CAPÍTULO VI: CUANDO JUEGAS CON FUEGO

1.9K 185 36
                                    

Lo único que le había hecho falta a William para culminar un fin de semana asqueroso, era que su amiga le dijera que lo habían despedido. Se había quedado sentado en una de las bancas del jardín, sin poder siquiera digerirlo. ¿Por qué la vida se empeñaba en joderlo tanto? Él no lo sabía, pero así era.

El resto de las clases, las había pasado sin emitir una sola palabra; no tenía ganas de decir nada y tampoco había puesto ni un poco de atención.

A la hora del almuerzo, Catalina prácticamente lo había llevado obligado hacia el comedor. "No puedes morir de hambre" le había dicho. El nudo en su garganta le impedía pasar bocado.

—Will, por favor. No me gusta verte así. —Las palabras de Catalina no lograban animarlo. A pesar de ser un chico un tanto negativo y quejoso, Will pocas veces se desanimaba. Cuando lo hacía, iba realmente en serio.

—¿Qué es lo que voy a hacer, Cato? Están los gastos de la casa, materiales para la escuela. ¡Iba a comprarme un nuevo violín!

Había muchas cosas que Will pensaba hacer con el dinero que le dejaría ese empleo. Por el error de un torpe trabajador que los había dejado encerrados, sus planes se habían arruinado y las cosas iban a complicarse todavía más cuando...

—Habla con el señor Albert —mencionó Catalina, interrumpiendo sus pensamientos—. Quizá él pueda hacer algo.

—¿Y qué piensas que puede hacer? Acaba de despedirme. —Will resopló con fastidio, mientras se tumbaba de cara contra la mesa.

—No fue él quien decidió despedirte. Fue su hija.

Esa mujer. Tendría que haberlo imaginado.

Iris, la hija del señor Albert, era la persona más conflictiva con la que hubiesen tenido la mala suerte de trabajar. Desde la muerte de su hija, se había vuelto amargada, grosera, exigente y Will podía intentar comprender su dolor, pero no creía que eso justificara su mal trato. Parecía empeñada en joderle la vida a persona alguna que se pusiera en su camino. No era de extrañar, que hubiese decidido despedir a William por haber faltado el día del aniversario, sin siquiera darle una oportunidad de explicar sus razones.

Aunque Will seguía estando despedido y preocupado, saber que no lo había despedido el señor Albert, le daba un poquito de esperanza.

Iris era una mujer autoritaria, pero el señor Albert seguía siendo el dueño de la cafetería. Si lograba convencerlo a él, quizá podría recuperar ese empleo que tanta falta le hacía.

William levantó la cara de la mesa, suspirando mientras intentaba recuperar la calma. Intentaría ser positivo. Sabía que de nada le serviría seguirse lamentando y estaba seguro de que, hablando con la verdad, lograría convencer al señor Albert de regresarle su trabajo.

Solo esperaba que su historia del encierro fuera lo suficientemente creíble.

—Ahora que estás lo suficientemente calmado... —Will levantó la mirada, encontrándose con la ceja arqueada de Catalina. Soltó un resoplido e inclinó de nuevo la cabeza. Sabía lo que venía—, ¿puedes decirme dónde te metiste todo el fin de semana?

Will se llevó las manos al rostro. Un calor bochornoso lo recorrió completo, haciéndose evidente en las mejillas y cuello, coloreados bajo sus manos. Ni siquiera era capaz de mirar a Catalina a los ojos, estaba realmente avergonzado, incluso si no había pronunciado todavía ninguna palabra. Balbuceó bajo sus manos, algo que Catalina no logró entender.

—¿Qué dijiste? —El mismo ruido sin sentido se repitió bajo las manos del muchacho—. Maldita sea, Will. ¡Habla claramente!

—¡Me quedé dormido encima de él!

ROMPECABEZASWhere stories live. Discover now