, la escuela era pan comido, y un niño como yo, genio, super adelantado en grado escolar y heredero de una fortuna, no tenía que preocuparse por ser bien portado. El capitán no me reclamó, ni siquiera me preguntó por qué ya no quería entrenar con él, o por qué salía corriendo cuando lo veía en casa. Nada, no dijo nada, y su silencio me hería, me ponía de malas, llegué a sentir odio por su indiferencia; aunque, más pronto que tarde, le pedía disculpas en silencio, porque me era imposible odiarle. Me es imposible odiarle.

Cuando Rhodey me preguntó que me pasaba, después de una noche desenfrenada en la que aparentemente me convertí en un demente, le dije que no me pasaba nada. Era, por supuesto, otra mentira, sólo que de ésta si estaba consciente. Muchas veces intenté hablar con mi amigo y decirle mi secreto, pero cada una de esas veces me arrepentía. Sin embargo, creo que, inconscientemente, deseaba exponer mi secreto y lo hice esa Navidad.

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora