Secretos

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El que hasta hace poco era un rincón secreto en Chicago iba a traemos momentos de inimaginable dulzura esa noche.

Sin embargo, la ubicación de ese lugar no era el único secreto que estábamos compartiendo.

La cortísima falda de su encantador atuendo de City Girl se agitó con suavidad cuando ella sacó la llave del apartamento con un giro sobrio. Rayos. Amo lo bien que le queda esa prenda.

Al abrir la puerta, la elegancia del lugar me dejó boquiabierto. Muebles blancos sobre una fina alfombra marrón y un hermoso candelabro eran lo primero que saltaba a la vista, pero no era lo mejor.

Había una imponente vista nocturna del lago Michigan, con el horizonte iluminado del centro de la ciudad al fondo.

—¿Y bien? —preguntó Lori con tranquilidad. —¿No te parece literalmente la mejor vista del mundo?

—Estoy asombrado. Mejor de lo que imaginé.

—La otra vez que vine fue sola. Así que me prometí a mí misma regresar con buena compañía —confesó, mientras me daba una suave caricia en la espalda.

Lo primero que hicimos fue pedir servicio a la habitación. Unos refrescos, un par de Club Sandwiches, y un mueble girado hacia la enorme ventana que nos mostraba esa vista inolvidable.

Ahí estábamos, con el cuarto poco iluminado, contemplando el espectáculo casi en silencio, sentados y abrazados de un modo muy cariñoso. Lori se había quitado las zapatillas, los guantes y la boina, y con un impulso maternal había acercado mi rostro a su cálido pecho. Otro de los mejores lugares del mundo.

—Es hermoso, ¿verdad? —me preguntó en un susurro.

—Totalmente —respondí en voz baja, viendo a la ventana y disfrutando de su busto soberbio.

Yo callaba, pero mi corazón deseaba gritar. Decir a toda voz que estaba feliz, y no por el hotel, sino por ella. Mi hermana mayor, la que siempre me cuidó y a la que en secreto consideré la mujer de mis sueños durante años. Hasta que, en una tarde solos en casa, un cruce de miradas nos hizo revelar nuestros sentimientos.

Su delicada mano acariciaba mi cabello con suavidad. Rayos. Amo que haga eso.

—Qué calladito —comentó ella de repente y con una pequeña sonrisa en su rostro magnífico.

—No quisiera arruinar el momento diciendo alguna tontería.

—Estás siendo exagerado. Nunca olvides que adoro cualquier cosa que me digas. Eres literalmente lo más tierno que existe.

Su adorable comentario me hizo corresponder con algo igual de cariñoso.

—Te lo diré. Este momento es perfecto. Estar contigo, aquí, es como un sueño del que no quisiera despertar. Nada lo haría mejor.

—Yo no estaría muy segura de eso último —respondió ella, separándose y recostandose en el sofá.

La vi en silencio, con esa bella mirada enmarcada por su cabello dorado. Y ya no pude resistirme. Tuve que acercarme a su rostro, verla cerrar sus ojitos y recibir mis labios en los suyos. Esa sensación, la de besar a una diosa, es algo por lo que uno vendería su alma al diablo. Su ligera respiración se iba acelerando poco a poco. Mi mano izquierda pasó con delicadeza entre los cabellos rubios de mi chica, a la vez que mi mano derecha exploraba de forma irrespetuosa la longitud de sus muslos sedosos. La minifalda azul de su primoroso traje se había levantado, dejando al descubierto aquella linda ropa interior blanca que tantas veces había logrado espiar en el camino... Tantas, que hasta empecé a sospechar que ella me dejaba vérsela a propósito.

Charlas brevesWhere stories live. Discover now