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Y a poco tiempo el rápido buque surcaba a todo vapor las aguas del Mar Rojo.

Pero el Mar Rojo es muy caprichosa y con frecuencia proceloso, como todos los golfos largos y estrechos. Cuando el viento soplaba de la costa de Asia o de la de África, el Mongolia, de casco fusiforme tomado de través, sufría espantosos vaivenes.

Las damas desaparecían entonces; los pianos callaban; los cantos y las danzas cesaban a un tiempo. Y entre tanto, a pesar del viento y a pesar de las olas, el vapor, impelido por su poderosa máquina, corría sin tardanza hacia el estrecho de Bab-el-Mandeb.

¿Qué hacía Phileas Fogg durante aquel tiempo ¿Pudiera creerse que siempre inquieto y ansioso se preocupaba de los cambios de viento prejudiciales a la marcha del buque?

De ningún modo; o si pensaba en estas eventualidades, no lo dejaba cuando menos traslucir. Era siempre el hombre impasible, el miembro imperturbable de Reform-Club, a quien ningún incidente o accidente podía sorprender.

¿Qué hacía entonces aquel hombre original encarcelado en el Mongolia? Hacía primeramente sus cuatros comidad diarias, sin que nunca el cabeceo ni los vaivenes pudieran desconcertar máquina tan maravillosamente organizada. Y después jugaba al whist.

En cuanto a Picaporte, no le atacaba el mareo. Ocupaba un camarote de proa y comía concienzudamente. Debemos decir que este viaje, hecho en tales condiciones, no le disgustaba, y procuraba sacar partido de él. Bien comido, bien alojado, conocía tierras, y por otra parte tenía la esperanza de que esta broma acabaría  en Bombay.

Al día siguiente de la salida de Suez, 29 de octubre, no dejó de darle gusto al encuentro que tuvo en el puemte con el obsequioso personaje a quien se había dirigido al desembarcar en Egipto.

-No me engaño- le dijo al acercarse con amable sonrisa-, usted es el caballero que fue tan complaciente en servirme de guía por las calles de Suez.

-En efecto-respondió el agente-. ¡Te reconozco! Eres el criado de ese inglés tan original...

-Precisamente, señor...

-¿Y está bien mister Fogg?- preguntó Fix con el acento más natural.

-Muy bien, señor Fix. Y yo también, por cierto. Como lo mismo que un ogro en ayunas. Es el aire del mar.

-Pero nunca veo tu amo sobre el puente.

-Nunca. No es curioso.

-¿Sabe, señor Picaporte, que este pretendido de viaje en ochenta días pudiera muy bien ocultar alguna misión secreta... una misión diplomática por ejemplo?

-A fe mía, señor Fix, yo nada sé, se lo declaro, ni daría media corona por saberlo.

Desde este encuentro, Picaporte y Fix hablaron juntos con frecuencia. El inspector de policía tenía empeño en trabajar intimidad con el criado de mister Fogg. Esto podía serle útil en caso necesario.
El Mongolia tenía que recorrer todavía mil seiscientas cincuenta millas para llegar a Bombay, y debía estar tres horas en SteamerPoint a fin de llenar sus bodegas.

Pero esta tardanza no podía perjudicar de ningún modo el programa, de Phileas Fogg. Estaba prevista. Además, el Mongolia,  en lugar de llegar a Adén el 15 de octubre por la mañana, entraba el 14 por la tarde. Era un adelanto de quince horas.

La vuelta al mundo en 80 diasWhere stories live. Discover now