Spalistair P.2: Brave enough

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-¡Maldito afeminado! ¡Deja el fútbol y dedícate a cantar y bailar con tus amiguitos!

Desde que había comenzado a jugar, Spencer había tenido que soportar comentarios de ese tipo. 

Cuando era más pequeño, no los soportaba. Después de cada partido, se metía en uno de los cubículos de los vestidores a llorar y a lamentarse. Pero hacía mucho tiempo que había dejado de ser un niño. 

El rubio cerró los puños. Sabía que no podía permitirse perder el control.

Había hecho de aquel deporte su carrera y por entonces ya jugaba en las más altas esferas. La idea de perder el partido de la temporada por un ataque de ira lo estremeció.

Ese era el partido decisivo. Si lo ganaban, la liga de ese año estaría asegurada. Eso resultaría un ascenso en su carrera como profesional y una grata satisfacción personal.

Spencer no dejó que los insultos los distrajeran y avanzó en dirección hasta el jugador que portaba el balón. Se puso de acuerdo con varios jugadores de su equipo y, tras placarlo, tomaron posesión del objeto.

-¡Marica! ¡Estoy seguro que juegas al fútbol para poder ver a tus compañeros desnudos en las duchas!

Los ojos del rubio escocieron pero cerró los ojos por unos instantes y recordó aquello que siempre conseguía calmarle: sus amigos, su familia, Alistair.

La vida del pequeño Spencer había sido difícil.

Siempre había sido un niño diferente y muchos otros niños se habían metido con él durante la primaria y lo habían hecho llorar.

Por suerte, en casa de Spencer todos lo aceptaron tal y como era y lo apoyaron durante los momentos difíciles. Pero los insultos no hicieron más que convertir al pequeño en un ligero abusón.

Una vez llegó al instituto, no se dejó amedrentar. 

Si lo insultaban, él insultaba de vuelta. Si le pegaban, él les pegaba más fuerte.

Esto, y el no saber gestionar su ira, le causó muchos problemas y no fue hasta conoció a sus verdaderos amigos y entró en el Glee que no encontró una solución para este hecho.

Gracias a la música encontró una manera de canalizar sus energías. 

Después de un partido particularmente malo o de una avalancha de insultos, Spencer se ponía a cantar o a tocar la guitarra. Y eso lo calmaba.

Reconocía que le debía mucho a aquellas personas que poco a poco se habían convertido en su familia y que le habían regalado estrategias para afrontar sus emociones y sus problemas.

Sonrío recordándolos y le lanzó el balón a uno de sus compañeros de equipo sin dejar que los insultos le afectaran. Él era más fuerte.

Como si recordar a sus amigos fuera lo único que necesitara, Spencer se llenó de energía y gracias a él, que se movía como una bala por todo el campo, sus compañeros comenzaron a reaccionar y superaron por varios puntos al equipo contrario, lleno de abusones.

Cuando el pateador consiguió el tercer punto consecutivo, todos los del equipo se giraron hacia su quarterback y le sonrieron.

Spencer estaba de  lo más feliz.

El partido avanzó rápidamente y pronto se encontraron a pocos minutos de la media parte.

En aquel instante, el rubio dirigió la vista hacia el lugar designado para el entrenador y algunos invitados especial y encontró allí a la persona a la que buscaba.

Suspiró entonces aliviado. Había llegado.

Su novio, Alistair, le había asegurado que intentaría llegar al partido, aunque no le aseguraba nada puesto que tenía un compromiso laboral que atender antes.

Opening Ourselves Up To JoyOù les histoires vivent. Découvrez maintenant