Capítulo 5

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Lo siento, se me olvidó (para quienes no  lo saben esta es mi frase favorita, jeje)

Karen nunca llegaría a comprender como es que en una sola familia, los genes se las hubieran ingeniado para dar una apostura extraordinaria a todos y cada uno de sus miembros, pero fuera cual fuera la razón, debía ser un verdadero pecado que los cinco hermanos Saldivia (solo cuatro presentes ese día) fueran tan condenadamente guapos y a la vez tan irritables. Karen admitía que hubo un tiempo en que babeó por más de uno de los hermanos de su mejor amiga, pero ya con años suficientes para saber que era todos unos imbéciles, agradeció estar curada de ese mal. Ahora mientras la cena con la familia de Alondra transcurría en una constante tira de puntas entre los casados en proceso no oficial de divorcio pero cuya familia de la novia creía enamorados por motivos bastante complejos, ella solo podía acariciar su teléfono deseando inconscientemente una llamada, pues mientras la mamá de Alondra se dedicaba a preguntar por las no productivas vidas amorosas de sus otros hijos, ella recordaba la suya.

De pronto, la Señora Renata giró su cabeza hacia ella, y antes de que pudiera formular la pregunta que ya se sabía, Karen respondió:

—Yo me meteré a un convento—la veracidad con que lo dijo dejó a todos con cara de incredulidad. Si Ángel, el otro hermano Saldivia hubiera decidido asistir, probablemente la reprendería por tomar a juego cosas sagradas— siento que el amor no es para mí, y...—en ese momento, su teléfono sonó. Ella vio que se trataba de un número desconocido y casi chilló de alegría. No comprendía porque parecía una niña a la que le acababan de regalar un dulce— No, esperen, no me meteré a un convento. No todavía. Creo que me daré otra oportunidad.

Todos exclamaron un "¡Ay Karen!" pero ella se limitó a sonreírles e ir a contestar la llamada.

Cuando estuvo lejos de oídos indiscretos, atendió el teléfono y dijo con fingida ignorancia de quién llamaba.

—¿Hola?

—¿Karen? —preguntó la voz detrás del teléfono. La misma voz ronca, varonil y con un deje de seducción que recordaba a la perfección.

—Si...

—Habla Alonzo Ibarra ¿cómo estás?

Hasta su nombre sonaba sexi, se dijo mordiéndose el labio.

—Sobria —respondió y lo escuchó soltar una pequeña risa al otro lado.

—Sigues pareciéndome simpática.

—Si solo he dicho una palabra. Eres fácil de complacer.

—O tú eres de ese tipo de personas fácil de agradar.

—Um...admito que ya me lo han dicho. Pero ya, poniéndonos serios. Estoy bien ¿y tú?

—Perfectamente. Eh...yo me preguntaba si tal vez podría invitarte un café mañana.

Karen concluyó que debía de gustarle mucho el café. Genial, porque ella era adicta.

—Salgo a almorzar a las doce y cuarto.

—¿No es mejor en la mañana?

—Cualquier hora es buena para tomar un café.

—Doce y quince, entonces ¿Dónde trabajas?

—Altamirano's ¿Sabes donde queda?

—Sí. Me queda relativamente cerca, de hecho. Te espero afuera.

—Está bien. No vemos.

—Nos vemos.

Pasaron varios segundos antes de que uno de los dos se animara a cortar. Al final, lo hizo él y Karen regresó a la cena con una sonrisa.

Una vida para encontrarte (Corazones rotos 2)Where stories live. Discover now