I: El Alquimista

1.2K 67 5
                                    

Mi vida es igual a la del resto, salvo por una cosa...

Nunca acaba

Me llamo Varian y trabajo en el Almacén 12, allí se encuentra la mayor colección de objetos, digamos, poderosos del mundo. Para estudiar la magia debía ir donde se concentraba. Con los años me he vuelto un gran estudioso de la alquimia, he de encontrar la respuesta que me libere de esta maldición.

Mi historia es muy larga, pero todo comenzó cuando estaba en prisión.

Ahora no quiero hablar de cómo acabé allí, solo digamos que a los 14 años hice cosas horribles (Realmente me pasé) y aunque fuesen por una buena causa no me libré de un castigo. El rey se había enfadado mucho conmigo, tanto, que nada de lo que dijeron en mi defensa sirvió para que me librarse de prisión, bueno, me libré de la pena de muerte y eso ya era mucho (Sí, realmente fue tan malo), solo tenía que preocuparme por los 20 años de cárcel que me quedaban por delante, digamos que con mi aspecto, mi edad y mi afición a la ciencia no parezco mucho un chico de cárcel, pero que le iba a hacer.

Al final me llevaron a mi celda, Pette y Stand se encargaron de encerrarme.

-Vaya, creo que os habéis confundido esto no es la guardería -Se rió una mujer de cabello pelirrojo oscuro con tatuajes y una pintas poco habituales- Chicos, si lo dejáis aquí se lo comerán vivo.

-¡Tú, cállate Lady Caine! -Le gritó Stand.

-No le hagas caso Varian -Me dijo Pette mientras me quitaba la esposas y me metian en la celda de enfrente.

Yo miré el lugar, había una ventana con barrotes por la que entraba bastante luz, a la derecha estaba la cama y el suelo y paredes estaban hechos de frío ladrillo y piedra. Stand cerró la puerta detrás mío y su amigo añadió:

-Tranquilo Varian, eres joven y cuando salgas aún tendrás tiempo de seguir con tu vida.

Yo no me dí la vuelta, ni me moví, simplemente contesté:

-¿Qué vida?

Los guardias se marcharon y yo me senté en la cama, bajé la mirada al suelo y en mi mente maldije todo lo que se podía maldecir.

-Bueno chico -Habló de nuevo la extraña dama- ¿Cómo ha acabado aquí alguien como tú?

-¿Perdona?¿No te has enterado del ataque que sufrió el palacio?

-Por supuesto que sí, todos estaban alterados.

-Pues yo soy el culpable.

-¿Tú?¿Tú eres el terrible brujo Varian?

-No soy un brujo, soy alquimista, no hago magia ni creo en la magia, solo en la ciencia.

-Y lo dice un amigo de la princesa.

-Cierto, aunque ya no somos amigos, me pregunto si en verdad lo fuimos en algún momento -Varian sollozó.

-Tranquilo chico, no te pongas a llorar ahora.

-¡Cállate y déjame en paz!

Los días pasaban largos como semanas, con un silencio casi absoluto por mi parte y algunas mofas por la de Lady Caine, algún guardia dejó colarse a Rudiger, no se quien fue, pero se lo agradezco, él me hacía buena compañía y me ayudaba a no llorar. Pero aún así no evitaba que me sintiera mal e incómodo allí encerrado. Era una sensación extraña, parecía como si yo me hubiese detenido en el tiempo, y mientras los demás seguían viviendo sus vidas, la mía se desmorona a mi alrededor y yo permanecía inmóvil en esa estúpida celda. Sentía que cuando volviese a salir ya sería demasiado tarde, habría pasado de tener una vida; no muy bueno, pero era algo; a ser un huérfano, sin hogar, sin dinero, ni la posibilidad de conseguir un trabajo, ya que ¿Quién querría contratar a un traidor a la corona, que había lastimado a su querida princesa y que lo único que sabía hacer era construir máquinas y hacer pociones que por lo general no funcionan y salen muy mal? Un traidor, un maldito traidor, eso es lo que era. Nadie me querría ayudar, ni dar un trabajo, ni cobijo, ni una misera limosna, ni tan siquiera un amable saludo, o una sonrisa, o una mirada que no sea de odio,... Ya no podía hacer nada para evitarlo, era demasiado tarde para cambiar lo que había hecho y cambiar la forma de la que me veían, y es que me miraban mal y ma temían desde antes de mi arrebato, me había ganado la fama de peligroso por mis inventos fallidos, lo único que había conseguido con mi ataque había sido aumentar ese sentimiento de desprecio y alejar a los pocos que no me veían así. Se me hacía extraño sentir como el mundo seguía girando y yo estaba allí estancado, pero ya comenzaba a resultar familiar la triste y fría sensación de soledad.

