Sobre las tradiciones

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Supongo que cada familia tiene sus propias tradiciones. Hay quiénes tienen la costumbre de ir a esquiar en invierno o quiénes acostumbran ir de campamento una vez al mes. No lo sé. No conviví mucho con mi familia, pero si recuerdo que Jarvis y su esposa tomaban, religiosamente, el té a las cinco de la tarde. Algunas veces, me invitaban. Me recuerdo sentado en el sofá de la casa de mi mayordomo, con un plato de galletas con chispas de chocolate, horneadas por su esposa, en mi regazo; y la taza humeante de té frente a mí en la mesa. También, recuerdo la sonrisa cálida de esa mujer y la sonrisa enternecida que Jarvis le dirigía. Ahora que lo pienso, cuando escuchaba acerca del amor romántico, ese amor que es pasión y admiración entre dos personas, siempre recordaba esa escena. Pensaba, en ese entonces y ahora también, que esa era una prueba de la existencia del amor. Jarvis y su esposa eran más cariñosos y se demostraban más su afecto en una hora, que lo que mis padres en todo un año. Supongo, también, que hay diferentes maneras de amar. Siempre preferí la de mi mayordomo y su mujer. Siempre quise algo así. Pero, me estoy desviando del tema. Decía que todas las familias tienen sus tradiciones. La mía tenía una.

Cada año, antes de la cena de Navidad, mi padre se sentaba al lado de teléfono con el periódico en la mano. No me dejaba encender el televisor ni que estuviera merodeando por ahí. Tampoco dejaba que le hablaran; en cuanto te veía entrar a la habitación levantaba la mano y la agitaba para indicarte que te fueras. A veces, y con los años más frecuentemente, fumaba un puro mientras estaba ahí. Mi madre apuraba a las cocineras para que la cena estuviera a punto, antes de que llegaran los invitados (solían haber fiesta faustosas de Navidad en mi casa), así que no tenía mucho tiempo para mí. Cuando niño, solía decirme "Sal a jugar a la nieve, cariño, pero no mucho tiempo, no quiero que te resfríes", nunca la obedecía, subía a mi habitación y leía mis comics (sí, adivinaste, del Capitán América) tumbado en mi cama, hasta que era hora de vestirme para hacer acto de presencia y aburrirme en la cena de Navidad.

Con el paso de los años y de mi crecimiento intelectual, mi interés se volcaba a la intriga que me causaba la actitud de mi padre. Cada Navidad, sentado en el sofá; cada año ahí, con el rostro impaciente y la mirada inquieta en el reloj en la pared. Y justo cuando mamá tenía lista la mesa, y los invitados habían inundado el vestíbulo, papá recibía una llamada; contestaba al tercer timbrazo y aguantaba la respiración mientras escuchaba; luego, colgaba, suspiraba, sacudía la cabeza con decepción y se ponía de pie. Entonces, al atravesar la puerta de la sala y encontrarse con mamá, solía negar, con los hombros gachos y ella lo consolaba frotando su espalda. Esa era la tradición de mi familia, algo que se repetía sin lugar a dudas. Por aquellos años me enteré de que se trataba: Papá gastaba una fortuna cada año en una expedición al ártico con el único fin de encontrar al Capitán vivo o muerto, pero encontrarlo. Lo hizo cada año desde el primer aniversario de la desaparición de lo que él llamaba "lo único bueno que había hecho en mi vida".

La tradición familiar de cada Navidad terminó el año que encontraron al Capitán. Papá contó durante alguna cena que le habían encontrado en un bloque de hielo y que, milagrosamente, estaba vivo y sano. Durante los siguientes días, papá iba y venía con noticias sobre su antiguo amigo.

Mi curiosidad y fascinación por el héroe de guerra revivió en esos días. Había crecido escuchando mil y un historias sobre sus hazañas, mil y una historias sobre cómo era y la amistad que tenía con papá. Debo decir que parte de mi educación me la dio el Capitán por medio de esas anécdotas. Muchos de mis valores tuvieron su base en mi deseo infantil de ser como él. No era para mí sólo un personaje de comic o una leyenda que recordábamos en la escuela cada aniversario del fin de la segunda guerra mundial. No, él era mi héroe personal, mi modelo a seguir. Aunque, después, me corrompí, o bien, los genes me arrastraron y me convertí en una, casi, calca de mi padre. El punto es que, durante los meses siguientes al regreso del Capitán al mundo de los vivos, yo deseaba conocerlo, pero tal deseo no se me cumplió hasta diciembre.

SempiternoWhere stories live. Discover now