prólogo.

18.7K 1.2K 529
                                    

Los vecinos oían con facilidad los gritos que provenían de la casa de los Foley y nadie se sorprendía. Era una costumbre que gritaran a cualquier hora del día, que se oyeran golpes, que ingresaran sujetos extraños al lugar.

Ese anochecer la señora Foley discutía con su nuevo interés amoroso. Tenía un mes de conocerlo y ya le permitía vivir en la casa. Justin, su hijo de diez años, observaba asustado como el tipo gritaba y se movía de forma agresiva. El chico llevaba la ropa sucia, el cabello despeinado y su última comida había sido en el almuerzo, cuando Bryce le ofreció de la suya en la escuela. Su madre volvió a gritar y el hombre destrozó un jarrón contra el piso, acto que lo aterrorizó. Aquel tipo cargaba una furia intensa que se reflejaba en sus movimientos, en el tono de su voz, en el modo en que miraba a Justin, con tanto odio.

—Mami... Ma...— se enganchó de la remera de su madre, pidiendo por su atención. Quería que su madre echara a ese hombre malo. Ya no soportaba sus gritos ni sus ataques de ira.

—Callate, niño. ¿No ves que estoy hablando yo?— lo que más temía se hizo realidad. El sujeto se dirigió a él y tiró de su brazo, con fuerzas. Lo llevo a rastras por el pasillo. —No haces más que estorbar— dijo mientras abría la puerta principal y lo lanzaba hacia afuera. Justin cayó sobre la acera sintiendo como la piel de sus rodillas raspaba contra el cemento. Rápido, se puso de pie e intentó regresar. La puerta estaba cerrada. Lucho contra ella un par de veces, hasta reconocer que abrirla era una tarea imposible.

El sol se había escondido y un viento helado recorría las calles. El pequeño se sentó apoyando su espalda en la puerta y se envolvió a sí mismo en un abrazo. No tenía otra opción que esperar.

Lucy vivía en la casa de enfrente y había sido testigo de la escena completa. Aún seguía mirando por la ventana. Vio al niño de su misma edad quedarse fuera. Por la forma en que se encogía creyó que estaba llorando y aquello le causó tristeza. Entonces sus miradas chocaron. Lucy sonrió con lamento y elevó la mano para saludarlo. El niño imitó el saludo, pero con el ceño fruncido. Estaba enojado porque su madre seguía sin abrir la puerta.

Estuvieron haciéndose muecas a la distancia por algunos segundos. Hasta que Lucy desapareció de su visión.

—Mamá...— Helena, la madre de Lucy, se ocupaba de preparar la cena. Cortaba verduras sobre una tabla.

—¿Que pasa, Lu?

—Dejaron al niño de enfrente solo y afuera— la mujer oyó las palabras y miró a su pequeña niña con preocupación. Lucy tenía un corazón enorme y en parte, se debía a los valores y lecciones que sus padres le inculcaban. —Creo que debe tener frío... Y... Y debe de tener hambre ¿no? Mamá, ¿no crees que deberíamos invitarlo a cenar? Puedo compartirle de mi plato. De verdad— le dijo. A pesar de tener solo diez años, Lucy era consciente de que sus padres no tenían mucho dinero. Su madre trabajaba como asistente de su mejor amiga, Lainie Jensen. Eran como hermanas. Lainie y Matt Jensen los ayudaban mucho. Clay, hijo del matrimonio, era como un primo para Lucy y de hecho, se llevaban muy bien. La niña miró fijo a su madre, esperando convencerla. Helena no tardó demasiado en ceder.

—De acuerdo, Lu. Puedes decirle que venga— aceptó, acariciando el cabello de la niña quién de inmediato se asomó por la puerta de casa.

—¡Hey, tú! Mi mamá dice que puedes cenar con nosotros— exclamó a Justin, quién de inmediato prestó atención a la vocesita amigable y un tanto mandona. —¿Vienes o no?— cuestionó. —Cerraré la puerta en 10... 9... 8... 7...— emprendió la cuenta regresiva y entonces, Justin se puso de pie y corrió hacia enfrente.

—No cierres— murmuró cuando estaba a escasos pasos de la puerta y Lucy la mantuvo abierta. —¿En verdad puedo quedarme?

—Sí. Mamá está cocinando estofado de verduras ¿te gusta? Porque es todo lo que tenemos.

—Claro— respondió con ánimos de entrar. Lucy aún no le daba el permiso completo.

—Pero primero tienes que prometer que seremos amigos— levantó el meñique, esperando que el niño hiciera lo mismo. —Tienes que levantar tu dedo, así— le explicó. Entonces Justin la imitó. —Bien. ¿Lo prometes? ¿Para siempre?

—Lo prometo— murmuró. Y sus meñiques se enredaron, simbolizando la promesa hecha y sellada.

Los próximos seis meses la amistad prosperó. Justin se refugiaba en casa de Lucy cada vez que sus madres lo permitían. Corría y pasaba tiempo allí. Helena y Jude, su marido, lo aceptaban porque era un buen niño. En la escuela avanzaba el rumor de lo problemático que podía ser Justin Foley. Se burlaban de su ropa sucia, de su aspecto descuidado, de sus útiles desprolijos y rotos. Justin cargaba con el peso de las burlas y además, llegaba a lo que se suponía que era su hogar y se encontraba con escenarios desastrosos: Oía a su madre llorar. La veía golpeada o drogada. La veía drogándose. Tenía que soportar los tipos que invadían la casa como si les perteneciera. Aguantar incluso hasta los golpes que solían proporcionarle. Nadie lo defendía.

Entonces, por el día, Justin repartía su tiempo entre la escuela, casa de Bryce y luego, casa de Lucy. A veces se quedaba a dormir en algunos de esos sitios. Donde no había gritos. Ni drogas. No reinaba el silencio escalofriante. No se permitían agresiones.

Así construía su vida, sobre realidades ficticias y cimientos inestables. No pertenecía a la familia de Bryce, tampoco a la de Lucy. Pertenecía a una familia destrozada. Una madre que ya no tenía fuerzas para cuidar de él. Un padre que jamás tuvo la dignidad de conocerlo. No tenía nada.

El primer cimiento se derrumbó el día que Lucy se marchó. Una mañana observó como un camión de mudanza cargaba muebles y pertenencias. Horas más tardes, su amiga le reveló que sus padres habían conseguido un trabajo mejor en otra ciudad y que efectivamente, se marcharían. Estaba acostumbrado a que le rompieran el corazón pero ese día dolió como pocas veces.

¿Quién lo ayudaría con las tareas?

¿Quién recorría las calles del vecindario en bicicleta junto a él?

¿Quién le leería cuentos de aventura mientras pasaban tiempo en la casa del árbol?

¿A donde iría por las noches, cuando su casa se convertía en el mismísimo infierno?

¿A quién le contaría sus sueños sin que se rieran de él?

No podía aceptarlo. Se sentía traicionado, abandonado por milésima vez, descartado.

—¡Rompiste tu promesa Lucy! Dijiste que siempre seríamos amigos ¿lo recuerdas? ¡Lo prometiste!— le reprochó con el ceño fruncido.

—Podemos seguir siendo amigos. Mamá dijo qué...

—¡No importa lo que digan! Te irás. Vas a dejarme solo como todo el mundo lo hace. Y tendrás nuevos amigos y te olvidarás de mí.

—No voy a olvidarme de ti, Jus— le dijo la niña que por primera vez sentía su pequeño corazón roto. —Los amigos son para siempre— agregó. Y aunque solían decir que los besos y abrazos eran asquerosos, Lucy se acercó y lo abrazó. Cada vez que su madre o su padre le daban un abrazo, se sentía bien. Pensó que también le haría bien a Justin y así fue. —Mamá y papá dijeron que podría llamarte todos los días.

—¿Todos?

—Sí, todos. Lo prometo.

Sus meñiques se elevaron y estos fueron entrelazados, era su manera de sellar las promesas.

Los niños son puros e inocentes. Sus intenciones eran buenas. Lucy jamás juzgó a Justin y la amistad que creció en meses, parecía una amistad forjada de años. Porque así es cuando eres niño... Es más fácil querer. Las relaciones son más simples y sinceras, no hay tanto rollo. Se querían y habrían cumplido todas las promesas.

Las primeras semanas Justin y Lucy hablaban por el teléfono fijo, todos los días. Se contaban lo que habían hecho. Reían. Incluso Lucy le leía nuevas historias que su padre le había regalado. Hasta que un mal día, Justin llegó a su casa y el teléfono estaba destrozado, los cables cortados. Ya no servía. A sus diez años, no pudo hacer nada para revertir la situación. Tuvo que seguir con su vida. 

No volvió a oír la voz de Lucy...

Y las promesas se rompieron. 

Back to you ⇥ Justin Foley ®Where stories live. Discover now