-Te traigo la comida -Decía un guardia acercándose con una bandeja, yo le ignore.

Cuidadosamente abrió un poco la puerta y al ir a dejar la comida, se dio cuenta de que no había ni tocado la del dia anterior.

-Veo que sigues sin comer -Dijo poniendo la bandeja nueva y llevándose la otra-, tú sabrás, chico. Pero que sepas que muchos te quieren muerto, no les des el gusto de verte muerto de hambre.

Yo seguía sin inmutarme y el guardia se marchó con un resoplido y cerró de nuevo la puerta.

Esa escena se repitió varios días más, aunque, para ser más exactos, fue una semana después de que me llevasen a prisión cuando se me cortó el apetito y poco a poco fui dejando de comer, si algo de comida desaparecía del plato era porque se la daba a Rudiger, él no tenía culpa de mi ayuno.

【✷✴✳❇✳✴✷】

Ya hacía varios meses desde que me encerraron, yo estaba acostado en la cama acurrucado a mi pequeño mapachito cuando oí que se abría la puerta, solo la habrían para darme la comida, pero era demacrado tarde, ¿Quién sería?¿Qué querría?¿Sería malo? Bueno no iba a ser. Me hice el dormido y esperé. Al principio no hubo ni un sonido más, abrí un poco un ojo con cuidado de que no se notase y vi una gran sombra en el suelo, entonces unos paso, la sombra se hacía cada vez más grande hasta que pude ver las piernas de la persona que había entrado, no pude evitarlo, levanté la cabeza, miré y vi a un hombre algo extraño con una siniestra sonrisa.

Él me dijo que se llamaba Paracelsus y que era un prestigioso alquimista, también dijo que me necesitaba para una investigación y que a cambio de mi ayuda me liberaría.

Yo era muy orgulloso y acepté pensando que si alguien tan importante como él me pidió ayuda fue porque yo era un genio ¿Qué iba a pensar si no?

Al decirle que aceptaba, Paracelsus me agarró por el brazo y de un tirón me levanto de la cama, luego se nos llevó, a Rudiger y a mí, de allí sin dejar rastro. Nos sacó del castillo y nos arrastró por todo el bosque. Yo, con Rudiger sobre mis hombros, intentaba seguirle el paso, pero no paraba de tropezarme y chocar. Al final llegamos a una pequeña cabaña destartalada que parecía estar empotrada en una montaña.

Entramos y me quedé alucinando al ver lo grande que era en verdad. Resultó ser un gran laboratorio, oscuro, con las paredes de piedra y unas mesas de madera con más frascos y sustancias que en toda mi casa. En la pared de la derecha había otras dos puertas más y en la de la izquierda una gran cortina que obviamente ocultaba algo.

-Bien, muchacho, -Dijo Paracelsus- voy a por el material, tú quédate aquí y no toques nada.

Él se fue por una de las puertas y en cuanto la hubo cerrado me acerqué a la cortina.

«¿Que no me mueva dice? -Pensé- ¿Me dejas aquí y sabiendo que soy hombre de ciencia me dices que no me mueva?»

La curiosidad es algo innato en todos los científicos y me moría de ganas por saber que ocultaba, primero la rodé un poco abriendo una ranura y miré, solo se veía una habitación vacía, pero tenía algo raro, las paredes estaban cubiertas de árboles de piedra, madera fosilizada, que no es fácil de encontrar. Entonces y sin pensarlo ni un instante más entré, nada más hacerlo oí un ruido de cadenas a mi derecha, miré y me quedé paralizado...

The Alchemist Return - 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora