Sometimes silence is violent

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El dolor irradia desde el centro de su pecho hasta la punta de sus dedos y él no sabe si la sensación proviene de su corazón o de su jodida espalda.
Se encuentra en cama, la lumbalgia ha iniciado desde la mañana, pero la ha ignorado y debido a su inflamado útero y a sus malas posturas, la sensación simplemente es tan fuerte que ni si quiera acostado puede sentir alivio.
¿Será temporal o esta vez de verdad no hay otra opción más que remover los discos dañados?, se pregunta como cada maldito mes.
Debido a su peso se le habían jodido tres, ahora quizá cinco, discos intervertebrales y al principio su madre lo ayudó a mejorar e inició un tratamiento y una dieta rigurosa. Toda su familia lo apoyó cuando inició, pero tan pronto como pudo caminar de nuevo, lo dejaron solo otra vez sabiendo que él aún no había concluido el tratamiento. Su abuela vivía en su casa para ayudarlo, pero cuando se dio cuenta de que ya no era tan peligroso que utilizara el autobús para ir a la escuela, ella dejó de estar en casa nuevamente, ahora se limitaba a usar aquel hogar para bañarse o dormir una que otra noche, apenas hablándole cuando llegaba.
El tiempo a solas lo estaba matando por dentro y su madre se quejaba de lo poco que su padre le ayudaba económicamente, así que decidió tomar un empleo apenas la oportunidad brilló. De aquella manera sentiría que le devolvía a su madre una pequeña cantidad de lo que había gastado para reparar su espalda.
La universidad lo consumía y el trabajo lo estresaba, pero valía la pena estar todo el día ocupado con tal de no estar rodeado de gente que lo hacía sentirse solo.
Sin embargo, el estrés lo ponía ansioso y eso lo hacía comer de más, por lo que subió diez de los diecisiete kilos que había bajado y la espalda comenzó a molestarlo nuevamente, aunque no tanto como para preocuparse.

Entonces, en un día de examen, pasó lo que temía que pasara: se cayó.
Fue una caída suave e inesperada, incluso pudo levantarse a los pocos segundos, sin embargo podía notar las consecuencias en aquellos momentos, cuando los nervios le latían dolorosamente y se entumían gracias a los discos hinchados.
No decía nada porque no quería preocupar a su madre y porque se negaba a ver la realidad.
Deseaba muy fuerte bajar de peso, pero era muy difícil seguir la dieta cuando apenas tenía tiempo de hacer sus tareas y dormir al menos seis horas diarias.
Decidió que aguantaría hasta que estuviera tan jodido que por fin se dieran cuenta y lo ayudaran de nuevo. Porque en el fondo sabía que aunque él hablara, nadie iba a creerle y minimizarían el problema hasta que no pudiera caminar otra vez.
Se forzaba todos los días a ir al trabajo y se forzaba a ir parado en los camiones para llegar temprano a clases. Dolía como el infierno, pero era necesario, no pararía su vida por un poco de dolor que ya antes había sentido.

Aquella noche era diferente, todo dolía más y no sabía si eran las hormonas que su maldito cuerpo producía o si era la charla que había tenido anteriormente con su madre.

Quería cortarse el cabello porque le estorbaba y lo hacía verse como algo que hace tiempo sentía que no era.
Deseaba desesperadamente que la barba le creciera más gruesa para que así el cabello no lo hiciera lucir tan femenino. Creía desde hace tiempo que la vida se empeñaba en bromear con él demasiado rudo.
El haberle asignado un par de tetas y una vagina era para él el castigo más cruel de todos.
Y había tenido que vivir con eso por veinte años, hasta que descubrió que la vida había cometido un error, que había olvidado la pieza más importante de su cuerpo y le había dado otras que resultaban incómodas para él.

Ese día le preguntó a su madre su opinión acerca de un corte de cabello que había visto en una banda de chicos coreanos, ella fue quizá demasiado ruda con la respuesta, intentando humillarlo frente a su mejor amiga para que por fin superara la etapa en la que se había atascado recientemente.

