Como Se Pierde El Horizonte

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Decía que se llamaba Marta, traía siempre una guitarra consigo, decía que a los únicos que envidiaba era a los que aún no nacían.
Llegó aquí sólo porque no había otro lugar o porque los había en exceso, nunca había estado aquí antes al igual que yo.
—Todo es una mierda ·-decía de la manera más dulce posible-

—«Todo» te incluye.

—Sí

—No pienso que seas una mierda.

—Tú sólo piensas mierda.

—Oye ¿puedo saber cuál es tu problema con todo?

—No

Esa era una de las conversaciones típicas que podrías tener con ella... Sonreía poco, lloraba menos, siempre se mostraba esquiva ante cualquier muestra de afecto.

La había sorprendido más de una vez leyendo poesía, algunas novelas, también escuchaba blues siempre viendo al horizonte seguramente contando las lágrimas que no dejó salir.

No hablaba con nadie a excepción de Perla (una niña de 5 años, que rara vez Pablo llevaba, creo que no es muy correcto que una niña frecuente un bar) y de mí.
Llegaba, se sentaba a mi lado y sin saludar o dar una razón de por qué le intrigaba tanto esa pregunta para que se atreviera a hablar,(¡¡ella hablando!!, ¡¡madre mía!!) simplemente soltaba preguntas así de la nada, preguntas tan profundas como el mar que suelen imaginarse que es el olvido, o la profundidad que creen que tienen los rincones de la memoria.
Un martes me preguntó «¿El bien es obligación y el mal necesario?»
No sabía que responder,(nunca lo sabía) creo que alguna vez escuché eso, el problema es que lo recordaba como afirmación no como interrogante. Me limité a decir «Sí»

—Pero ¿Hacer el bien no es necesario también?

—Claro Marta ¿Hacer el mal no lo es?

—No sé creo que un mundo de absoluta bondad y amor sería asquerosamente aburrido.

Cerraba el bar conmigo casi siempre, Pablo también la explotaba, seguramente como respuesta ante la negativa de Marta en servirle a los clientes algo más que los tragos.

Pablo era mi amigo, ahora mi jefe y no por algún problema o desacuerdo es que considero que no se puede ser las dos cosas al mismo tiempo, a veces aún acostumbraba a que lo acompañara a tomarse la botella de vino con la que acompañaba un juego de ajedrez (contra mí), en mi vida había jugado ajedrez, tenía suerte de que supiera el nombre de las piezas... Le daba igual siempre alargaba las partidas.
Así nos coje la vida siempre alargando la tortura de nacer para morir.

Sueños Equivocados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora