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-Y bien cogiéndole, sir Francis -respondió  mister fogg-, le habrían condenado, y después de sufrir su pena hubiera vuelto tranquilamente a Europa. ¡No veo por qué ese asunto tendría  que perjudicar a su amo!

Es oportuno dar a conocer los pensamientos que ocupaban entonces el ánimo de Picaporte. Hasta su llegada  a Bombay, había creído  y podido creer que las cosas no pasaría de allí, pero ahora desde que corría a todo vapor desde la India, se había verificado un cambio en su ánimo. Sus inclinaciones naturales reaparecían con celeridad. Volvía a sus caprichosas ideas de la juventud, tomaba por lo serio los proyectos de su amo, creía en la realidad de la apuesta, y por consiguiente en la vuelta al mundo en el máximum de tiempo que no debía excederle. Se inquietaba ya por las tardanzas posibles y por los accidentes que podían sobrevenir en el camino. Se sentía como interesado en esta apuesta, y temblaba ante la idea que tenía de haberla podido comprometer la víspera con su imperdonable estupidez.

Al siguiente día, 22 de octubre, respondiendo a una pregunta de sir Francis Cromarty, Picaporte, después de consultar su reloj, dijo que eran las tres de la mañana . Y en efecto, ese famoso reloj,  siempre arreglado por el meridiano de Greenwich, que estaba a cerca de setenta grados al Oeste, debía atrasar, y atrasaba en efecto cuatro horas. 

Sir Francis rectificó por consiguiente la hora dada por Picaporte. Trató de hacerle comprender que debía arreglar su reloj por cada nuevo meridiano, y que caminando constantemente hacía el Este, es decir al encuentro del sol, los días eran más cortos tantas veces cuatro minutos como grado se recorrían. Todo fue inútil. Hubiese o no comprendido la observación del brigadier general, el obstinado Picaporte no quiso adelantar su reloj, conservando invariablemente la hora de Londres.

A las ocho de la mañana, y a quince millas antes de la estación de Bothal, el tren se detuvo en medio de un extenso claro del bosque rodeado de bungalows y de cabañas de obreros.  El conductor del tren pasó delante de la línea de vagones diciendo;

-Los viajeros se apean aquí.

Phileas Fogg miró a sir Francis Cromarty, quien pareció no comprender nada de esta detención en medio de un bosque de tamarindos y de khajoures.

La vuelta al mundo en 80 diasWhere stories live. Discover now