11(Final)

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Izuku abrió sus ojos tras un par de minutos, no divisando a nadie más que aquel collar perteneciente a Bakugō. Sus manos con marcas se desplazaron a través de la arena, sujetando aquella joya en sus lindas manos con remordimiento y sufrimiento.
No había rastro de Katsuki en su campo de visión, ni el más mínimo indicio de que rondaba por allí por cuenta propia.

—¡Kacchan!—llamó aquel nombre, no recibiendo respuesta alguna—, ¡KACCHAN!

Sus espejos de aceituna vieron las arenas solas y desoladas, sin ningún alma que se atreviera a mostrarse entre el silencio y tenso ambiente.

En cuanto su cuerpo giró, sus manos se presionaron con bastante fuerza.

Anubis estaba ante el cuerpo casi inherte de aquel faraón.

—¡Malvado...!—gritó con repudio en su voz,corriendo a ellos dos, quedándose helado apenas los ojos vino lo admiraron—.

Carecían de algún esfuerzo por verlo, y la fatiga era evidente ante su mirada y percepción.

—Deku —le escuchó decir sutilmente, entrando en pánico—,no vengas, maldito idiota. 

Se estremeció ante esa petición expresada en insulto, pocas veces hacia ello.... Pocas veces decidía hablarle entre una batalla.... Aquello iba en serio.

Tanto Izuku como Amón acabaron furiosos, y en un ágil movimiento de su mano, el fuego nació desde su posición, hasta envolver al dios del Inframundo.

Apenas el perro negro empezó a retroceder, el peli-verde corrió al rubio, tomando aquel rostro que ya estaba más pálido.

—Kacchan... Lo siento, yo... No pude cuidar de ti —aclaró dejando caer lágrimas en ese rostro—,  a pesar de todo.... De todo eso, no pude proteger a lo que amo.

—Te estoy diciendo que te vayas —exigió con rabia, pues veía a aquel perro levantarse—, ¡largo de aquí!

Había sido demasiado tarde. Izuku le había dado un cálido beso en sus labios, solo derramando lágrimas aún en su rostro pálido.
En cuanto los labios se separaron, sus ojos verdes suspiraron, arrodillándose sobre aquel cuerpo.

Katsuki abrió sus ojos con terror, notando la manera en que su rostro se había manchado en sangre tibia.

—De.... —se acalló apenas Izuku expulsó sangre de sus labios, viendo aquella espada pasar por su pecho—. ¡Infeliz! ¡Muere! —exclamó a aquel animal, viendo cómo aventaba lejos a aquel joven de cabello rizado—. Mierda...

Sabía que su cuerpo pesaba cada vez más, y el sueño era algo que no le era de ayuda. Por ende, comenzó a desplazar su cuerpo como le era posible, conteniendo los lamentos de la arena pegarse a sus heridas.
Midoriya veía la manera en que su faraón no podía acercarse más debido al dolor y debilidad,optando por hacerlo él.

Solo eran un par de pasos, unos metros que los separaban entre sus momentos de agonía.

Los ojos verdes que suplicaban alcanzar los rubí con brillo, se entrecerraban por el dolor del arma en su cuerpo. El puñal le dolía a horrores, y la sangre de sus labios no le dejaba articular palabras innecesarias.
Probablemente si hablaba, su vida se marchitaria,su fuerza iba a deshacerse, y su anhelo por estar con el amor de su vida no iba a ser más que eso.

Katsuki sabía que el cuerpo de Izuku dejaría de respirar en unos segundos más, la grave herida en el pecho le era conocida, la había empleado tantas veces en sus castigados que había memorizado el tiempo de muerte.

Y a Izuku...no le quedaba más que a él.

El más bajo extendió su mano temblorosa y manchada en líquido vital al opuesto, teniendo su rostro apoyado en la arena y sus ojos fijos en aquel rostro que lo veía preocupado.

No sabía cuántas veces había añorado ser visto con esa expresión, ser abrazado por su señor de esa forma, con ese rostro que había fantaseado, quizás eran cientas,o Miles; pero era irónico que en su lecho de muerte lograra verlo.

Sonrió débilmente con alivio, Katsuki lo amaba al fin de cuentas, todo había cobrado sentido para él. Su agresividad, sus besos,sus caricias, sus libertades... Las limitaciones que Bakugō había tomado por su bien. Por sus creencias e ideales.
Era algo tan... Único.

—No te vayas a morir —demandó el más frío  al tomar esa palma con desespero, presionando con fuerza, sintiendo la acción repetida por Izuku—,  no te he dado permiso para morir.

Angustia, desespero, y nuevamente lágrimas honestas en los ojos del dirigente del reino muerto.

Las primeras ocasiones que mostraba lágrimas con alguien más que no eran los del palacio, por un plebeyo. Su plebeyo.

—Se que no me has dado permiso... —admitió el pecoso, tomando algo de aire por necesidad—... Pero... Te amamos,Kacchan.

El agarre se fue soltando, la sorpresa no se hizo tardar en el rostro del rubio, quien sólo escuchó aquello  junto al sobresalto de Anubis lejos.

Frente a sus ojos ahora estaba el cuerpo de Izuku,con un par de lágrimas estáticas en su mejilla al igual que sus ojos.
La sonrisa de alivio había quedado grabada, y sus ojos admirando los rojos.

Al agarre dejó de existir, y en cuanto la mano comenzó a caer, Katsuki la sujetó de mejor manera, sintiendo su vida acrecentar.

Movió las manos de Izuku, esperando algún movimiento que jamás llegaría. Uno que no iba a ser devuelto por ese niño carismático jamás.

En cuanto vió que las quemaduras en su piel se iban, miró el resto de sus heridas, divisando que ya no existían.

Lo había conseguido, había adquirido su deseo, su vida eterna.
Pero....

—Sin Deku no vale nada... —admitió con resentimiento, levantándose y viendo sus manos propias—. 

Miles de escenas pasaron su mente, el desespero y tranquilidad eran algo inusual pero... Intenso que no permitía su cuerpo descansar a pesar del cansancio mental. Iba a vengarlo.

—Espera, mocoso inmortal — se detuvo el que tenía orejas de chacal, abriendo sus palmas en señal de desinterés—, es una pena. Pero si peleamos será eternamente. Y eso sería tiempo perdido.  Qué tal.... ¿Si hacemos un trato?—ofreció con severidad,ganando la atención de esos ojos rojos.

Eijirō los vio a la hermosa lejanía, viendo la manera en que Anubis creaba un cuerpo amorfo de los cadáveres, alzandolo y dándole vida.

Era hora de cazar a los bastardos de ese pueblo.

Fue la manera en que la sangre fue dada a montones por aquel ser inhumano, cortando y partiendo en dos cuerpos y cuerpos. Solo hubieron dos sobrevivientes. Los cuales eran Himiko y Eve. Los demás...habían Sido masacrados de forma instantánea, y Kirishima, tras ver al amor de su vida morir, eligió acompañarlo por el resto de la eternidad en el más allá.

El olor a putrefacción que se creaba con el paso de los días, era algo repugnante, algo asqueroso que no permitía a nada ni nadie llegar o acercarse.

Pasaron un par de meses, meses solitarios en que el olor a descomposición había empeorado, viéndose las chicas obligadas a migrar de ese lugar solo y oscuro, lleno de soledad.

Con la gente que viajaba por esas arenas, el reino fue cambiado de título. El palacio fue destruido, y su nombre cambiado.

No era la dinastía o el reino de Bakugō, ni el destrozo de Anubis o el lugar maldito.

Su nombre, fue consolidado como Hamunaptra, la ciudad de los muertos.
En donde quien se atreviera a entrar, no volvería a salir a menos que fuera por partes entre buitres.
Dejando más allá del miedo, la ciudad abandonada y llena de soledad y desolación, sin una sola persona viva caminando.
Eso, es lo que decían las leyendas y chismes que daba la gente de ciudades vecinas,ignorando el error en uno de los detalles de esa información.

No sé si quieren prólogo, owo ahí, comenten si desean saber que trato había hecho el Kacchan uvu.

Tortura en corazonesWhere stories live. Discover now