Recordaba las palabras casi exactas que su progenitora había utilizado para arrancarle esas ideas erróneas de la mente:
"No te van esos cortes de cabello, se te van a ver horribles, no necesitas fingir ser algo que no eres, eres una chica y tienes que aprender a aceptarte. Lo qué pasa es que estás obesa, si bajaras un poco de peso verías que no necesitas parecer un chico, eso es ridículo".
Se admiró a sí mismo por no llorar a pesar de la humillación que le causó, aunque sabía que eso lo perseguiría la noche entera. Él no sentía repulsión por su cuerpo como su madre creía, se sentía bien con las curvas aunque notaba que su cintura era más pequeña de lo que debería haber sido. Lo único que lo incomodaba eran los dos pequeños bultos que se comenzaron a formar en su pecho cuando cumplió doce, se veía obligado a tener que usar un incómodo sostén que se le incrustaba dolorosamente en la carne y dejaba marcas en su piel sólo para que sus pezones no fueran visibles.
Habían otras cosas que también lo incomodaban, como tener que deshacerse de sus preciados vellos faciales o corporales porque no se veían bien en su cuerpo, aunque no lo negaba, el hecho de afeitar su rostro lo hacía sentirse como un chico normal.

Odiaba el baño de su madre.

Tenía un espejo que siempre lo hacía sentirse mal. No era como los espejos en su habitación, este espejo SIEMPRE lo hacía verse más gordo y afeminado que los que tenía en casa.
Esa noche, después de la conversación, se encerró en el baño para tomar una ducha y deshacerse de la sangre que ese endemoniado útero soltaba. Antes de bañarse se observó en el espejo. Veía a una chica, era bonita, tenía el cabello largo y algo ondulado, las mejillas rojizas debido a su reciente ida a la playa, además de unas pestañas y cejas prominentes y un par de ojos marrones y preciosos.
No se encontraba en esa imagen, pero tampoco la odiaba, así que probablemente estaba en un error y su madre tenía razón, él no era un chico. Él era eso en el espejo.

Cuando terminó de ducharse y comenzó a secarse, su cabello se acomodó de una forma extraña pero agradable. Parecía que era más corto de lo que en realidad era y por primera vez sintió que el espejo de su mamá no estaba equivocado, que él estaba en aquella imagen.
Pero el cabello volvió a caer y se fijó en los fastidiosos bultos.
¿Quien era entonces?

Estaba atemorizado, quería cortarse el cabello pero sabía que todos en la escuela se burlarían, sabía que su novio se sentiría humillado y que se quedaría sin amigos. Incluso era probable que se quedara sin familia.

Así que lloró y pensó. Porque cuando la espalda comenzaba a dolerle, en seguida su alma lo resentía también.
No podía quitarse el disfraz de chica, tenía que vivir con él hasta que fuera lo suficientemente valiente para hacer algo al respecto. Se sentía asqueroso y solo. De nuevo dejaba de ser parte de todo, ya no encajaba. Quería morirse, prefería morirse antes que soportar otro "Baja de peso y te sentirás más segurA de quién eres". Para lo único que quería bajar de peso era para que ese maldito corte de cabello le quedará bien y su madre lo aceptara.

Nunca fue su padre, nunca le importó la aprobación de su padre, siempre fue su madre, pero ella se había encargado de rechazar todo aquello que él era.
Lo rechazó cuando dijo que era bisexual porque eso no existe, o eres homosexual o heterosexual, pero ambos sexos no pueden gustarte, es una mentira.
Así que él no habló más del tema y simplemente decidió que no hablaría de sus parejas nunca más.
Ahora lo rechazaba por haber descubierto lo que estaba mal en él, pero ella no le creía, ella pensaba que esto era una simple excusa para seguir siendo gordo.
No importó que cuidara sus palabras para expresar todo lo que sentía y que ella lo pudiera entender. Era una etapa. Una etapa como su bisexualidad, una etapa como su depresión y la superaría o moriría en el intento de esconderla.

Nonsense lettersWo Geschichten leben. Entdecke jetzt