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Bajo aquella noche cálida y habitual en aquella arenas del desierto, una tienda tenía en sus sombras e interior esos rizos que habían caído desde una significativa altura, y en esta misma,al costado derecho de ellos, se encontraba la joven con sus muslos maltratados y demás.

Estaban los dos durmiendo, con un par de vendas en sus cuerpos que ocultaban las heridas y quemaduras inducidas por la nitroglicerina al reaccionar con el sudor y sentimientos de aquel faraón.

Las pecas en negro con las mejillas pálidas por los golpes y fracturas, se deslizaban cálidamente a través de la almohada blanca y suave.

Su mano derecha, con la cual había intentado amortiguar la caída, ahora tenía un montón de vendas a causa de los escombros y restos de rocas que se habían adherido a su tersa piel. Y la suciedad no era algo ausente.

No obstante, los ojos de tono musgo se entre-abrieron con esfuerzo y dedicación mientras enfocaba el cielo de tela que lo resguardaba del sol.

—¿Uraraka-san...?—Había vuelto a ser él en totalidad, sin ningún rastro de aquella frialdad. La razón era una que resguardaba desde hacía ya unas horas desde su percepción personal—.

Un fugaz recuerdo de lo último que había hecho,se había presentado, y aquella expresión afligida se demostró delatando el crimen a su compañía del silencio.

<< Los ojos olivos ahora se deslizaban de un lado a otro en medio de aquella bella fiesta y festín, las palabras que Kirishima Eijirō había pronunciado en voz alta, le hacían eco en su cabeza causando tormento. Por dicha razón y sentimiento, el de rizos se acercó netamente a la pelinegra que había perdido su flor tibia y única a causa de Bakugō Katsuki.

Las dos joyas en tono olivo se abrieron con amabilidad, y sus manos ahora ocultas tras su espalda, le daban un aspecto infantil suficiente.

Yaoyorozu-san, ¿Podría acompañarme? —su petición rebosaba de cinismo, y sus puntos en sus pómulos ahora no se movían a la espera de una respuesta—.

Los ojos oscuros de la silueta femenina se cerraron a la par de sus suspiros, y su cuerpo emprendió la marcha al tesoro reclamado del rubio rubí.

Midoriya Izuku la guió a un lugar que tenía previsto con tiempo y anticipo, y al tenerla ahí dentro, sus orbes cambiaron de jade a escarlata.
El movimiento de la puerta, fue una de las más rápidas que Momo había sentido en su vida, y su pecho se aceleró por algo más que incomodidad.

Aquellos furtivos circulos adornados por un infantil rostro ahora avanzaban a ella con un aura alarmante.

Los muslos femeninos habían caído al suelo mientras una queja aguda salía forzosamente de sus cuerdas vocales.

—Deberías morir —dijo de una vez por todas al tener a esa chica sin poder respirar—, deberías dejar de venderte a Kacchan...

Las manos pálidas y delgadas sujetaban aquellas que aprisionaban su cuello, sintiendo aquella presión y brusquedad en el agarre.

Porque...tú... —Ella veía borroso a cada momento, y su cuerpo en toda ocasión sé sentía más pesado—.... Déjame...

Pero él no se dobló ante esa petición, por el contrario, sus ojos ahora carmín solo se entrecerraron al ahogarla con más intensidad.

El cuerpo y los pulmones de ella se iban volviendo obsoletos,y el cansancio se incubaba y acrecentaba, a cada minuto en su mente y corazón.
Su único pensamiento era la promesa que dicho rubio había proclamado y entregado.
El supuesto ejército inmortal que iba a acompañarla. Pero que ahora, se veía más que un sueño debido a los latidos en descenso y falta de oxígeno.

Tortura en corazonesWhere stories live. Discover now