Dia 2

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Venus: 

—¿Estas segura de que no quieres que vaya contigo?.—Pregunta Ian preocupado.

—No, estaré bien.—Le respondo.—Y tú mismo dijiste que quieres terminar todo antes de la boda.. ¿No queremos que algo salga de imprevisto, no?

La última semana queremos ser solo él y yo, no pensar en el estrés o los problemas del trabajo, por eso mismo Ian quiere terminar todo enseguida.

—Sí, eso dije, solo me hubiera gustado conocer a tu familia, presentarme ante ellos.

Mi cuerpo se tensa.

Carraspeo despacio.

—No creo que te hubieran agradado.

—¿Por qué no?

—Ellos no son como nosotros, no, no son como yo.—Le respondo bajando la mirada.

—¿Y cómo son?

Personas rurales.

Sin educación.

Detesto admitirlo, pero todas las personas del pueblo son así, no es algo que me sienta orgullosa y no quiero que al conocerlos, Ian se lleve una mala impresión de mí y termine por cancelar la boda.

No voy a arriesgarme por una mala impresión que puedan darle, sale huyendo de este lugar y yo no tengo la culpa de haber nacido en un sitio tan horrible.

Al otro lado del teléfono, escucho como lo llaman para una junta de trabajo.

—Tengo que colgar, Vee.

Sonrio despacio.

—Te echare de menos.

Resoplo.—Demorare un par de días.

—Aun así te echare de menos.

Mi sonrisa es gigante .—Te amo, Ian.

—Yo también te amo, Vee.

Cuelgo el teléfono y me sobresalto cuando escucho un grito fuerte de parte del conductor, indicándome que hemos llegado al pueblo.

¿Era necesario gritar para anunciarlo?

Cojo mi maleta más liviana y la cuelgo al hombro, bajo las escaleras del autobús y espero paciente a que me entreguen mis pertenencias junto a otras maletas guardadas en el vagón del autobús, al dármelas me acerco a uno de los hombres que llevan caballos y burros de carga, lamentablemente aquí no existe algo como un taxi y dudo mucho que algún día exista, ni aunque tuvieran el dinero que necesitan, este tipo de gente prefiere quedarse en el pasado que avanzar.

—Debo suponer que no acepta tarjeta.—Le digo al anciano vestido con trapos sucios y un sombrero de paja, lo cual es normal cuando tu trabajo se trata de llevar personas a los pueblos del centro en sus caballos.

—Solo efectivo, señorita.—Me corrige.

¿Por qué no lo intuí?

—Lo suponía.

—¿Tiene cambio de 100?

—No tengo vuelto de 100

—Entonces quédese con el cambio, necesito llegar pronto.

El me coge la mano quitándome el dinero.—Como guste.

Se acerca a mí y yo lo miro confundida.

—¿Qué es lo que hace?

Un grito sale de mi garganta cuando me toma de cintura.

—¡¿Qué carajos hace?!

—No se mueva, señorita.

60 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora