Sobre el infinito

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El último tema que me atañe en este texto es aquello que llaman infinito. Aquello que no termina y que continúa en la eternidad. Aquello que es perenne, que incluso se convierte en telón de fondo. Eso que persigue constantemente como una sombra transparente y amorfa.

La onceava llamada provino del universo, se levantó en alto como una llamarada y nos carcomió uno a uno como simples maderos. La onceava llamada sólo dijo una palabra: Guerra. Y no hay nada en la guerra tan infinito como la muerte. Así pues, la misma muerte, personificada por un titan sin escrúpulos arribó a la Tierra y comenzó a cubrirla con su manto.

En ese momento, Steve estaba en una misión. Es decir, lejos de mí. La guerra me sorprendió y la amenaza se extendió. Tuve miedo, una vez más, de que mi visión se cumpliera cabalmente: tuve miedo de perder a Steve en las manos aplastantes de ese ser oscuro y terrible.

Hice la doceava llamada desde un celular, uno que sólo tenía el número de Steve y que éste me había dado para comunicarse conmigo, sólo en caso de emergencia. Escuchar su voz fue como una bocanada de aire puro. Sabía que algo pasaba, pero no tenía detalles. "Como sea", me dijo, "atenderé el llamado. T'challa envió un mensaje, Natasha está conmigo, recogeremos a otros en el camino e iremos a Wakanda"

Recuerdo la estática que cortaba su voz de vez en cuando.

—Mantente a salvo—me dijo.

Sabía que me pedía no hacer nada imprudente. Pero no es como sí "prudencia" fuera una palabra que nos definiera a ambos. Antes de colgar, le aseguré que nos veríamos de nuevo.

—Cuídate—murmuré y la llamada terminó.

Lo que siguió, me resulta indescriptible. De todo ello, lo único que recuerdo bien son las sensaciones. La impotencia, la angustia, el dolor y la tristeza. Muchos amigos cayeron frente a mí, yo mismo estuve a punto de darme por vencido. Miedo, mucho miedo; y la muerte rondando.

Pero Steve, Steve no le tenía miedo a la muerte. No creo que alguna vez le haya temido. Cara a cara contra el cruel titan, frente a frente, puño contra puño. No iba a ganar, todos los sabíamos, él lo sabía, pero ser la parte débil de una contienda no era nuevo para él. Saberse derrotado, incluso antes de comenzar a pelear, no era motivo suficiente para abandonar o salir corriendo. Él no olvidaba quien era en el fondo, él nunca se ha considerado "El Capitán América", él es sólo un chico de Brooklyn, que se pone de pie una y otra vez; todo el día, si es necesario.

Se le plantó a la muerte, porque como me dijo después, también se consideraba un hombre de guerra, ya que había sido en ella donde había tenido valía; y nadie puede ir a la guerra sin tener presente la muerte. Entendí porque él y Thor se llevaban tan bien, porque para ambos morir en combate era más que un honor. Así pues, miró a la muerte a los ojos, y ésta le miró extrañada, confundida. Su osadía no quedaría impune, y casi se cumple mi visión.

No me gusta recordar esos momentos, mi reencuentro con Steve en el campo de batalla fue doloroso. Sólo cuando amas a alguien más que a ti mismo te das cuenta de lo que es morir de verdad. Por fortuna, no fue el único que miró a la muerte a los ojos. La batalla fue cruenta, violenta, desigual; pero de alguna manera ganamos, aunque no se sintió como una victoria.

Los rastros, la devastación, los amigos que perdimos, todo, supongo que nos perseguirá eternamente, y contra eso sólo se puede resistir. Todos estuvimos a nada de morir de una manera u otra.

Cuando Steve despertó, después de semanas enteras en las que pendió del hilo y yo me comía el corazón en cada instante, lo primero que hizo fue sonreírme.

—No te dejaré libre tan fácilmente—me dijo.

Era una broma. Quedarme viudo es lo último que quiero hacer en la vida. Si él muriera hoy, yo lo haría mañana, y eso, quizá, es concederme mucho tiempo.

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora