Capítulo #20: Simple coincidencia.

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Soundtrack: This – Ed Sheeran.

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En la vida hay cosas que no puedes premeditar; esas que surgen sin que las hayas planeado, esas situaciones que se concretan aún cuando por tu mente no había pasado la más mínima idea y que, sin embargo, son capaces de darle un verdadero giro a todo; son capaces de cambiar tu vida.

Puede que tus propias acciones sean las que, sin notarlo, te llevan a ese momento que no esperabas, a esa coincidencia —como les dicen—. O puede que una fuerza superior, la vida o el mismísimo destino estén conspirando en tu contra para que eso suceda, o a tu favor.

Aquel implacable chico de ojos fríos no creía en el destino, el karma o cualquier otra mierda que dijese que “todo pasaba por algo”. El confiaba en que aquello que acontecía en su vida eran casualidades o cosas que surgían porque así él lo decidía. A parte de llevar a arrastras una especie de maldición que lo condenaba a la infelicidad desde hace mucho; amenazando con acabar su escasa fuerza y destruir su cordura. 

Por otro lado, el risueño chico de sonrisa angelical tenía una ideología totalmente inversa; él era totalmente fiel a que su vida entera estaba escrita hasta el punto final y esas casualidades de las que todo el mundo hablaba no eran más que empujones del mismo destino para ayudarlo a asumir, de una vez por todas, la función por la cual nació.

Las creencias del mayor obstinado estaban a punto de caer al suelo, mientras que el rizado soñador sabía que algo estaba por venir…

Porque quizás era el comienzo de algo hermoso, o de algo sumamente doloroso.

Porque quizás era el comienzo de algo bueno, o de algo verdaderamente malo…  

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Intentaba deshacer la impotencia en su interior golpeando las paredes adyacentes a él, pateando la nada durante su trayecto y gritando maldiciones a sí mismo mientras fumaba cigarrillo tras cigarrillo aspirando calmarse y suprimir el intenso dolor que le rebosa el alma y le entumecía los sentidos. No sabía cuanto tiempo llevaba caminando en círculos frente a la plaza; quizás fuesen sólo minutos o varias horas, pero no le importaba. Lo único que en su mente rondaban eran oscuros pensamientos sobre cómo desechar ese sentimiento dulce y asqueroso que le estaba envenenando de a poco; robándole la identidad y hasta sus únicas defensas.

El castaño suspiró, dándole una última calada a esa cosa que le pudría los pulmones y desechándolo a un lado para, seguidamente, tomar uno nuevo del bolsillo de su chaqueta. Se detuvo y recostó su espalda en el ventanal de cristal de lo que parecía una cafetería mientras rebuscaba en su bolsillo trasero el encendedor. Todo a su alrededor daba vueltas, se inclinaba y volvía a su estado normal, dejándolo enfermo; con infinitas ganas de acabar con todo lo que le molestaba o, simplemente, acabar consigo mismo de una buena vez.

Porque la espera no tenia sentido.

 

Se dedicó a observar cada persona que se cruzaba al frente; adultos hablando airadamente por teléfono, niños llorando, ancianos quejándose del frío clima, parejas de adolescentes tomados de la mano; brindándose un pequeño intento de entrar en calor… Todo aquello le parecía repulsivo e insufrible, así que se dio la vuelta para volver al aparcamiento, subir a su motocicleta e irse al lugar más lejos y solitario que encontrase para poder lidiar con la amargura y esa putrefacta y extraña sensación que lo estaba carcomiendo por dentro.

Veinticinco días para amarte [Larry Stylinson] (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora