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—¡No me digas, no me digas!, vienes a ver esa película para adolescentes hormonales que se acaba de estrenar.

¿Por quién me tomas, Alan?.

—...

Bien, sí, vengo a verla, pero es solo porque el protagonista es super guapo.

—Claro, y yo sólo trabajo aquí para comer palomitas gratis.

¿Y no es así?.

—No, también lo hago porque me gusta jugarle bromas a la gente, pero ese no es el punto, el punto es que tú estás aquí para pedirme que te dé dos entradas para una película que es clasificación +18.

¿Pues qué edad crees que tengo?.

—No lo sé, ¿15?, es muy difícil saberlo con esa estatura que tienes.

¿Me estás diciendo enana?.

—No, eso sería muy bajo de mi parte.

Suficiente, solo dame las entradas y cállate.

—¿Qué dices?, espera, deja me agacho para poder escucharte.

Alan...

—Está bien, está bien, te daré tus entradas, pero necesito que me des una identificación para comprobar tu edad y así yo no tenga problemas, de nuevo.

¿Cómo que de nuevo?.

—Sí, bueno, digamos que una vez dejé que una chica de 14 años entrara a ver una película no apta para niñas de su edad, pues contenía lenguaje inapropiado y escenas demasiado comprometedoras.

¿Cómo pudiste dejar que algo así pasara?.

—¡No fue mi culpa!, ella se veía de unos 20, era alta y tenía una gran... ejem, pechonalidad; por eso si alguien tiene la culpa aquí, es la pubertad.

Comprendo...

—Me ha pasado de todo en este trabajo, quizá algún día pueda contarte algunas anécdotas, o quizá no, porque me retrasarías la fila, como ahora.

Tal vez si no hablaras tanto...

—¿Me estás llamando parlanchin?.

No, te estoy diciendo indirectamente que te calles y me des mis entradas.

—Ah, claro, ten, espero que tú y tus amigas hormonales disfruten su función.

Tarado.

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