Capítulo #25: Veinticinco días... (2/3)

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(…)

Despertar temprano nunca se había sentido tan bien.

Louis detuvo la alarma de su reloj despertador (sin siquiera maldecir o estrellarlo contra la pared), y se sentó sobre la cama; estirando con pereza sus extremidades. Era ajeno al atisbo de una sonrisa que se formaba en sus labios al recordar la noche anterior.

Y “bien” era una palabra demasiado corta para describir su estado de ánimo en ese instante; se sentía de maravilla. Era algo extraño, pero agradable. Cantó cuando se duchaba y tarareó melodías indescifrables mientras rebuscaba en su armario algo decente que lo protegiera del frío. Incluso estuvo a punto de dignarse a hacer su propio desayuno por primera vez, sin embargo, recordó que debía ir en ayuna al hospital para realizarse su chequeo diario. Aquello ni siquiera le derribó un poco la tonta especie de alegría que parecía rebosarlo; en su mente lo único que rondaba era la sonrisa radiante de un ser un tanto especial que parecía tener la capacidad de hacerlo sentir sobre las nubes.

Sí, sus barreras de inmunidad contra los sentimientos humanos estaban cada vez más destruidas.

Se había despertado de la nada por medio segundo a mitad de madrugada, sintiendo como si algo lo abandonase; algo que estaba adherido a él y, en lugar de sentir un gran vacío a cambio, sentía un alivio impresionante. Como si, después de tanto tiempo, se sintiese capaz de volver a confiar; de volver a ser él mismo. Louis no sabía porqué esa sensación lo había invadido tan de repente, ni porqué, esta vez, le resultaba tan agradable. El grito de advertencia en su cabeza pasó a ser un susurro amenazante; de igual forma seguía allí, pero ¿qué rayos importaba? Se sentía mejor que nunca. Quizás no estaba tan mal dejarlo pasar por esta vez.  

La nieve ya se encontraba muy espesa sobre las calles, así que la única alternativa que tenía era usar su auto. Al mirar su propio reflejo en el espejo retrovisor observó que, a pesar de haberse aplicado maquillaje, aún se notaban ligeramente las bolsas color malva bajo sus ojos. Aunque, de nuevo, ¿qué mierda importaba? No se sentía enfermo ni mareado y era, más bien, como si aquello que lo condenaba a la muerte hubiese desaparecido de su sistema de la noche a la mañana. Como si pudiese ser capaz de vivir.  

Bueno, no era tan estúpidamente iluso como para llegar a esos extremos de optimismo, por eso se dirigía al nada apreciado hospital.

Durante el trayecto llamó a su madre y le notificó que se sentía bastante bien, que no había necesidad de pasar a vigilarlo y que él mismo iría por su medicamento. Contra todo pronóstico también les envió saludos a sus hermanas, cosa que dejó sin palabras a Jay, y colgó con una sonrisa satisfecha en su rostro.

En definitiva alguien más había poseído su cuerpo, una persona totalmente adversa a él, y estaba muy a gusto con eso. Había llegado a un acuerdo silencioso consigo mismo el día anterior —luego de sentir que el aire llenaba de nuevo sus pulmones cuando Harry lo perdonó—, y decidió que no se amargaría la vida analizando demasiado su dichoso estado o la persona quien lo provocaba. No aún.

Podía intentar estar bien. Podía intentar vivir por un tiempo sin su habitual máscara de arrogancia. Podía intentarlo.

Su corto tiempo en el hospital (que no fue más de una hora debido a que el tratamiento que le habían aplicado hace un par de días parecía haberle hecho muy bien), intentó ser igual de grosero y desdeñoso que siempre; realmente lo intentó. No obstante, cuando sintió la mirada extrañada de sus doctores y enfermeras sobre él y notó que se encontraba sonriendo a la nada mientras tomaban su tensión, verificaban su peso y se tragaba el odioso Imatinib*; supo que su fachada de chico frío había fallado miserablemente. Y, para su sorpresa, no le importó ni en lo más mínimo.

Veinticinco días para amarte [Larry Stylinson] (Terminada)Место, где живут истории. Откройте их для себя