{VII}Cosa 5: Primer día en la guardería

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Sin duda serían las tres horas más largas de su vida, estaba a punto de dar la vuelta y llevarse sus niños a casa.

Era el primer día en que sus pequeños estarían en la guardería, y no quería que fueran, eran unos niños muy inteligentes y no la necesitaban. Pero ahora que el rubio tenía que trabajar más horas en el instituto no tenía muchas opciones.

–¿Están emocionados preciosos?– dijo el rubio mirando a sus cachorros por el retrovisor.

–!!SI¡¡– dijeron los dos al mismo tiempo.

Los dos cachorros de ojos verdes sonreían a su madre desde sus sillitas, con tres años eran lo más preciado del mundo para sus padres, y entendían que no se podían quedar en casa para siempre.

–Mami, no estés triste, cuidare de Albek en la guardería– dijo la pequeña con voz decidida y su madre la miro orgulloso.

–Y yo cuidare a Yuli– dijo a su vez el pequeño con una sonrisa encantadora.

–Esos son mis niños.

Luego puso música, intentando olvidar que iba a dejar a sus cachorros con extraños, y al ver que ya llegaban aminoró el paso para detenerse frente al establecimiento. Cuando detuvo el auto se paró a respirar un momento, ¿Lo iba a hacer? Sin duda no quería hacerlo, entonces ¿Por qué debía hacerlo? Porque no podía llevarlos a su trabajo.

Bajo del auto para abrirles la puerta a sus cachorros, estos estaban sonriendole muy animados y le sacaron un poco de presión, los bajo de sus sillas y los tomo de las manitos. Era el único omega hombre del lugar, la mayoría eran alfas y betas féminas, y una o dos omegas. Se sintió completamente fuera de lugar, pero no dejo que esas miradas desdeñosas lo intimidaran, estaba allí por sus cachorros y no permitiría que unos idiotas le arruinaran su primer día.

El lugar era un conjunto de salas, la mayoría eran jardín de infantes y había  una que otra guardería, sus bebés irían a la sala amarilla, así que los llevo hasta allí y cuando le abrieron la cuidadora dio un gritito de sorpresa. Sin duda no esperaba que un omega llevará a cachorros al lugar.

–Hola, soy Yuri Plisetski, mi esposo inscribió a nuestros bebés aquí.

La chica parpadeo un par de veces y luego se apresuró a tomar el cuaderno de inscripción.

–¿Cómo se llaman los pequeños?

–Albek Nikolai, y Yulia Sarik– dijo orgulloso viendo a sus hijos, ellos estaban con la mirada perdida dentro de la sala, donde un montón de juguetes los llamaban.

– Ah, los mellizos Altin– la muchacha se agachó a la altura de los niños, y ellos se escondieron detrás de su madre–. Hola niños, yo soy Ivana, los cuidare a partir de hoy.

La chica extendió sus manos y los dos pequeños la tomaron y la agitaron, luego la soltaron para volver a abrazar las piernas de sus madre, el omega se agachó y los abrazo también, no quería dejarlos.

–Bueno chicos– dijo separándose un poco–. Papá y mamá vendrán a buscarlos a las once, ¿De acuerdo?

Los pequeños asintieron con una mirada seria, como si estuvieran tratando un asunto de seguridad nacional. A Yuri le encantaba ver cómo fruncían el seño, igual que Otabek.

El rubio se levantó y dejó que sus pequeños se adentrarán en la salita, esperaba que pudieran adaptarse al lugar.

–Bueno los dejo a su cuidado, si pasa algo no dude en llamarme– dijo el oji-verde mirando a la chica, ella solo asintió y luego entro a la sala con los niños, antes de que cerrara la puerta el rubio vio a sus bebés sacudiendo las manitos, despidiéndose.

Dio una fuerte bocanada de aire y se alejó de ahí, sentía que cada paso le arrancaba un poquito de su alma, y rezaba a quien fuera que estuviera en el cielo por el bien de sus cachorros. Cuando salio del establecimiento se vio tentado a ir corriendo por sus hijos y llevarlos a casa, lucho mano a mano contra su instinto, y al final pudo subirse al auto.

Encendió el motor y se alejó, poco a poco, de sus preciadas crías, algunas lágrimas rebeldes se escapaban por sus ojos, estaba abandonando a sus bebés, había prometido que estaría siempre con ellos y ahora los abandonaba. Cuando llegó a el instituto donde enseñaba se quedó en el auto, no podía dejar que sus alumnos lo vieran con esa cara, seco su rostro y llamo a Otabek.

Buenos días ¿Quién habla?

La voz de su alfa logró calmar un poco su corazón, quiso responderle pero su voz salió más nasal de lo que pretendía.

–Hola Beka, soy yo.

–Cariño ¿No deberías estar en clases?

–Si, bueno, solo llamaba para decirte que ya dejé a los peques en la guardería.

–Y quieres ir corriendo a buscarlos, ¿Acerté?

–Como siempre hermoso– suspiro– ¿Qué puedo hacer? Siento unas ganas inmensas de ir a sacarlos de esa guardería de mierda y traerlos conmigo.

–Solo puedes ir a trabajar cariño, cuando llegues a casa ellos ya estarán aquí, no te preocupes.

–Lo intentaré.

–Te amo Yura, te veré luego.

El menor se sonrojo, no se esperaba eso, se aclaró la garganta antes de contestar con un suave– También te amo.

Y colgó inmediatamente, no quería oír a su marido después de eso.

Yuri salió del auto decidido a dar la mejor clase de ballet del universo, pero después de su primer hora de clase entró en una leve depresión. Quería tener a sus bebés cerca, no veía la hora en la que sus clases terminaran y sus estúpidos alumnos se fueran. Eran todos unos niños mimados.

...

Cuando las clases terminaron Yuri había salido corriendo, llamando la atención de todos, y entró de un salto a su auto. Estaba a unos minutos de volver a ver a sus niños, y estaba súper ansioso.

–Tranquilos pequeños, mamá va en camino– dijo entusiasmado mirando la calle.

Vale decir que fue muy rápido, pero precavido, así que no hubo nada que pudiera lamentar.

Cuando llegó a su casa estacionó el auto con la maestría de un piloto en los pix, y corrió hacia la puerta casi estampandola. Cuando logró abrirla quiso correr otra vez, pero unos brazos no lo dejaron avanzar.

–Mami~– la voz sonó quebrada y cuando bajó la mirada se encontró con las verdes orbes de sus cachorritos.

El rubio se agachó y abrazo a sus bebés, manteniéndolos cerca de su corazón, contra su pecho.

–Mami los extraño toda la mañana bebés, no los volveré a dejar nunca– dijo llenando de besos las caras de sus niños.

Otabek miraba todo enternecido, sin atreverse a interrumpir ese delicado momento, ya le diría a Yuri que al día siguiente volvería a dejar a sus crías en la guardería.

Por el momento estaba bien solo siendo un espectador.

Diario de la familia Altin-PlisetskiWhere stories live. Discover now