CAPÍTULO XII: SOLO UN PASO MÁS

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Samuel se había quedado como congelado enfrente de William. ¿Qué demonios estaba pasando? Todavía tenía el celular pegado en la oreja y podía escuchar la voz de Max del otro lado de la línea, pero estaba tan aturdido que le era imposible poner atención.

Se encaminó hasta la puerta de entrada del auditorio, ante la mirada atónita de Will. Tomó la manija y jaló. La puerta estaba cerrada y él sintió que se le aflojaban las piernas.

Giró a mirar a William. Él estaba en la misma posición. Sus ojos muy abiertos y su expresión asustada. Se dio cuenta de inmediato que él no tenía nada que ver con lo que estaba sucediendo. La escena definitivamente era conocida y un montón de recuerdos se agolparon en la mente de Samuel. Las circunstancias, sin embargo, eran muy diferentes.

Volvió a atravesar el vestíbulo, hasta llegar a la puerta del teatro donde hasta hacía unos momentos, había estado esperando a Max. Se suponía que quería hablar con él de quién sabe qué cosa. Ahora se daba cuenta de que todo había sido una mentira. Abrió la puerta de un empujón y se fue dejando a William solo, con la misma mueca de asombro que aún no lograba quitar.

—¿Sigues ahí? —La voz de Max se escuchó de nuevo del otro lado de la línea. Y Samuel realmente deseó tenerlo enfrente para decirle unas cuantas verdades. ¿Por qué estaba haciéndole una cosa así? ¿No le parecía suficiente con lo que tenía que aguantar a diario? Estar cerca de William era casi una tortura. Saber que sus miradas y palabras ya no eran para él, era por mucho lo más doloroso que había experimentado. ¿Por qué los obligaba a estar cerca, sabiendo lo que sentía?

—¿Por qué haces esto, Max? ¿Qué parte de toda esta situación te parece divertida? —Samuel intentaba permanecer calmado, pero le estaba resultando difícil. Lo que estaba pasando era realmente ridículo. Ellos no eran unos niños. Y aquello no era un maldito juego.

—Lo siento. En serio lo siento, yo. Esto no ha sido idea mía.

A Samuel le llegó el entendimiento como un cubo de agua fría.

—Pásamela.

—Pero...

—¡Pásamela ahora!

Samuel escuchó a su mejor amigo murmurando y luego de un rato, solo silencio.

—¿Samuel?

—Voy a llamar a la policía, Catalina. Te lo juro. Ven a abrir la puerta de una vez.

—Tú no vas a llamar a la policía. No puedes hacer eso.

—Pero claro que...

—¡Por favor, Samuel! —El tono en la voz de la muchacha, lo desconcertó. Aquello no había parecido una petición. Era prácticamente una súplica. No había ningún tono de burla o broma en sus palabras—. ¿Por qué no tratas de arreglar las cosas?

—¿Y quién te dice a ti que a él le interesa arreglar algo?

—Yo estoy segura de que te ama.

—¿Te lo ha dicho él?

—No necesita decírmelo. ¡Por Dios! Lo conozco como a la palma de mi maldita mano. Es mi mejor amigo. Es como mi hermano. —Samuel dio un largo suspiro. Intentó calmarse un poco—. Quizá esto te parece una estupidez, pero...

—Es una estupidez, Cato.

—¿Piensas que lo hubiese hecho si dudara de lo que él siente por ti? Te ama. En serio lo sé. —Samuel se quedó en silencio por un buen rato—. ¿Sigues ahí?

—Quisiera tener la seguridad que tienes tú. Esto no me parece una buena idea. Ni siquiera sé qué es lo que debo hacer.

—Solo necesitas ser sincero.

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