Capítulo XII

97.8K 7.5K 27.5K
                                    

El cuerpo que descansaba plácidamente sentado en una de las máquinas de la esquina, era contemplado constantemente por el verde curioso y melancólico, que terminaba por suscitar pesadumbre y nostalgia a su corazón contraído.

Apenas salió de cambiarse, experimentó ese extraño efecto, esa extraña sensación que le recorrió la espina y le terminó por hacerlo volver la vista al origen que le complacía los sentidos, y se los colocaba de punta. Se encontró a sí mismo asombrado al ver a Louis mirándolo con admiración; siempre mezclado con esa docilidad que tenía para mostrar los gestos y movimientos.

Le mostró la sonrisa cuan sorpresa le dejaba gesticular los labios, siendo consciente de los hoyuelos que atrajeron su vista espontáneamente. Se mostró amable, gentil y simpático, y esperó que el omega que le devolvía la tímida risita lo descifrara de ese modo y no de ningún otro que fuera a provocarle escalofríos.

Se esforzaba en cuidar cada uno de sus movimientos con tal de no ahuyentar al pequeño castaño que, poco a poco, parecía sentirse más a gusto con el hecho de saludarlo con una sonrisa cada que sus miradas se encontrasen.

Disfrutaba mucho que Louis se notara —aunque sea un poco— más cómodo a su lado.

Cuando estuvieron en su auto, desde luego que sucumbió al aroma asustadizo y tenso. Pero cuando el ojiazul tomó la iniciativa y se recostó en su hombro, no pudo ignorar como su linda fragancia se expandía en un olor suave y ligero, dócil y cómodo como su ser. Los aromas dulces se mezclaron con su temple calmo, y saboreó con gusto que, incluso después de que se portó como todo un maldito, Louis encontró la manera de sentirse seguro a su lado.

Y es que ese pequeño chico no merecía nada que no le hiciera sentir protegido.

Porque a pesar de todo, era un omega. Y Harry sabía poner atención. Tenía la convicción suficiente para afirmar que Louis era un amante de ello. Lo notaba en sus gestos, en sus manos y en sus benditos sonrojos; se mostraba en su encantamiento por las muestras de afecto seguras, y la protección a su ser e integridad las tomaba como agua dulce.

Y el rizado lo tenía claro: no dejaba de gustarle.

Y su razonamiento siempre iba a calcinarle el cerebro y la consciencia, porque él sabe que fue un idiota. Y que lo que hizo no se remienda fácilmente, de la noche a la mañana o en unas cuantas citas.

Pero, caray. Le gusta. Le gusta muchísimo.

No puede negárselo porque es inconcebible. Se da cuenta en la sensación que le cosquillea en el estómago y en la corriente eléctrica que le despide de todos lados y se consume en su pecho, centrándose ahí y explotando como fuegos artificiales, originándole la sonrisa y los ojos diáfanos que se iluminan cual fuego en lo sombrío. Sus latidos lo confirman, y la amnesia temporal de los sucesos le suscitan una calma terrorífica que le hacen poner los pies en la tierra, y agradecer a Dios mil veces más por ponerlo en su camino.

Por colocar a ese pequeño omega en su vida.

Incluso si sabe que tal vez no recupere —ni merezca— su amistad, está satisfecho con esa sonrisa tímida, con esa sonrisa apenada que se toma el tiempo de darle; y que no tiene una idea de cómo le endulza la existencia.

Y Louis, oh, el pequeño Louis.

Louis no sabe que pensar sobre sí y sus sentimientos desparramados.

En esos escasos diez minutos, ha llegado a pensar que padece algún tipo de masoquismo o algo así. Se dice que no es normal continuar fijándose en el mismo hombre que casi lo viola pero que, al mismo tiempo, lo salvó de ser violado. Y la ironía de la situación le pone la moral entre la espada y la pared: no puedes darle una oportunidad a quien casi te hace daño, pero tampoco puedes ignorar a quien te salvó.

El urólogo || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora