CAPÍTULO III: COMO UN VASO DE CRISTAL

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Caminar por las frías calles de Londres en una noche como esa, no era un ideal de felicidad para William, mucho menos si lo que habían sido tenues gotas de agua durante todo el día, se habían convertido de pronto en una lluvia espesa que calaba hasta el espíritu. Sus pasos chapoteaban de forma ruidosa en el agua de los charcos, haciendo un tenue eco en el silencio de la noche. No estaba siendo cuidadoso, ya no importaba. De igual forma estaba remojado de pies a cabeza.

Sus pensamientos, sin embargo, resultaban mucho más escandalosos. El muchacho no podía dejar de preguntarse, ¿qué acababa de suceder? Ese chico, Samuel, ¿qué pretendía? Se podría decir que William ni siquiera estaba molesto. Estaba completamente desconcertado.

Aún creía poder percibir la respiración de ese chico sobre su cara; irritante y cercana. El olor de ese perfume, floral y fastidioso, todavía inundaba sus fosas nasales.

Avanzaba lo más rápido que podía, intentando llegar a su casa bajo una lluvia que casi lo cegaba. No parecía que fuese a parar pronto, así que detenerse en algún lugar para poder cubrirse, no era la mejor opción. En momentos como ese, odiaba estar en Londres y no en la tranquilidad de su pequeño pueblito en Francia, con su clima cálido y cielos soleados y luminosos.

Por más que intentaba reprimirlas, las imágenes de lo que acababa de suceder se repetían en su mente como si se tratara de una película. Si cerraba un segundo los ojos, podía sentirse nuevamente acorralado en esa fría pared. Los brazos de ese chico, conteniéndolo como un muro. Su peculiar voz rasgándole el oído. De solo recordarlo sentía que su piel se erizaba.

—¿Dónde demonios estabas?

Por fin había llegado a su departamento y podría jurar que jamás se había sentido tan agradecido de estar en el calor del hogar.

Catalina estaba de pie frente a él, con aquella constante expresión de madre preocupada y vistiendo un adorable delantal de color verde limón. Llevaba una enorme cuchara de madera en la mano.

William podría haber reído a carcajadas. No en ese momento.

—Mujer, en serio. No preguntes.

—¿No quieres que pregunte? ¿Qué se supone que es esto? ¿Desde cuándo dejaste de contarme lo que te sucede? Está pasando algo y vas a decírmelo ahora. ¿En dónde estabas?

William empezó a desvestirse ahí mismo, a un lado de la puerta. Puso su abrigo en el gancho y lanzó los zapatos a un lado junto con sus calcetines. Caminó descalzo vistiendo solo su pantalón y camiseta mojada. Llegó a su habitación sintiendo los pasos de Catalina a sus espaldas.

—¿No vas a decirme qué es lo que pasó? No quiero parecer la esposa preocupada, pero maldita sea, Will. Son casi las once de la noche y saliste a las ocho. Llegas con esa cara de... tienes barro en la camiseta y apestas. ¿Está todo bien?

—Sí lo está... eso creo. Voy a darme una ducha y prometo contarte todo en cuanto esté listo ¿bien?

La respuesta no llegó de inmediato, pero luego de un resoplido, Catalina terminó por ceder.

—Bien —concedió, no muy convencida—. ¡Hice la cena! —gritó cuando William ya estaba entrando al cuarto de baño.

William por fin pudo relajarse un poco al sentir el agua tibia de la ducha cayendo por su cuerpo, eso al menos hasta que la imagen del rostro de Samuel apareció de pronto en sus pensamientos. Aquella mirada profunda y oscura, le perturbaba la mente. Era pesada y dominante y molestaba a Will quizá más de lo que debería.

—¡Maldito idiota! —vociferó, restregándose con fuerza la esponja enjabonada por todo el cuerpo. Estar pensando en un chico mientras se duchaba, estaba mal en muchos diferentes niveles.

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