Jugo

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Abrí la hielera, y todavía quedaba una lata de jugo. Era justo lo que yo necesitaba en ese soleado día de paseo en la playa.

Lola apareció detrás de mí, escudriñando lo que restaba dentro de la caja.

—Ese es mi jugo, ¿verdad, Linky?

—De hecho es mío, Lola.

Mi hermana frunció el ceño.

—Creo que no comprendiste lo que dije. Ese jugo que está ahí me pertenece. ¿No es así, hermano?

Y su rostro furioso quedó justo frente al mío. Llegó el momento de resignarme.

—Seguro. Cómo digas, Lola.

—¡Gracias, Lincoln! —fue su nueva reacción, con una sonrisa elegante, pero carente de cualquier tipo de burla.

El tiempo pasa y hay cosas que siguen siendo iguales. Claro está que algunas cosas sí llegan a ser diferentes, como el aspecto de Lola, ahora que ya tiene doce años. Por eso, mientras yo me sentaba en la toalla y ella se recostaba a mi lado, me vi obligado a preguntarle:

—¿En verdad no te prohibió Mamá que usaras ese traje de dos piezas?

—No —respondió de forma instantánea, aunque todos en la familia sabemos que eso no es garantía de sinceridad. El que usara esas prendas, minúsculas y de color rosa, era algo que no me dejaba descansar tranquilo. Ella prosiguió: —Tú sabes lo importante que es para mí el lograr un bronceado perfecto.

—Cualquiera que te conozca sabe que tú has sido siempre perfecta.

—Eso fue muy dulce. Pero ni en sueños te librarás de aplicarme la loción bronceadora.

—Rayos —comenté, mientras ella giraba su cuerpo, quedando con la espalda hacia arriba y meneando un poco sus anchas caderas. Al hacerlo, agitó un poco su cabellera dorada.

—No es motivo para que te quejes, Lincoln. Es más... Prometo que para compensarlo, dejaré que... Me tomes de la mano el resto del paseo.

Ella sonrió, con un ligero rubor en sus mejillas. Supongo que las mías tenían ese mismo tono de color.

Charlas brevesWhere stories live. Discover now